Cielo de todos, dolor de todos
- Por Reynaldo Zaldívar
- Hits: 2833

Crear un espacio que agrupe a la mayoría en torno al bien de la Patria, sin que interfieran las opiniones sobre el ordenamiento social, el color de la piel, el género, las ideologías o las posesiones materiales, ha sido por décadas una necesidad para los cubanos que ven asediado, cada vez con más intensidad, el respeto a su soberanía.
Sabía muy bien Martí el efecto devastador que había causado la falta de unidad en la lucha independentista. Lo dejó claro al expresar: “La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político” (OC, t.1, p.424).
Martí reconocía que muchos de los que luchaban por la independencia no pensaban como él y, sin embargo, no eran sus enemigos. Y esto lo había ganado con un trato respetuoso hacia las opiniones ajenas. Al respecto afirmó: “Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si sirven a la patria!” (OC, t.4, p.219). El amor por su tierra era tal, que le parecía que santificaba a todo el que en ella vivía; eso le bastaba para perdonar a los que hubiesen cometido errores en aras de defenderla (OC, t.22, p.117).
El gran mérito del Apóstol no se encuentra en asimilar las experiencias de las luchas anteriores y el efecto devastador de la falta de unidad, sino en crear un entramado ideológico para solventarlo. Y fue sin dudas el Partido Revolucionario Cubano (PRC) el mecanismo de mayor alcance unificador en las luchas independentistas. Proporcionó una línea programática a la preparación de la guerra y unificó las fuerzas que hasta la fecha actuaban dispersas.
A Martí le preocupaba la unidad, no solo de los cubanos, sino de los pueblos de Latinoamérica. “Porque alguna vez se han de juntar, para ir levantando el corazón, los que sufren en tierra extraña por una causa común, y tienen las mismas penas y los mismos héroes” (OC, t.1, p.199).
¿La razón? Los que pretenden arrebatar a otros su independencia, que define en su ensayo Nuestra América como “gigantes que llevan siete leguas en las botas” y amenazan con ponerlas sobre los pueblos. (OC, t.6, p.15).
Una América donde cada país tenga el derecho a elegir la ruta de su felicidad, sin que medien fuerzas extranjeras que intenten impedírselo. No son pocos los gigantes que pretenden quitarles a los pueblos sus recursos, y de estos es, quizás el más preciado, la libertad que tiene cada uno a elegir su forma de gobierno. “La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie” (OC, t.4, p.239).
Lograr la participación de la mayoría en una lucha por alcanzar intereses comunes es cada vez más necesario. A todos debería preocuparnos la ruta de los acontecimientos globales, donde cada vez más banderas pierden la intensidad de sus colores y fingen una pasividad sorprendente mientras otros pueblos, de seguro más astutos, ponen las manos sobre sus riquezas y arrebatan su felicidad, o la compran por bochornosos valores. Hemos de estar alerta contra aquellos que dejan a merced de otros la capacidad de decidir su futuro: son tan pobres en espíritu que representan un peligro para el resto.
Los acontecimientos de los últimos días, donde se han enviado desde todas las regiones del país donativos hacia Guantánamo para resarcir las afectaciones del huracán Óscar, confirman la capacidad que tiene nuestro pueblo para unificar virtudes.
Cuidar de la Patria es una responsabilidad que no podemos legar a futuras generaciones ni justificar ante la Historia. Nos corresponde aportar a la materialización del sueño martiano donde sea un viril tributo de cada cubano a otro el culto a la dignidad plena (OC, t.4, p.270).
Levantemos el corazón contra los males del siglo, robustos como árboles que juntos podrían, incluso, impedir el paso de las estaciones.