Rosa Tang, floreciendo en la adversidad
- Por Liset Prego Díaz
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Rosa de la Caridad Tang Velázquez, Rosita, tiene 21 años. Estudia el tercer año de Comunicación Social en la Universidad de Holguín pero no es una estudiante que pasaría inadvertida, porque quiere hacer y hace, emprende, sueña, proyecta, cumple. Tal vez por eso en medio de la pandemia que asola al mundo y que en la ciudad de los parques se ensaña, no pudo quedarse quieta, necesitaba ser parte de la solución con sus manos, con su voz, con su energía esencialmente sanadora. He aquí su vivencia:
¿Cuál fue tu experiencia en el trabajo en las mesas coordinadoras?
“Trabajé en Ciencias Médicas solo 12 horas. El motivo es que también trabajo en el vacunatorio de mi comunidad. Entonces tenía que elegir entre este y el puesto de mando, hablé con la decana de mi facultad y entendió la necesidad de estar en el vacunatorio.
Pero aquellas fueron las 12 horas más difíciles de mi vida, no por las condiciones, al contrario: estás en una oficina con aire acondicionado, tienes transporte, las personas son muy agradables y se trabaja bien. El problema radica en la cantidad de situaciones terribles a las que tienes que hacerle frente.
Este es el procedimiento. Una persona X te llama, te cuenta su situación, corresponde anotar sus datos y su número de teléfono para llamar y darle respuestas. Una vez que atiendes la llamada tienes que contactar, ya sea a un centro de aislamiento, un hospital, policlínico, banco de oxígeno, en fin, donde radique el problema. Ellos te tienen que dar una respuesta; luego llamas a la persona que se quejó, aunque no siempre son quejas, también llaman para saber resultados de PCR”.
¿Qué impacto tuvieron en ti las 12 horas cumpliendo ese rol?
“Me afectó mucho psicológicamente, pues las personas están nerviosas, angustiadas, alteradas y me pongo es su lugar. Por eso hacía todo para darles una respuesta. Muchas me decían que con solo escucharme se sentían mejor. Al estudiar Comunicación Social entiendo de la importancia de escuchar, prestar atención, las relaciones públicas, con mucho respeto”.
¿Cuáles fueron las situaciones que más te marcaron?
“Allí daba todo de mí, recibí quejas de todo tipo. Un hombre que perdió su hermano llamó muy mal y cuando lo atendí respetuosamente y con amor, me dijo hasta dónde trabajaba, por si un día necesitaba de él. Las personas me agradecían, me pedían que me cuidara y hasta me preguntaban cuándo me tocaba trabajar.
Por eso considero tan importante la labor que se realiza allí. Muchas veces no le dan la solución, pero ellos se sienten informados, apoyados y saben que están trabajando porque siempre se le dé una respuesta.
Se le pide a la población que tengan paciencia porque entran muchas llamadas de todos los municipios y por eso el teléfono está ocupado, pero nunca es porque le dejemos sonar, otra cosa es que una vez que se recepciona la queja hay que llamar a otros puestos de mando que también pueden estar ocupados o la persona que nos atienden nos pide unos minutos para darnos respuesta. Lo que sí le puedo asegurar que siempre le llegará una respuesta.
Al terminar el día no tenía fuerzas y solo pensaba en la irresponsabilidad de algunas personas al ver que hacen fiestas, están pegados haciendo las colas y no se dan cuenta de esta terrible enfermedad, del sufrimiento de otros porque tienen a su hija, esposo, padres muy graves, que le falta oxígeno o un medicamento, y tampoco piensan en el sacrificio del gobierno, en el trabajo del personal de salud o de personas voluntarias o no como las que están allí”.
Pero tienes otras experiencias en el combate a la COVID ¿de qué se trata?
Fotos: cortesía de la entrevistada.
“Cuando me avisaron que empezarían a vacunar nos reunimos un grupo de vecinos para limpiar, ese día fue 11 de julio o sea mientras había personas acabando en las calles nosotros estamos trabajando duro. Todo quedó hermoso. Al día siguiente inicié mi trabajo en el vacunatorio #7 en Villa Nueva, área de salud Pedro del Toro. Participé en los últimos detalles, por el Comité de Comunicación creamos las señaléticas, carteles para poner en lugares públicos y se organizó todo desde dónde echar la basura, hasta el pomo de hipoclorito. Llegó el gran día, se inició con las personas mayores de 65 años.
Hoy mi tarea es organizar a la población, ir llamando y hacer cumplir todas las medidas higiénicas, el distanciamiento, echarles hipoclorito a las personas, limpiar el pasamanos de las escaleras frecuentemente.
Me gusta el vacunatorio porque se respira vida. Me encanta ayudar, mido la temperatura. Como es en un sótano ayudo a bajar y a subir a las personas mayores o que tengan alguna enfermedad.
A quienes tienen la presión alta, como muchas veces no hay medicamentos y a la mayoría le sube porque es emocional, me pongo a conversar con ellas, hacerlas reír y les digo cosas bonitas para que se sientan cómodos. Hay abuelos que no tienen a nadie y yo los ayudo en ocasiones si tiene la presión alta les quito lo zapatos sin ningún problema a los que no pueden por tener alguna discapacidad.
Una vez una persona tenía la presión alta porque había muerto su hermano y yo le empecé a hablar y le bajó y me miró y me dijo que fui su captopril, me tuve que reír.
Paso por los CDR a llamar a las personas para que se vacunen, anoto los que me faltan y el motivo. Hay muchos ancianos que, aunque no son postrados y pueden caminar, presentan dificultades físicas. Busco algunos a la casa y los traigo de la mano porque viven solos o los hijos me lo piden porque están trabajando. A los que presentan problemas nerviosos o alguna enfermedad, les explico para que no le den miedo. Además, ayudo a repartir la merienda a los médicos, enfermeras y a los estudiantes”.
¿Puedes contar experiencias agradables de este proceso?
“Tengo experiencias bellas porque las personas me piden que les haga fotos, otras le agradecen a Fidel, (en el vacunatorio hay fotos del Comandante).
Allí de cierta manera llevo a la práctica mi carrera, pues me comunico mucho, informo, escucho, que es la primera ley de un comunicador, observo. Es pura relaciones públicas y con un público con diversas y fuertes características. Hasta he llegado a pregonar (ríe), cuando quedan dosis y nos faltan personas. Pero me encanta ver la alegría de las personas cuando se van y me dicen:
‒ Completo. Ahora a cuidarnos.
Allí se trata súper bien a las personas. No paramos un momento. Mi trabajo es todo el tiempo de pie. Pero me gusta ver a las personas cuando reciben uno de los grandes logros de la Revolución cubana. Como allí estoy en riesgo, de la fábrica de cigarros me enviaron medios de protección, pues soy militante de la UJC insertada en dicho centro.
Me siento útil, feliz y que estoy haciendo lo correcto, aunque mi familia a veces se preocupe porque vivo con personas mayores y también tengo algunos problemas de salud, pero ayudar es el mayor deber de todos en un momento tan difícil como el actual.
¿Estás vacunada?
“Me falta una dosis”.
¿Sientes miedo?
“No, porque cumplo con las medidas y porque siento que estoy haciendo lo correcto. Sé que es un riesgo y me preocupa enfermar a mis abuelos o a mis padres, que son mayores, pero el deber está antes que todo”.
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