Decencia
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Las instituciones de salud organizan frecuentemente jornadas productivas y traajos voluntarios para mantener la limpieza. Fotos: Redes Sociales
Eran dos personas mayores, al parecer madre e hija, las que nos llamaron la atención mientras caminaban con sendas latas de malta Bucanero ya vacías en sus manos, al parecer se las habían tomado mientras caminaban hacia la casa, pero en el trayecto, al no encontrar un cesto donde echarlas, seguían con ellas medio aplastadas quizá hasta encontrar el lugar correcto donde depositarlas.
Al mirarlas pensamos que, si por lo menos una parte de la población hiciera algo similar y no arrojara a la calle o a cualquier lugar el pedazo de papel de la pizza que comió en la esquina, el vaso desechable donde tomó granizado, la envoltura del chupa chupa o caramelos y galleticas y los otros tantos incontables desperdicios que sin miramiento alguno arrojan a la vía pública, hoy nuestra ciudad tendría una mejor situación higiénico sanitaria.
Pero si criticable es arrojar en la calle lo que nos estorba, más lo es todavía hacerlo en sitios a los cuales acudimos a realizar determinada diligencia o centros de servicios, donde por lo regular visitan o permanecen muchas personas, como un hospital.
Para nadie es un secreto que hace mucho hay déficit de esa necesaria fuerza de trabajo con el encargo de la limpieza de determinados lugares, donde no es para nada tentativo pulir pisos, baños y otros locales. Recuerdo que estando mi nieta en la escuela primaria, hace unos ocho años, ya había déficit de empleadas para asumir esas labores, por lo cual desde los padres hasta los niños eran los encargados de mantener el aula limpia y, como última instancia, se recogía dinero para que una persona hiciera la tarea.
En sentido general, la situación se fue complejizando cada vez más con la COVID-19 y situación económica del país, cuya principal causa para nadie es desconocida. De ahí, cada vez más esa imprescindible fuerza fue abandonando el sector estatal y emigrando hacia las nuevas formas de gestión económica o a las ofertas de personas que pagan bastante porque les hagan las labores hogareñas, por lo que muchos centros han quedado huérfanos de los brazos necesarios para mantener la higiene de muchas instituciones.
Y en este caso, sin dudas, uno de los más afectados ha sido el sector de Salud Pública. Hoy en hospitales, policlínicos y otros centros asistenciales puede contarse con los dedos de una mano las empleadas que quedan para mantener limpios lugares claves, como consultas, salas de ingresos, unidades quirúrgicas y otros sensibles locales en los cuales debe primar la pulcritud.
Ciertamente, el salario no es nada atractivo y es una actividad que demanda esfuerzos, así como la garantía de recursos desde los medios de protección personal hasta los de limpieza, desinfectantes y demás materiales que hagan más llevadera una labor imprescindible en cualquier esfera.
Pero si a esta problemática real y a la que se buscan alternativas, aunque todavía insuficientes, para lograr recuperar el personal necesario, le sumamos las indisciplinas y malos hábitos de algunos de los que acuden a esas instituciones o permanecen ingresados, el panorama no resulta en nada halagüeño, por el contrario cada vez se torna más difícil.
Pensemos, quién en la casa bota los restos de comida por un lavamanos o la taza, echa la almohadilla al baño o no la envuelve antes de colocarla en el cesto colector o después de hacer las necesidades fisiológicas no descarga; además al lado de la cama amontona latas vacías, cajas de juegos y todo el desperdicio de lo utilizado y muchos otros actos indescriptibles de falta de recato que, hoy por hoy, se protagonizan en nuestros centros de hospitalización y en vez de darnos vergüenza, se publican y echa la culpa solo a que “nadie limpia ni se preocupa por esta cochinada”, entre otras expresiones aún más soeces.
Entre todos debemos buscar un equilibrio en esta tan desagradable situación, de ahí que a organismos decisores les corresponde poner en prácticas acciones que contribuyan a paliar este sensible problema, y a nosotros, la población, rescatar entre todos la decencia y el comportamiento acorde con las normas de convivencia social adecuadas, como el de esas señoras que con sus latas vacías en sus manos buscaron el lugar correcto donde dejarlas.