Un público con botones en los ojos

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Este artículo contiene spoilers del filme Coraline y la puerta secreta (2009)

Coraline es un nombre que a los de mi generación les resultará más que familiar. Gente mucho más joven que yo puede hacer esta afirmación con soltura, si nos guiáramos por la multitud de la entrada del cine que esperaba ansiosa las desventuras de la niña de cabello azul.

El barullo me recordó a dos visitas que realicé deseando ver la presentación y posterior reposición de Las guerreras k-pop (2025). En ambas ocasiones desistí de entrar al ver semejante tumulto, pero mi cercanía con Coraline me dio el valor suficiente para quedarme.

Esperé unos veinte minutos y hasta cedí el último en la cola a una señora acompañada por tres infantes; en un momento en que la señora tuvo que dejarlos solos por un rato, entrelazaron sus brazos en una escena digna de las chiquillas de Asteroid City (2023). La señora me preguntó si la película era “para todo público”, no sabía muy bien que responderle.

Llega aquí la parte trágica de mi historia: no pude entrar, la sala estaba llena. No se desanimen, poseo en la filmoteca de mi computadora una copia de la película descargada de Picta antes de la implementación de su sistema de suscripciones pagadas (buenos tiempos en que los megas nacionales me servían para algo). Más de una década después de su estreno mantiene todo su encanto.

Coraline y la puerta secreta, o sencillamente Coraline, es una película animada realizada por el estudio Laika (su primera, de hecho), que años más tarde nos traerían joyitas como Paranorman (2012) o Kubo y la búsqueda samurái (2016).

Dirigida por Henry Selick (por favor, dejen de asumir que toda película animada mínimamente gótica debe ser obra de Burton), el filme es la adaptación de la novela homónima del escritor británico Neil Gaiman, de gran talento para el público juvenil como demuestra su maravillosa novela El libro del cementerio.

Realizada con la técnica de animación stop-motion¹, que vendría a convertirse en sinónimo de los trabajos del estudio, tiene como protagonista a Coraline Jones. Esta chica de once años se acaba de mudar con su familia a una casona residencial en medio del bosque.

La actitud arisca y quejumbrosa que nuestra protagonista asume hacia su entorno queda más que justificada al verse rodeada por extravagantes vecinos muy alejados de sus años de gloria. Combinado con la poca atención que sus padres le prestan, su nueva estancia se torna un hogar aburrido y desagradable.

Sin embargo, una noche descubrirá en su casa la puerta hacia una dimensión paralela habitada por versiones “mejoradas” de sus padres y vecinos. Tras varias visitas a ese mundo que pareciera girar en torno a su persona, La Otra Madre de Coraline le hará una siniestra oferta, sutilmente anunciada por los ojos de botones de los habitantes del otro lado.

La trascendencia de este relato reside, a mi consideración, en que reúne todos los elementos de un magistral relato de terror, adaptado a los miedos y ansiedades propios de los niños. El enfado de Coraline no es solo fruto de su narcisismo juvenil, sino de un cambio brusco efectuado por adultos cuyo afecto no es del todo explícito y que la separa de sus amigos sin tomar en cuenta sus deseos.

Es por ello que La Otra Madre resulta una antagonista tan convincente, ya no solo como entidad luciferina capaz tan solo de la construcción de ilusiones, sino como una personalidad depredadora, posesiva, que disfraza de amor intenciones oscuras que a cualquier niño cuyos padres hayan advertido del peligro de aceptar dulces de extraños resultará prontamente familiar.

A medida que progresa la trama, los realizadores construyen con naturalidad las reglas que rigen los aspectos sobrenaturales del relato, aportando coherencia sin perder el misterio que entraña toda buena fantasía.

Si bien los compases finales tratan ineficazmente de reavivar la tensión, resultan cruciales para completar el desarrollo de la protagonista, dejándonos un sutil ejemplo de cómo las experiencias traumáticas pueden regresar a jugarnos una mala pasada. Alabar la artesanía en la construcción (literalmente, son maquetas y muñecos) del filme me resulta a estas alturas más que redundante.

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Coraline fue nominada a la categoría de mejor película animada en los Óscars. Fue un año con una de las competiciones más reñidas del galardón. Los jueces, como de costumbre, tomaron la elección más aburrida posible y Up (2009) se llevó la estatuilla.

Hay un divertido sketch hecho para la ceremonia que muestra a los distintos personajes siendo entrevistados ante su nominación. A mi parecer, el claro vencedor de la categoría era El fantástico señor Zorro (2009).

No obstante, Coraline resuena con públicos más amplios que esa pintoresca película de Wes Anderson sobre un zorro periodista y lobofóbico. La idea central de Coraline es de una madurez seductora, de esas que incentivan la imaginación.

Por ejemplo, ¿se imaginan una puerta secreta que nos lleve a El Otro Cine? Yo me lo imagino como un teatro esplendoroso cuyo público está tan concentrado en la película que parecen monjes en un viaje astral; sí, tienen botones en los ojos, pero a todo uno se acostumbra.

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1-Stop-motion: También conocida como animación fotograma a fotograma, es una técnica de animación en la que se simulan los movimientos de objetos estáticos a través de imágenes sucesivas.


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