José Martí: solo la luz es comparable a mi felicidad
- Por Carlos Velázquez Álvarez / estudiante de periodismo
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La noche tormentosa del 11 de abril de 1895 en un bote que estuvo a punto de naufragar por el fuerte viento y la bravura del mar, El General del Ejército Libertador Máximo Gómez Báez y yo, José Julián Martí Pérez, desembarcamos por Playita de Cajobabo en Baracoa, ante un imponente farallón.
Tres días después, nos reunimos con la guerrilla del comandante Félix Ruenes con gran alegría. ¡Qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado!
Al día siguiente, Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que, aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos.
Con esta felicidad tan grande, el 18 de abril, la belleza de la noche no me deja dormir. Entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima.
Luego, el 25 de abril nos encontramos en la región de Guantánamo con El General José Maceo, quien nos regala caballos. El mío es un corcel bayo claro, casi blanco. No sentíamos ni en el humor ni en el cuerpo la angustiosa fatiga, los pedregales a la cintura, los ríos a los muslos, el día sin comer, la noche en el capote por el hielo de la lluvia, los pies rotos. Nos sonreíamos y crecía la hermandad.
Pero, me turba que me llamen Presidente y en vez de aceptar este título, lo rechacé en público, porque ni en mí, ni en persona alguna, se ajustaría a las conveniencias y condiciones recién nacidas de la Revolución. No obstante, me siento satisfecho atendiendo a enfermos y heridos, al saber cómo está hecho el cuerpo humano y haber traído conmigo el yodo y el cariño que es otro milagro.
Por otra parte aunque el 5 de mayo tuvimos una reunión en el ingenio La Mejorana con El General Antonio Maceo, para tratar temas de suma importancia ,y al despedirnos de él, teníamos el sabor amargo de una discusión muy difícil; el 6 de mayo nos recibió con gran entusiasmo, porque la unidad siempre está por encima de las diferencias.
¡Qué entusiasta revista la de los 3 000 hombres de pie y a caballo que tenía a las puertas de Santiago de Cuba! ¡Qué lleno de triunfos y esperanzas Antonio Maceo! Les hubiera enternecido el arrebato del Campamento y el rostro resplandeciente que me regalan de cuerpo en cuerpo los hijos de Santiago de Cuba.
Así, desde lo más profundo de mi ser, sentía que todos los días estaba en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo para impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.
Precisamente, el 19 de mayo, después del almuerzo en el campamento de Vuelta Grande, sobre la una de la tarde, llegan noticias de disparos procedentes de la zona de Dos Ríos. Sería mi primer combate. Ya en la mañana había arengado a las tropas de Bartolomé Masó, integradas por unos 400 cubanos, en un tono inspirado y arrebatador. Se dieron entonces, Vítores de ¡viva la independencia!
Ahora, yo, que hice prácticas de tiro en La Florida y estudié al detalle grandes proezas militares de América, corro en mi caballo Baconao al campo de batalla. Tres balas son disparadas contra mí y al morir, riego la tierra con mi sangre.
Pero, sin ilusión alguna de mis sentidos ni pensamiento excesivo en mí propio, ni alegría egoísta y pueril, puedo decir que llegué al fin a mi plena naturaleza. Solo la luz es comparable a mi felicidad.