El móvil hace al cazador

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Manos de titiritero Tina MoFoto: Tina Modotti
 
Pronto comenzará a caer la suave nieve y volverán a congelarse los arroyos, la manada avanza despacio, entretenida en rumiar el dulzor de las ultimas hojas doradas del otoño, entre los huemules, pobladores ancestrales de la Cordillera de los Andes, se mueve un hombre y su cámara.

Rodrigo De Los Reyes Recabarren, fotógrafo de fauna silvestre y abogado ambientalista, ha encontrado aceptación entre un grupo de huemules que habita en libertad la Patagonia chilena, quizás porque el instinto animal es avizor, los ciervos saben que la compañía es buena.

La complicidad con los mamíferos ha surgido en el andar paciente de años de observación, de paso cauto, mirada atenta y respeto, al recorrer junto a ellos las rutas de una vida gregaria, sin pretensiones de superioridad ni bruto especismo.

La relación del hombre con la manada es de confidencia animal, de disfrute pleno del viento que baja tempestuoso por las quebradas australes, de veladas silenciosas bajo las noches más estrelladas del planeta, de conocer olores, sonidos, sensaciones elementales de la existencia o quizás deseos, instintos exacerbados, apetitos básicos que se despiertan con la vida salvaje.

El proceder del abogado, es en cambio, a golpe de intelecto, letra punzante de cada día, un discurso de normas, corbatas y tribunas que pretende restituir los derechos primogénitos a los cérvidos en peligro de extinción, una riña en posición de desventaja contra el antropocentrismo que se ha instaurado como ley.

El compromiso del fotógrafo es el del cazador, que redime al huemul cuando le dispara, porque al obturar eterniza a la manada como legítima habitante de las tierras cordilleranas, utiliza la fotografía por su gran poder para discursar, para formar opinión, mover sensibilidades y unir voluntades.

Las fotos de Rodrigo son inspiradoras, al verlas uno quisiera adentrarse en ellas y quedarse allí para siempre, son el reflejo de una causa de vida, algo que se logra con pura pasión.

Las mismas pasiones que han sido leña de todos los tiempos, con motivaciones distintas y los avatares de otro azar, movieron la vida polémica de Tina Modotti, quien legó una obra fotográfica de acero.

En el cuarto oscuro en el que Tina trabajaba a tientas, encontraba, antes que sus manos escasamente iluminadas de rojo, las luces de todo lo que le era preciso decir en celuloide, urgencias de una mujer que vivía para desconocer los límites.

Supo encontrar rápidamente el camino para su estética, contar historias con imágenes en una época en la que aún no existía el fotorreportaje como género y reflejar muy bien la esencia de las cosas, lograr retratos veraces de las personas con las que trataba, siempre rodeada de gente que tampoco le fue indiferente a la historia.

Fotografió a un Julio Antonio Mella quien murió en sus brazos, asesinado a balazos, muy poco después de acceder a posar desnudo frente a su cámara, Tina legó a la historia de Cuba las mejores fotos de Mella, el perfil de sombrero alón que enmarcan en las escuelas, la mirada ceñuda de los libros, el torso desnudo del hombre, la mejor sonrisa del héroe.

Solo 400 fotos componen la obra de la Modotti y le alcanzaron para mostrar un país, una época, una ideología, una causa, quizás se hubiese asombrado al conocer los despilfarros de los gatillos alegres de estos tiempos en los que se llama amablemente democratización de la fotografía al hecho de que cualquiera pueda hacer malas fotos.

Al respecto reflexionaba por estos días un fotógrafo en actual ejercicio de la profesión, Orlando Barria, quien trabaja para la Agencia EFE y recorre las calles de Santo Domingo en busca de las historias de vida que puedan surgir en el contexto de la pandemia provocada por la COVID-19, él resaltaba cómo en tiempos en los que todo mundo es fotógrafo solo unos pocos trabajan gráficamente los estragos del virus.

Más allá de la broma que lleva implícita el comentario de Barria, y de lo bueno que pueda ser fotografiar sin la presencia contaminante de las manos con celulares metidas en el medio, con la pandemia se impone otra realidad que ha obligado a muchos fotorreporteros temerarios, algunos de ellos curtidos en conflictos bélicos, a permanecer en casa.

Para muchos se impone la necesidad de proteger a la familia, ante el riesgo de contagiar a los que se confinan en casala decisión deja de ser individual, aunque no sea fácil renunciar a la cobertura y permitir que sean otros los que cuenten la historia, pues el fotoperiodismo esuna profesión que no permite el teletrabajo y este contexto requiere ubicarse en posiciones de avanzada,moverse en la calle para reflejar de cercala crisis y frecuentar los lugares potencialmente comprometidos con el virus.

Esta situación ya ha sido comparada con coberturas de conflictos armados, no solo por la necesidad de tomar medidas de seguridad y protección, o por la cantidad de víctimas y la incapacidad de los servicios de salud para tratar a todos, sino por la incertidumbre ante lo que sucederá, el no saber cómo terminará.

La suerte de los que permanecen confinados es que cuentan con los mejores ojos para saber lo que sucede afuera, los fotorreporteros que han logrado trabajar en este contexto son, en su mayoría y a decir de Barria, los de siempre y este adverbio de tiempo empleado aquí, significa un alto grado de compromiso, de amor a la profesión.

Es el mismo amor que siente quien espera entre los arbustos gélidos para fotografiar una manada de huemules o el de una mujer que busca con ansias y erotiza el pecho de un héroe que también es hombre, es además el mismo amor de quien eclipsa al terror de la muerte y logra, tras máscaras imaginarias, legar a la historia las imágenes insólitas de una pandemia.

No importa la época del que mira, son muchos los que hallan ese camino de observador avezado, mujeres y hombres con motivaciones para decir con autenticidad, graficar con belleza lo feo, encontrar ingenio para divertir en medio de la calamidad, quizás porque el resultado solo es bueno cuando es la motivación quien obtura y la cámara es solo el medio de transporte de una cálida idea.
 

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