Cobiellas y la dinastía de los domadores del tiempo
- Por Liset Prego Díaz
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Argelio Cobiellas Cadena fue parte de una dinastía de domadores del tiempo. Instruido por su padre, también Argelio, en el arte de las formas y el color, de los volúmenes y posturas, el creador fue además maestro por 30 años y fundador de la Escuela Profesional de Artes Plásticas El Alba. Enseñó como a quien no le basta hacer por sí mismo y va realizándose además en la obra de los discípulos.
A su propio hijo, Argelio, el tercero de su nombre, dio en heredad y por adelantado, el talento, como una verdad o un don, que pasa en los genes y se perfecciona en cada generación ascendente. Un hombre que se repite, pero se eleva, pienso en los Aurelianos Buendía de García Márquez y en los ciclos interminables, que repiten la tradición.
A su propio hijo, Argelio, el tercero de su nombre, dio en heredad y por adelantado, el talento, como una verdad o un don, que pasa en los genes y se perfecciona en cada generación ascendente. Un hombre que se repite, pero se eleva, pienso en los Aurelianos Buendía de García Márquez y en los ciclos interminables, que repiten la tradición.
Crear es gestar, traer al mundo un instante o individualidad. La vida otra que experimentan las obras de arte, salidas de sus manos van a vivir en las remembranzas de quien la estima y así vivirá Argelio Cobiellas Cadenas, quien se fue este abril en su natal Holguín, dejando una estela de figuras vitales, monumentos, huellas de la grandeza humana.
Cobiellas, de forma coral, inmortalizó héroes como Ernesto Guevara y marcó para siempre un punto en su propia ciudad y en otras como el mural escultórico, que regalaron él y la mexicana Electa Arenal a los pobladores de Puerto Padre, un Canto a la Revolución en líneas y formas.
El artista le fue entregando a la ciudad presencias inefables. Hoy alguien se hace una foto junto al cuerpo inmóvil de una obra de arte y eterniza el gesto. Entonces la obra se lanza hacia el futuro como su autor.
Aunque ya este hombre ha domeñado el tiempo, yendo al pasado y tomándolo cautivo en una Aldea Taína, donde los cuerpos de los primeros habitantes de la isla se materializan bajo la destreza de sus manos, ahora se detiene. Confesó que esta fue su más notable creación y por la que más dificultades debió enfrentar, una representación de 40 figuras humanas que congelaron la realidad de los aborígenes en Banes, asociado al Museo Chorro de Maíta.
A principios de este siglo y entre las ruinas hizo germinar entes corpóreos, patinadas figuras de la cotidianeidad en corredores y aceras en lo que hoy es Complejo Cultural Plaza de La Marqueta.
Ahora cualquiera podría detenerse y preguntarles la hora, una dirección, permiso para pasar, y ellas calladas, constatarían , que les fue insuflada vida, un hálito eterno más allá de la rígida pose de escultura, de los ojos vacíos, del paso sin concluir. Porque persiste el gesto, una intención, una historia en la detenida existencia de cada pieza, que el escultor moldeó.
En el cotidiano discurrir de la ciudad algunos confunden sus piezas con las de su hijo y sucesor, también así se perpetúa el artista. En lo que enseñó y su legado.
Ochenta y tres años le tomó dejar una huella en la nación, pero indeleble. Antes recibió el agasajo merecidísimo del Aldabón de la Ciudad, el Escudo de la Provincia, el Angelote, el Premio Electa Arenal, las medallas Raúl Gómez García, Octubre Rojo, Che Guevara, 28 de septiembre y la medalla conmemorativa por el 150 Aniversario del natalicio de Máximo Gómez.