Ramones

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memoria vejez
 
Advertencia: este artículo no trata sobre la banda de rock de la década del ’70. Su protagonista es un cubano cualquiera (aunque real) que sobrepasó las siete décadas de existencia.
 
Ramón perdió la memoria. Sin darme cuenta, se volvió viejo, le bajó la presión sanguínea y perdió la memoria, que fue como perderse a sí mismo y a toda la familia.

Yo no lo creía, hasta el día en que se acabó el agua y tuvimos que poner la turbina en el pozo de Ramón. Mientras hacíamos nudo tras nudo para asegurarla, allá abajo, sobre el círculo de agua, temblaba la luna.
 
Soportamos los mosquitos durante el tiempo necesario, apagamos la turbina y comenzamos a recoger. Fue entonces cuando apareció Ramón, a preguntarnos quiénes éramos y qué hacíamos en su patio.
 
En medio de aquella oscuridad, pensé que no veía bien. Y me identifiqué. Le dije “soy yo, Claudia”. Pero no escuchó o no entendió. Agarró nuestra manguera exigiendo, como si fuera suya, “que la sueltes, ¡que la sueltes te digo!”
 
En la casa se rieron a más no poder cuando les conté que me arrastró, junto con la manguera, escaleras arriba, y que la esposa y el sobrino tuvieron que venir a resolver la situación, porque yo no tenía el valor de ponerlo en su lugar.
 
Pero, ¿cuál era el lugar de Ramón? Si ya no puede recordar quién soy yo, que desde que nací vivo en la casa de lado. Si ya no reconoce a su hijo mayor. Si ya no sabe, a veces, ni quién es él.
 
Las enfermedades del cuerpo generan en las personas tristezas y milagros. La ausencia de un miembro o de un órgano puede crear un luchador, o un ser disminuido. Depende de la voluntad de cada cual. Ser o no ser es la cuestión.
 
¿Qué ocurre entonces con aquellos que no pueden controlar su voluntad? ¿Aquellos que andan a la deriva y arrastran al naufragio a los que más quisieron, a los más cercanos?
 
La desmemoria es el más cruel de los heraldos de la vejez, ese estado al que todos llegaremos inevitablemente.
 
Hace tres años, por ejemplo, había en Holguín más de 200 mil personas que superaban los 60 años. En Cuba, más de dos millones. ¿Cuántos Ramones habrán naufragado ya?
 
Aunque quizá, peores estamos nosotros, que sí tenemos conciencia de ellos y no estamos preparados para protegerlos como merecen. A fin de cuentas, han trabajado por sus hijos, sus nietos… la vida entera.
 
Incluso ahora, en su propia oscuridad, Ramón se preocupa por su nieto. Y su nieto, un adolescente ya, no sabe cómo manejar a este abuelo que de repente dice y quiere y actúa como un desconocido. No es paciencia o cariño lo que percibo en su voz cuando regaña al abuelo, sino simple irritación.
 
Al menos, este Ramón no padece el Síndrome de la Abuela Esclava, ni ha sido enviado fuera de la casa por ser considerado un estorbo, ni se olvidan de sus necesidades.
 
Aunque, si soy sincera, creo que hubiera envejecido mejor en la tierra del sol naciente. Dicen que en los hoteles de Japón, se les pregunta la edad a los viajeros, para asegurarse de que recibirán la deferencia apropiada. Allá la vejez no es el final del camino, sino la cumbre.
 

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