Universidad de La Habana, crisol de un revolucionario
- Por Liban Fernando Espinosa Hechavarría
- Hits: 132
Hace ocho décadas, un joven de procedencia rural y carácter fuerte, llamado Fidel Castro Ruz, cruzaba por primera vez los portales de la Universidad de La Habana.
No era aún el comandante guerrillero, ni el estadista de larga data, sino un estudiante de Derecho que llegaba cargado de una ambición feroz por aprender y una inquietud innata por la justicia. Conmemorar este aniversario no es un ejercicio habitual, sino es una oportunidad para reflexionar sobre el papel de la academia como catalizador de los destinos nacionales.
La Universidad de los años 40 era un microcosmos vibrante y turbulento de la Cuba republicana. Un hervidero de ideas políticas, donde coexistían y chocaban el pensamiento liberal, el anticomunismo visceral, el reformismo auténtico y los grupúsculos gangsteriles. Fidel no solo se sumergió en sus aulas; se lanzó de lleno a esa efervescencia. Fue allí donde afiló su oratoria en los debates, donde comprendió la potencia de la movilización estudiantil y donde forjó una conciencia política que iría más allá de los textos de ley para adentrarse en el campo de la revolución social.
Más que un centro de formación meramente académico, la Universidad fue para Fidel su primer campo de batalla político. Sus corredores fueron trincheras de ideas; sus escalinatas, tribuna. Aquel joven que llegó en 1945 absorbió las contradicciones de su tiempo y comenzó a moldear su respuesta a ellas: un nacionalismo antimperialista, una vehemente crítica a la corrupción y una búsqueda incansable de un proyecto soberano para Cuba.
Ochenta años después, la efeméride invita a una mirada dual. Por un lado, es un hecho histórico incontrovertible que marca el punto de partida de una trayectoria que definiría la Cuba del siglo XX y lo que va del XXI. La Universidad fue el horno donde se templó el acero del líder que desafiaría el status quo continental.
Por otro lado, la conmemoración no puede eludir el debate sobre el legado y la relación posterior entre el poder establecido y la propia institución académica. La Universidad que fue semilla de rebeldía se convertiría, con los años, en una institución dentro de un sistema que, para muchos, priorizó la ideología sobre la autonomía y el pensamiento crítico libre. Esta paradoja es parte inherente de cualquier análisis sereno.
Recordar la entrada de Fidel a la Universidad no es celebrar un dogma, sino evocar un momento fundacional. Es recordar que los grandes cambios suelen germinar en las aulas, en la mente crítica de los jóvenes que se atreven a cuestionar el mundo que heredan. La lección perdurable, más allá de las valoraciones personales sobre su figura, es el poder transformador de la educación superior y su capacidad para formar no solo profesionales, sino ciudadanos conscientes y agentes de cambio.
La Universidad de La Habana, testigo mudo de la historia, guarda en sus piedras el eco de aquellos pasos. Unos pasos que, hace ochenta años, iniciaron un camino cuyo destino final nadie podía prever, pero cuyo impulso inicial nació, como debe ser, de la sed de conocimiento y de la audacia de la juventud.