La Patria no se rompe en mil pedazos

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la coubre 1Fotos: Archivo
 
Nelson Carralero Báez era solo un muchacho, un “guajiro de Holguín suelto en La Habana”, para recibir un curso de capacitación cívica y trabajar luego donde lo asignaran, como miembro del Ejército Rebelde.

“El 28 de septiembre de 1960 me encontraba bajo el balcón donde Fidel dio el discurso. Ahí estaba yo. Y fue cuando escuchamos un petardo”. Con 15 años, no podía imaginar que las amenazas tomarían formas peores, muchos peores que un petardo al amparo de la noche.

“Salíamos hacia el cuartel donde comprábamos la ropa y demás útiles que como militares necesitábamos. Cuando vamos llegando, sentimos una explosión. Grande. Y humo que salía de la zona de los muelles”, cuenta.
 
Caían del cielo trozos de hierro y metralla. Era 4 de marzo de1960, 3:10 pm. Había detonado la carga del buque francés La Coubre: 31 toneladas de granadas y 44 de municiones, para defender la isla en caso de un ataque.

“Vimos cómo pasaban las ambulancias… La sirenas de la policía… Entonces, con otro grupo de compañeros, nos dirigimos hacia allá. Todos los miembros del Ejército Rebelde y de la Policía, cuando vieron esa situación, corrieron para auxiliar”.
 
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Fue una reacción instintiva

“Cuando iba llegando a los muelles, se produjo una segunda explosión. La onda expansiva me levantó y caí al suelo. Sentí los oídos a punto de reventar. Y cuando, medio mareado, me paré y miré a mi alrededor, vi que mis compañeros estaban heridos o muertos…”

Vio, además, el tendido eléctrico en el piso, el buque deforme, con el mástil fracturado en pedazos, el fuego comiéndoselo todo. La segunda explosión fue para él y sus compañeros, ahora lo sabe, y también para Fidel, el Che y todos los que corrieron a ayudar.

“En esa confusión, me tocaba el cuerpo y me preguntaba cómo estaba vivo todavía, porque a mi alrededor había un cuadro dantesco. Cadáveres regados por doquier, brazos, piernas, pedazos…”
 
Después, se conocerían las cifras exactas: un centenar de muertos (34 de ellos desaparecidos); 400 heridos (decenas de ellos incapacitados de por vida), más de 80 huérfanos.

“Entonces, me incorporé para ayudar a recoger los restos humanos. En ese momento, un reportero de un periódico de la época me tomó una foto, en la cual aparezco señalando a otro grupo de compañeros dónde colocarlos”.
 
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Todavía la conserva, porque los recuerdos no son tan precisos 60 años después. Y en ella descubre, una y otra vez, al muchacho que fue, creciendo de golpe en el escenario del que considera el peor crimen que se haya perpetrado contra su país.

Al día siguiente, no pudo estar en el entierro de las víctimas y presenciar el discurso de Fidel, pero lo supo, como todos los cubanos: la explosión de La Coubre no fue un accidente (porque las pruebas realizadas demostraron que las granadas no explotaron solas), sino un acto terrorista organizado por la CIA para impedir que la naciente Revolución se fortaleciera militarmente.

Desde el sepelio, que fue doloroso, pero no el único, ¡Patria o Muerte! es la convicción de los cubanos.

En aquel entonces, Nelson exclamó con fuerza ¡patria o muerte! y no pudo imaginar que lo repetiría tantas veces en el futuro.

A fin de cuentas, era solo un muchacho. Y, dicho sea de paso, un muchacho no debería vivir horrores como el del 4 de marzo. Aquella tarde, debió estar trabajando, o sentado en el malecón, en lugar de pasar las horas cargando los restos de sus compañeros.
 
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¿Pero qué le importaba a los que ordenaron el sabotaje lo que fuera mejor para Nelson, o las familias de los cientos de muertos, heridos, mutilados?

¿Qué importaban esas víctimas, si con el crimen podían revertir el proceso revolucionario en Cuba?

¿Y qué importa un crimen, si tu nombre permanece, junto al dossier completo de la investigación, en la caja fuerte de una fundación marítima francesa, con prohibición de comunicar fijada a 150 años?

Hoy, Nelson, que trabaja en el departamento de dirección de Telecristal, el canal de televisión de la provincia de Holguín, le llama al 4 de marzo “el día que nació otra vez” y continúa firme en su convicción, orgulloso porque vivió la historia, y tuvo la suerte de sobrevivir para contarla.
 
 

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