Aquel diamante con alma de beso

  • Hits: 4277
Potrero de Jimaguayú. Combate por la independencia o el sometimiento de la isla. La bala de un soldado español penetra la sien derecha del joven cubano que dirige a los mambises. Tiene 32 años. Es 11 de mayo de 1873 y su nombre se inmortaliza en la historia de Cuba.
 

Aquel joven,“Por su modestia parecía orgulloso: la frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda, blanca y tersa (…) oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable, que es la que arranca de la limpieza del corazón. (…) Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella”. Asílo describió José Martí, con esa capacidad tan suya de captar con acierto la esencia de los hombres.

ignacio agramonteMonumento erigido a Ignacio Agramonte en la ciudad de Camagüey.
 
Había nacidoen cuna de oro. Era criolla su familia, de las más ilustres y ricas de Puerto Príncipe. A los 11 años se fue a España, a estudiar Latinidad, Humanidades, Filosofía… y regresó para matricular Derecho en la Universidad de La Habana.
Por esos días, durante un ejercicio académico, aludió a la falta de libertades, derechos y justicia que caracterizaba al régimen español en Cuba. Antonio Zambrana, que estuvo allí, lo contó después:

“Aquello fue un toque de clarín. El suelo de todo el viejo convento de Santo Domingo, en el que la Universidad estaba entonces, se hubiera dicho que temblaba. El catedrático que presidía el acto dijo que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura”.

Seis años después de aquel suceso y tres meses después de su casamiento, estalló la Guerra Grande. Entonces, este hombre de letras se convirtió en uno de sus líderes más sobresalientes.

En contraste con otros próceres, como el holguinero Calixto García, su vida militar fue relativamente corta. Sin embargo, en esos tres años y medio, “sin más ciencia militar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que, acaso con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla”, escribió Martí.

Son casi míticas las historias de sus hazañas de guerra, como la del rescate del brigadier Julio Sanguily, a quien tenían que amarrar al caballo para que pudiera pelear, porque una bala de cañón le había arrancado la pierna izquierda y la derecha la tenía perdida también. El 8 de octubre de 1871 lo sorprendió una columna de españoles. Martí, emocionado, narra lo que sucedió después:

“Cayó sobre la columna, atravesó por ella a escape con sus treinta hombres, arrancó a Julio Sanguily, de la silla de un sargento, se clavó una bala en la mano derecha de Sanguily; (…) y a escape tendido rompieron con él por entre el resto de la columna los jinetes rápidos como el instante, sueño para los españoles sorprendidos…”

Cuentan también que este cubano bueno enseñó a leer al mulato Ramón Agüero con la punta del cuchillo en las hojas de los árboles. Que regañaba sin parecer que regañaba. Y cuando escaseaba el alimento, hacía cubalibre con la miel para que todos pudieran beber, y prefería echarle los boniatos a su caballo Mambí antes que comérselos él solo.

Se refugiaba de la guerra en la casita de palma donde aguardaba su esposa y su hijo. “¡Jamás, Amalia, jamás seré militar cuando acabe la guerra! Hoy es grandeza, y mañana será crimen.¡Yo te lo juro por él, que ha nacido libre! Mira, Amalia: aquí colgaré mi rifle, y allí, en aquel rincón donde le di el primer beso a mi hijo, colgaré mi sable”, decía.

Sus compañeros se referían a él con cariño y respeto. “El Mayor”, le llamaban, “El Bayardo”. Enrique Collazo lo nombró “salvador de la revolución”, “coloso genio militar”. Manuel Sanguily, “un Simón Bolívar”.

Nosotros lo recordamos sencillamente como Agramonte, Ignacio Agramonte, mas no por ser menos poéticos sentimos menos orgullo. A fin de cuentas, dijo Martí: “El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no”.

Escribir un comentario