Leer es volar
- Por Rubén Rodríguez González
- Hits: 3107
La muchacha del mostrador de chequeo, en la terminal de vuelos nacionales del aeropuerto de El Dorado, pregunta si la señora ha sufrido una cirugía ocular. Amalialú Posso Figueroa levanta las gafas oscuras y muestra sus ojos enrojecidos: “¿Cirugía? ¡El guayabo que traigo, niña!”. Guayabo significa resaca en puro colombiano.
Junto a la sicóloga y escritora, que se aburrió de la cátedra para dedicarse a la narración oral, vuelo a su Quibdó natal, capital del departamento de Chocó, en el Pacífico colombiano. En la Uteché, su Universidad Tecnológica, debo dictar una conferencia sobre técnicas narrativas. El Chocó ha sido mi quebradero de cabeza desde que me informaron.

Académicos cubanos residentes y sus parejas colombianas me dirán, medio en broma y en el hogar amable del pintor pinareño Silvio Martínez y su esposa Martha, donde el frío obliga a prender braseros, que más que a la violencia anunciada, les tema al paludismo y la malaria, porque el Chocó ha sido, históricamente, territorio olvidado para los políticos.
Curiosa, y quizás “osmóticamente”, las idiosincrasias se truecan y la carismática Ofelita parecerá más colombiana que su esposo, quien la enamoró fingiéndose ruso; y el santiaguero Noel luce tan bogotano como…
Ya en el Chocó, Amalialú exige desayunar patacón pisa’o con queso frito y me aconseja embadurnarme de repelente para ver el caudaloso Atrato, de corriente sepia y cundido de canoas.
Porque nadie se va de Quibdó, tan parecida a Sagua de Tánamo, salvo por el tráfago enloquecido de motos y taxis, sin ver el tercer río más grande de Colombia, arteria de la selva con mayor biodiversidad del planeta y la más lluviosa del continente.
Lo anuncia el aguacero intermitente y el calor de horno que golpea el rostro, al bajar del avión detrás de Amalialú, que abandona su cárdigan trasnochado para lucir batón policromo, turbante y pectoral faraónico engarzado en monedas, incluido un kopek con la imagen de Lenin.Población de contrastes, Quibdó me dejará el grato sabor de la gente sencilla y amable y la sabiduría de los académicos de la Uteché.
Los escritores cubanos llegamos hace cuatro días a la FILBO, considerada el más grande evento editorial de Sudamérica, después de la Feria de Buenos Aires. Se realiza en Corferias, el mayor recinto ferial de América Latina, con cinco kilómetros cuadrados de extensión.
Unos 650 mil visitantes, según estadísticas, tuvo esta edición que nucleó más de mil 700 eventos culturales académicos y profesionales. Leer es volar fue su lema.
Por su variedad y riqueza en títulos y espacios, la Feria de Bogotá es el sueño imposible de cualquier lector. Viajo con el pinareño Alberto Peraza Ceballos, de corazón de oro, y la pinera Liudys Carmona Calaña, con el alma a flor de piel.
Cuando me toque, en el espacio del Ministerio de Educación de Colombia en FILBO, les hablaré de la responsabilidad del escritor y de la necesidad de educar con la alegría, pero también sobre Holguín, el aliña’o y del tocororo que avisté y cantó para mí en el Escambray y luego voló como deslizándose en el aire cristalino, su pecho ensangrentado contra el verde.
Máxima organización y sincronización de relojería caracterizan los encuentros de FILBO. El modesto Peraza, Premio Nicolás Guillén y adorador de la guanábana, deslumbrará a niños y padres con su taller; Liudys disertará sobre joven literatura cubana y “ubicará” a más de un desinformado en valiente giro; ambos deslumbrarán a claustro y alumnos en la exclusiva Universidad Tadeo Lozano. Lo que parecía se convierte en certeza: no somos delegación, sino familia.
En Bogotá nos espera un delicioso clima londinense, la fatiga que supone para un isleño respirar a 2 600 metros sobre el nivel del mar, frutas exóticas y un tránsito infernal.
En la noche, desde la terraza helada del hotel Golden Tag, el tráfico semeja caudalosos ríos de oro entre las altísimas torres de cristal o ladrillo a la vista, que pintan de pizarra la ciudad desde el aire. También aguardan inesperados y generosos amigos nuevos.
A la presentación en la embajada de Cuba, organizada por la dulce y eficiente Isabel, su consejera cultural, acude el cálido personal diplomático y cubanos residentes, las asociaciones de solidaridad, con el incansable septuagenario Orlando Jaramillo, que nos colmará de fotos, recortes de prensa y banderas cubanas cosidas por su esposa, un ángel llamado Lucía.
Aquí, el que menos, ha estado alguna vez en Cuba; el que no, lo desea fervientemente. La presentación, cubanamente informal y donde la pinera espontánea termina recitando “Los zapaticos de rosa”, es celebración literaria y le sucede música nuestra, interpretada al saxo divinamente por el pastor evangélico Yuri Pérez.
Sangre cubana late en el corazón de Bogotá. Amistosas, Ángela y Angélica muestran su periódico ambientalista; eufórica, Ana María trae su documental sobre los desaparecidos, cuyos testimonios estrujan el alma; Virginia asegura que quien ha curado un familiar aquí, tiene que defender a Cuba eternamente…
De la gélida ciudad de Tunja llegan la nefróloga pinareña Ania y su esposo Fahed, sirio que estudió en Cuba, para escribir la palabra amistad en letras mayúsculas.
Ellos nos llevan a conocer el Museo del oro, que justifica con creces la leyenda de El Dorado; a caminar el casco histórico con su bohemia, su catedral y la imponente Plaza de la Constitución colmada de gente y de palomas, a pesar de la llovizna;al Palacio de Nariño no llegamos porque, luego de los disturbios recientes, le rodean barreras y carabineros.
Para visitar el santuario icónico, subimos en funicular al cerro de Monserrate y bajamos de él en teleférico, antes de que la niebla cubra la espléndida vista de la ciudad de 8 millones de habitantes.
El 30 de abril enloquecerán las televisoras con las imágenes de Caracas. La radio traerá esquizofrénicos reportes de golpe de estado en Venezuela. El único día soleado de nuestra semana en Bogotá olerá a tensión e incertidumbre.
Sin embargo, un amigo de Cuba vendrá hasta el hotel para desmontar la patraña: querían sacar a Leopoldo y a Guaidó en un avión, y les salió mal la jugada. No obstante, nos aconsejan prudencia.
El último día huele a despedidas: del amabilísimo personal del hotel, para el cual un libro de regalo es un tesoro; de los expositores cubanos Mailín, Diego y el infatigable Darío, director de la revista Somos Jóvenes, con su deslumbre por el periodismo narrativo, y la medellinense María Elena, que representa a Ediciones Papiro; de los cubanos escritores Sergio y Antonio;de la adorable doña Lucía, que vino desde el lejano Funza a decir adiós y enviar cariño a su hijo que se hace médico en Holguín.
Atrás quedanlas anécdotas del atontado que empacó sus libros como alijo de drogas y tuvo que explicarlo en el aeropuerto de La Habana, que se hizo un lío con la llave electrónica de su habitación de ensueño, pulsó el botón del pánico en un baño del imponente Corferias Hilton, confundiéndolo con el mecanismo de descargue; o intentó abrir la puerta a la cabina del piloto en el Boeing 747 de Avianca, también en pos del mingitorio.
Sin embargo, cuando bebo café colombiano en las preciosas tazas compradas con los restos del viático, y leo el libro de Amalialú Vean vé, mis nanas negras regreso, irremediablemente, a los últimos días de abril en el sofocante Chocó y la violenta, lluviosa e inolvidable Bogotá.
Comentarios