Primero con Salud
- Por Liset Prego Díaz
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De seguro muchos recuerdan su primer desfile del Primero de Mayo con cierta añoranza: tal vez sus remembranzas incluyen andar en hombros de sus padres, y desde esa atalaya ver a la multitud, el colorido, las banderas multiplicadas en rostros y pancartas, en pullovers y en las manos agitándose inquietas.
Hay quienes rememorarán todas las comparsas en las que arroyaron, al sonido de los ritmos más candentes que durante semanas ensayaron para ganarle a la tal o más cual empresa. Y vendrán al recuerdo los adornos en las calles, los carteles, las iniciativas y coros al pasar por la tribuna, los disfraces de los niños vestidos como militares, policías, deportistas, constructores, en miniatura, una especie de cápsula del futuro.
Habrá quienes lo recuerden como aquella cobertura de prensa donde tres periodistas iban contando los sucesos desde la madrugada, turnándose una sola laptop, con una conexión a internet precaria, pero con un entusiasmo que suele ser típico de los primeros años de graduados.
Para muchos el Primero de Mayo, más allá de la concentración sindical de mayor alcance en cada año, es el momento de reencontrarse con antiguos compañeros, de socializar con los colegas fuera del trabajo, de presumir resultados que han costado horas de desvelo, esfuerzo diario, y un voto de confianza por un proyecto de país, al que empujan las mismas manos que ondean enseñas desde la madrugada.
Pero otra vez tocará un inicio de mayo silente, de plazas vacías y amigos ausentes. A pesar de las circunstancias que así lo determinan, este no es ni será un llamado a la tristeza sino una pausa para la esperanza.
A los que se dan cita cada Día Internacional de los Trabajadores en las plazas de toda Cuba les toca un compromiso quizás más alto con la nación, ser responsables, construirse un parapeto de sentido común tras el cual resguardarse junto a su familia, la de la casa y la del trabajo. Porque la vacuna en progreso demora aún, porque ella no es el detente absoluto de la pandemia, porque el descuido ha traído muerte y la constante multiplicación de un virus al que se le ha perdido el miedo, y esa clase de miedo, que no paraliza, sino que impulsa a protegerse, es necesario.
Esta conducta responsable deberá sumarse a un compromiso con la eficiencia, porque la alegría gratuita y el alborozo infundado no nos traerán prosperidad si no se acompañan con la necesaria producción de alimentos, con la búsqueda de alternativas que nos den soberanía y que nos permitan insertarnos en mercados externos, con la flexibilización de atavismos que coartan la creatividad.
No llegarán solos eso anhelos de confort para el país, hay que trabajar desde las competencias que llevamos formando por años en universidades y centros de estudio de distintas enseñanzas, es hora de cosechar toda la ciencia sembrada, de poner fuera de las gavetas soluciones que se han dicho tanto pero que no se han implementado, que a veces parece increíble, de deshacer entuertos que hacen metástasis en la economía nacional, ello empezando desde lo pequeño, el municipio, la empresa que parece insignificante, la cooperativa, la finca, el salón de belleza privado donde el ingenio hace maravillas, la casa, el “timbirichi”, la fábrica de fábricas, la mina, la Universidad, la conciencia.
Este Primero de Mayo no habrá desfiles, volveremos a pasarlo en casa, habrá quienes, como siempre, trabajen para todos, y con ellos y los que aguarden en sus hogares, los conectados en las plataformas y redes del ciberespacio, los que sanan, los que fundan, los que sueñan, unidos, haremos Cuba.