Gual: la obra, la vida y otras verdades
- Por Rubén Rodríguez González
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Abundan las anécdotas sobre él. Supongo que algunas sean apócrifas, aunque su carácter, personalidad y temperamento hacen creíble cualquier relato, por rocambolesco que este sea.
Escuché narrar cómo abordó una lancha guardacostas durante el accidente de un crucero, próximo a aguas territoriales cubanas. Dizque reclamó el aparato de radio en nombre de la prensa holguinera y, lograda la comunicación, les disparó un improvisado discurso en inglés patojo, al que los tripulantes del buque averiado ripostaron: “Habla en español, compadre, que somos latinos”.
También cuentan que, otra ocasión, encargado de reportar un acto para el noticiero de televisión, llegó antes o después de la hora del desfile militar. Decidido a lograr imágenes de calidad y previa autorización de los responsables, pegó cuatro voces de mando que atronaron la plaza y puso a marchar enérgicamente a la tropa, en un vistoso despliegue.
Confesaba haberse enamorado del periodismo a los nueve años, hizo sus pininos en la emisora CMKZ Radio Baraguá, se graduó como corresponsal de guerra en la Academia Superior de las FAR, era licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Social, pero sobre todo, fue un gran ser humano.
Nostálgicos, recuerdan los holguineros su dinámico “móvil” de teleperiodismo, que recorría el territorio en busca de colectivos cuyo esfuerzo valiera la pena resaltar, pero también de centros con mal trabajo o donde se maltratase al pueblo, y literalmente “los ponía a parir”, que es lo que la gente espera de la prensa revolucionaria: que revolucione su contexto, como agente de cambio y perfeccionamiento.
Gran comunicador, llamaba la atención su manera de ser: entusiasta, bullanguero, protagonista natural de cualquier iniciativa, aunque conocía su sitio y era extremadamente ético en lo profesional, fuera un evento meteorológico, una investigación policial o una cobertura “de primer nivel”.
Lo ha dicho con acierto otro guerrero, Aroldo García: lo caracterizaban dos cualidades, la nobleza y la valentía con que defendió la verdad por encima de todo, fiel al eslogan que se inventó: “Así lo vimos, así lo decimos”. No extraña que le eligieran como delegado de circunscripción pues, con él, la gente se sentía representada, acompañada.
También devino maestro de hecho, y a los jóvenes colegas, los encaminó y estimuló con su ejemplo, su magisterio, sus palabras de aliento, en una profesión donde se aprende haciendo y se crece sobre la marcha.
Como dirigente gremial -porque fue líder natural- impulsó la creación de una microbrigada, que entregó viviendas a varios trabajadores de Telecristal en una urbanización del reparto Nuevo Llano, que bautizó como Villa Feliz, en alusión a la telenovela de turno; en foros profesionales y reuniones clamó por los derechos de los periodistas y demás personal de la prensa, que no es lo mismo pero es igual.
Con cuánta alegría recibieron los colegas, en especial los de la delegación de la Unión de Periodistas en el telecentro holguinero, que presidió exitosamente por años, su Premio Abraham Portuondo por la obra de la vida, que confiere la Upec en la provincia al desempeño destacado. Porque tuvo obra ostensible defendiendo lo que el pueblo merece y vida plena, que gozó y se le notaba. Fue un reconocimiento que pugnó por años y, finalmente, atesoró como galardón a su empeño y su constancia por cuatro décadas.
Amigos me dijeron, felices, hace poco, que al parecer su salud había mejorado, pues le vieron pregonar en redes sociales que estaba de vuelta en sus amados predios de Telecristal. Asumí que había ganado otra batalla en su guerra contra el cáncer, esa que se atrevió a ir “reportando” mientras plantaba cara a la innombrable, evidencia del modo en que había asumido este oficio testimoniante.
Holguinero por adopción, falleció el pasado 31 de julio y descansa en su natal Palma Soriano, Ricardo Gual Hernández, el periodista que me decía Carpentier y nunca supe si me estaba “vacilando”.