Un techno apocalíptico en el desierto
- Por Milo García
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Ilustración: de la autora
En el Día de la Resurrección las personas deben cruzar un puente sobre el infierno llamado Sirat; el camino es una delgada línea. Algunos lo cruzan de forma rápida y llegan al Paraíso, otros tardan años, y los más desafortunados caen al Infierno. Para cruzar hay que seguir un ritmo. Mientras se desatan pequeñas tormentas de arena suena una música, su volumen es tan alto que el cuerpo vibra, esta no es para escuchar sino para bailar. Es un four on the flour.
Es constante, agreviso, marginal y oscuro. Es un techno apocalíptico en el desierto.
En Marruecos se ambienta la cuarta película del director Oliver Laxe bajo el título de Sirat (2025), donde la narrativa parte de un principio básico del Islam. La sinopsis es simple: un padre (Sergi López) y un hijo (Bruno Núñez) viajan al país africano en busca de su hija y hermana, respectivamente, quien desapareció hace meses. Un grupo de "ravers" le informan sobre otra fiesta que se hará al sur del país, y deciden seguirlos emprendiendo un viaje hacia lo desconocido. Padre e hijo se adentran así en la cultura rave, siendo los ideales y estética de esta tribu urbana esenciales en la forma de contar la historia.
Rave es una fiesta de música electrónica que, desde su aparición, se desarrolla de forma clandestina en zonas rurales o abandonadas. Las personas que frecuentan estos lugares son llamados ravers, suelen destacar por sus movimientos, donde las piernas marcan el ritmo y las manos se mueven como si el tecktonik hubiera mutado de una forma más celestial. Esta comunidad nómada es reflejada en el largometraje como un grupo de personas desoladas, desgastadas y hasta mutiladas. Es una comunidad que abre sus brazos a un padre y a un hijo para liberar el dolor en una especie de exorcismo electrónico, donde ya no tienen nada que perder más que su propia vida.
Sergi López ofrece una actuación memorable, es la clara imagen de cómo se sobrevive a la pérdida cuando todo a tu alrededor se desploma. Bruno Núñez es esa esperanza en el oasis, la cual se irá desgastando en cada minuto, el niño es maravilloso; su potencial ya se veía desde su debut televisivo en La Mesías.
La búsqueda inicial pasa a un segundo plano a partir de un trueque en la trama a mitad de filme, desde ahí los personajes buscan huir de su realidad, y es que al parecer se ha desatado la tercera guerra mundial. Aunque ese conflicto no es profundizado en su totalidad, está ahí, haciendo que los personajes se dirijan a una rave, que quizás ni vaya a ocurrir, con las ansias de meter sus cabezas en los altavoces para no escuchar cómo el mundo se derrumba.
La historia puede ser una reflexión sobre la soledad y el desarraigo que se vive en tiempos modernos, donde existen personas que defienden un genocidio, donde los desastres naturales son cada vez más fuertes, y mucho más.
El largometraje es arriesgado; deja más preguntas que respuestas, y aún así es lo mejor que he visto este año. Desde un interludio inicial que advierte la peligrosidad del camino, la proyección de una escalera hacia los cielos con láseres en medio de una montaña y hasta una transmisión televisiva de la peregrinación a la Meca, se nos confirma que Sirat ahondará entre lo físico y lo espiritual. Es sincera, grotesca, agobiante e imperfecta, y no entiendo cómo no se está hablando más sobre ella.
