La luz al final del pozo
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Era domingo, periodista, y usted sabe cómo son los domingos. No pensaba salir de mi casa con la cámara a nada. A menos que viera un chipojo por el portal, un pajarito, un hongo, una mariposa… O comenzara a llover y alguien pasara con sombrilla. A lo que me llame la atención sí le hago fotos y las publico. Entre tantas cosas simples siempre hay algo bonito que intento captar con mi cámara.
Para matar el aburrimiento, abro el Facebook y veo la noticia. El colaborador de Tele Cristal, Loidel Gaínza, informaba que el Comando 30 y la Unidad de Rescate y Salvamento de la Fábrica de Níquel Pedro Soto Alba, de Moa, se encontraban en Mícara, "Frank País", para rescatar a Fernando Herrera Ramírez que había caído a un pozo de 12 metros de profundidad.
Llamé a la periodista Yulieska Hernández. Hicimos la coordinación nosotros mismos y nos fuimos de Moa para allá. Llegamos sobre las siete, casi oscureciendo. Los primeros segundos fueron inspeccionando el lugar, mirando cómo era aquello. Le dije a Yulieska: “Esto va a demorar, pero de aquí no me voy hasta que saquen al hombre vivo”. Ese era el momento cumbre de la noticia.
Uno, por el trabajo que desempeña, puede presenciar cosas muy fuertes que otras personas no pueden ver. Hacia aquel pozo, donde estaba casi sepultado Fernando, entre lajas y tierra, había muchas miradas. Yo tenía que convertirme en los ojos de la gente, como en esas otras tantas coberturas que hacemos como parte del equipo de prensa del telecentro. Moa es un municipio que genera muchas noticias y nosotros andamos detrás de la información, con la técnica que tenemos, pero tratando de hacer las cosas a la altura de un camarógrafo o reportero de un telecentro provincial o un corresponsal nacional.
He estado en coberturas peligrosas y difíciles, como accidentes masivos, el incendio en el campamento de la Ferro Níquel y en el Cerro de Miraflores, cuando se cayó el puente sobre el río Toa en el Huracán Matthew, en partos, cesáreas, operaciones…
Estuve hasta en un escape de amoníaco que se dio por el puerto. Le digo que los pájaros pasaban y se caían. Hubo momentos que salí corriendo, porque sabía que no iba a aguantar ni medio minuto más en el lugar que estaba. Un bombero me prestó una careta. Me la puse y regresé al lugar, porque cuando a ti te gusta lo que tú haces, te cuelas por aquí y por allá. No importa que te digan: “no te pares ahí”. Tú te vuelves a parar, porque si tú no te arriesgas, no comunicas.

Eso fue lo que me llevó a Mícara y a conocer de primera mano la historia de Fernando. Era un pozo profundo que lo hicieron hace no sé cuantos años por allá. Ellos, por su propio medio, empezaron a enchaparlo por dentro, pero sin cemento ni nada. Ponían piedra y laja superpuestas, unas arriba de otra.
Fernando bajó al pozo con una soga. Andaba con el hijastro y no me acuerdo quién era el otro. Le dijeron que tuviera cuidado y, de momento, ocurrió el derrumbe.
Los familiares avisaron y así fue que comenzaron a movilizarse las fuerzas para ver si podían sacarlo con vida. Hicieron otro pozo para hacer la operación. El trabajo de sacar todas esas piedras de ahí fue súper duro. Había mucha humedad. Se habían sacado muchas lajas y piedras, pero quedaban muchísimas cosas inseguras en la pared de arriba y el rescatista que estuviera debajo podía quedar sepultado también.

Bajaron a un rescatista de la Pedro Soto. Oiga, periodista, ese tipo es un animal. Parecía el hombre araña colgado de una cuerda. Todas las piedras que se sacaron de allí pasaron por sus manos. Cogía una roca y se la daba a otro para que la sacara por la otra vía de acceso. No paraba. Alguien pidió que lo sustituyeran, para que descansara. ¡Pero qué va! A los 40 minutos tuvieron que ponerlo otra vez.
Él no dejaba que Fernando se durmiera. Era una indicación. Lo mantenían al tanto de todo. Hablaba muy coherente. Le decían: “Te van a van a bajar un paramédico para canalizarte una vena” y él respondía: “Pero, ¿ pa´ qué van a bajar un paramédico? Yo estoy bien. A mí lo que me hace falta es que me quiten la piedra de la pierna”.

Los rescatistas habían aprovechado la soga por la que él se deslizó para pasarle una manguera con oxígeno. Y en ese momento lo más importante era que no se durmiera. Por eso, este rescatista que le digo, le sacaba conversación.
- ¿Qué, dime? ¿Cuántas hijas tú tienes?
- ¿Pa´ que tú me preguntes por mis hijas? -le respondía Fernando.
- No, compadre, por preguntar. -insistía-. Fernando, ¿tú tienes puercos? Porque cuando salgamos de aquí nos los vamos a comer.
Así empezaron a hablar. Si él se reía con las bromas, nosotros ni siquiera lo vimos.

Yo subía y bajaba como un alpinista por las cuerdas de los rescatistas. Siempre he tenido buena comunicación con ellos, porque hemos trabajado muchísimo juntos. Son del personal más capacitado, por su entrenamiento y sus recursos.
Cuando bajaba con ellos me ponía a un lado para no entorpecer. Les dije: “Si van a tirar una piedra y creen que me va a caer en un pie, no se preocupen, tírenla. Yo ni chillo por tal de que no me saquen de aquí. Si me tiene que pasar por arriba, me pasan por arriba.
Ellos también conocen y agradecen mi trabajo. Fíjese que cuando ya se le veía una mano a Fernando, me llamaron para que bajara y le hiciera una foto. Pero la mano tenía tanta tierra que parecía una piedra más.

Después me dijo: “Se ve la cabeza”, pero le pusieron un casco de seguridad y lo que veía era solo el casco. Ya después le sacaron un brazo y los rescatistas me dijeron: “Párate ahí”. De donde yo estaba hacia arriba había como seis metros. Yo me paré y le pregunto a Fernando:
-¿Cómo te llamas? -Él hablaba, pero no me miraba-. ¿Te duele cuello?
Me decía que no y yo grabando.
-¿Y tú me puedes mirar? - Paré la grabación cuando le fui a preguntar eso para hacerle la foto en el momento que mirara. Ahí está la imagen en las redes de él allá abajo, con la manguera en la mano. También está el registro de los rostros y emociones de algunos de los valientes que protagonizaron esta hazaña.

Fue un trabajo muy bien coordinado entre paramédicos, médicos, traumatólogos. Se previó todo para hidratarlo, canalizar una vena en cuanto pudiera sacar un brazo, ponerle un collarín al descubrir la cabeza. Se entrenó al paramédico para que ni rozara las paredes del pozo cuando lo suspendieran con el arnés para sacar a Fernando…
Se lo llevaron al hospital. Hicimos algunas entrevistas más. En casa de Loidel Gaínza editamos el primer video que salió y nos ofreció desayuno. Él fue uno de los colaboradores que más nos ayudó.
Volví a mi casa en Moa y contacté con Fernando en el hospital. Solo le dolían los brazos. Ese hombre no parece que se pasó 26 horas bajo tierra.
¿Cómo es la pregunta? No, no, yo no soy fotógrafo profesional. Entré como luminotécnico cuando se creó Moa TV en 2006 y como a los seis meses hice un curso y pasé a camarógrafo. Intenté matricular en la Universidad de las Artes, y no pasé. Pero uno aprende muchísimo con experiencias como esta y sé que lo que no le puede faltar a un fotógrafo es la creatividad y el deseo de hacer siempre algo nuevo, de arriesgarse. Y como dice Eddy de la Pera, uno de mis profesores de siempre: “El mejor trabajo está por hacer”.
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