El otro rostro de los días
- Por Rubén Rodríguez González
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Ciberacoso sufre el villano de la telenovela cubana El rostro de los días, una producción que ha logrado hacerse sitio en la preferencia del público. Por lo sensible del tema, la historia de René (Roberto Espinosa), Lía (Liliana Sosa) y su mamá (Lezvy Samper) ha sacado lágrimas, estrujado corazones y promovido la polémica en los hogares cubanos.
El asunto de la adolescente acosada y, posteriormente, abusada por el novio de su madre, algo que los duchos en telenovelas veían venir, como tópico recurrente en las series de televisión, ha desplazado en interés a otras historias. Además, el desarrollo de este conflicto ha tenido el beneficio de las orgánicas actuaciones, más favorecidas por la dirección de actores que otras subtramas.
Del debate suscitado me han llamado la atención dos aristas. Una es la del hostigamiento al actor que encarna al villano y que resultaría absurdo si no evidenciara la obnubilación del juicio y la falta de distanciamiento del público respecto a la obra artística, más cuando proviene de un consumidor que se presume educado, instruido o al menos escolarizado, y medianamente apto para la crítica.
Este fenómeno, sin embargo, no es nuevo: la historia de la literatura y los medios de comunicación recoge fenómenos similares, como la acogida de la novela por entregas Pamela, el pánico provocado por la versión radial de la novela de ciencia ficción La guerra de los mundos, adaptada por el jovencito Orson Welles, o el duelo internacional –con suicidios incluidos-, por la muerte del galán cinematográfico Rodolfo Valentino, en las primeras décadas del siglo XVIII.
Sobre los ataques de que ha sido víctima el talentoso actor, se me ocurre aventurar que, transgrediendo las fronteras genéricas, el público ha confundido la obra de ficción con otro hijo de la masividad audiovisual: el reality show, donde se difuminan los límites y varía la perspectiva, muchas veces con carácter interactivo.
Otro aspecto interesante es el guirigay suscitado por las opiniones de algunas personas, que auguran romance a partir del acoso y violación de la jovencita, paradójico cliché inducido por el abordaje morboso de la violencia como parte del cortejo amoroso, una interpretación totalmente errada y que ignora un aspecto crucial: la edad de la protagonista, lo que confiere implicaciones penales al tema.
Recuerdo la llegada de una telenovela paradigmática en los albores del consumo del género en Cuba: El árabe, mexicana, donde el secuestro y maltrato de la protagonista, una atractiva inglesita, por un jeque, devenía historia de amor, entronizando el estereotipo machista y misógino.
Tampoco olvido a la popularísima, y sosa, Cincuenta sombras de Grey y su sucedáneo más reciente, el filme 365 días, donde se impone la retrógrada violencia sobre la mujer como práctica común dentro del ejercicio de la seducción. Ambas extienden un velo de sofisticación y exotismo sobre la creencia acerca de la necesidad del maltrato y la sumisión como parte de la relación de pareja, y cristaliza en una frase demoledoramente vulgar: “A la mujer, p… y disgusto”. El modo en que demasiadas féminas comparten esta salvajada sigue siendo un misterio, o quizás es producto de lo que se ha dado en llamar educación patriarcal machista falocéntrica.
Me parece óptimo que una obra de arte suscite la polémica y mueva a las emociones y la crítica sobre un asunto esencial: el delito sexual y necesidad de llamar la atención en cuanto a la protección a la infancia y la adolescencia. Discrepo del acoso al actor, confundido con su personaje, y también de la entronización de criterios errados e incluso patológicos en las relaciones interpersonales, donde debería prevalecer lo afectivo y lo emocional.
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