Camilo: memorias imborrables

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En aquel entonces no imaginábamos el coronavirus. Nos saludamos como siempre. Besos. Apretones de mano. Abrazos. Cuando el sol se acercara un poco más al horizonte, haríamos la caminata a Gibara en homenaje a Camilo Cienfuegos.

Nos reunimos en el Monumento del Che. El Che, que fue su amigo y, entre las tantas afinidades, le reía las bromas. Aquel día en que fue a Las Vegas para verlo, no paró de imitar su acento argentino. Guevara le hizo notar que estaban en presencia de los jefes de comandancia, escuadra y suministros. “¿Y vos creés que me vas a impresionar con tu estado mayor?”, le ripostó Camilo, suavizando la ye…

No hay punto de partida más sólido que la amistad para atravesar caminos difíciles. Fueron los amigos quienes me convencieron de que podía recorrer a pie, en una noche, los 35 kilómetros entre Holguín y Gibara. En fin de cuentas, Cienfuegos tuvo que hacer suyos la Sierra y el llano, bajo la amenaza de la avioneta y el bombardeo, la delación y el soldado de Batista.

¿Cómo hubiera sido nuestra caminata temiendo una emboscada en las numerosas curvas que conducen a la villa blanca? ¿Si esa noche se hubiera multiplicado en cientos de noches inciertas? ¿Si de la resistencia de nuestros cuerpos hubiera dependido un pueblo entero, el país, la libertad del país?

Pero nuestra realidad fue otra. Cantábamos, como suelen hacer los jóvenes cuando andan en cuadro apretado; disputándonos la gloria de ser los primeros en llegar.
 
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Probablemente, Camilo sería de esos que se quitan los zapatos para echarse a correr y cruzar antes que todos la línea invisible que inicia la ciudad de los cangrejos; de los que se bañarían en la playita en plena madrugada, espantando el sueño de la misma manera en que se espantan los mosquitos.

Y por el camino compartiría sus historias, como se las contaba a los padres en aquella carta: “Llegué al Dpto. de bolsillos, ahí me dieron una pequeña indicación de cómo hacerlos y me hicieron uno, entones les tiré mis alardes, les dije: mire, maestro, yo los hago igual con un procedimiento más “Moderno”; me dijo: Ok, vamos a ver. Les hice uno y me dijeron: déjese de inventos y hágalo como le dijimos”.

Poco después de pasar Aguas Claras, éramos como aquel mulo que debió empujar tres veces cuando iba loma abajo. Ganaba el cansancio. Ya nadie alteraba con canciones el silencio de los campos.

Entonces comprendimos por qué fue grande Cienfuegos. La guerrilla debió ser difícil. Responsabilizarse del destino del país, postergar las aspiraciones personales, también.

Todavía me preguntan por qué hicimos aquella caminata, por qué empeñarnos en recordarlo hoy, cuando se cumplen 89 años de su natalicio.
Simple. Los jóvenes necesitamos saber la talla de nuestro carácter. Toda medida de valor requiere referentes como él, que colocó la calidad humana a una altura retadora. En su simpatía y compromiso con Cuba nos miramos para intentar transformarnos en nuestra mejor versión.
Casi amanecía cuando entramos, por fin, a Gibara. Camilo llegó con nosotros.
 
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