14 Jun 2025 - 7:10

Segundas partes nunca fueron buenas

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Segundas partes, segundas intenciones, segundo amor y segundas fotos nunca fueron buenas, o casi nunca, porque ser absolutos, tampoco es bueno, sobre todo, si se trata de temas donde prima la subjetividad de una opinión y más si la foto es de Steve McCurry.
 
El fotógrafo norteamericano con una obra descomunalmente bella, autor de centenares de imágenes que se han convertido en íconos del siglo XX, ha sido también intérprete avezado de ese fugaz instante vivido que vuelve única cada fotografía.

Así sucedió con el retrato a la niña afgana, hecho en el año 1984, que catapultó a McCurry al éxito internacional, luego de asumir la aventura de cruzar la frontera entre la India y Pakistán vestido con las ropas tradicionales de aquella región y entrar en el territorio afgano, controlado por rebeldes, justo antes de la invasión soviética.

Cuando McCurry regresó, tenía rollos de película cosidos a su ropa y ,entre ellos , portaba el retrato de la niña afgana Sharbat Gula, la imagen que es hasta el día de hoy la portada más famosa de la revista NationalGeografic.
 
Las imágenes atrapadas en esa ocasión hicieron al fotógrafo merecedor de la Medalla de Oro Robert Capa al Mejor Reportaje Fotográfico realizado fuera de Estados Unidos, premio dedicado a los fotógrafos, que muestran valor e iniciativa excepcionales y por ser estas las primeras imágenes, que mostraron al mundo aquel conflicto bélico.

El genuino retrato mostró con encanto la crudeza de aquella realidad y pasó a la historia como una obra magnifica, por sensibilizar al mundo con la mirada desafiante de una chica, que según ha contado el fotógrafo, muestra el enfado de ella ante el hombre desconocido, a Sharbat Gula nunca la habían fotografiado.

Su aldea había sido arrasada por la guerra, con seis años la niña vio morir a sus padres bajo las bombas y luego marchó de Afganistán a pie hasta Pakistán, vivía en un campo de refugiados y por su edad faltaba muy poco para que cubriera su rostro con la tradicional burka.

Esta foto es de esas buenas, de esas que no pierden vigencia, aun cuando el receptor desconozca el contexto histórico en el que fue tomada la imagen es difícil ser indiferente a esa mirada, la indudable fiereza de los ojos verdes en contraste con la piel morena, el rostro sensualmente enmarcado en el turbante de rojo refleja toda la rabia y el miedo de una adolescente, que subsiste en condiciones de guerra.

McCurry la inmortalizó como una Gioconda moderna, la mirada que capturó es irrepetible como la vida, invadió su espacio a boca de jarro y tomó la fotografía de manera inesperada, de frente, sin tapujos, como debe ser.
Sin embargo, Steve quiso más.

Diecisiete años después de tomada la foto un equipo del programa EXPLORER de NationalGeographicTelevision&Film acompañó a McCurry hasta Pakistán, para buscar a la niña fotografiada que en NationalGeographic había sido bautizada como «la muchacha afgana», porque durante todo ese tiempo su nombre fue desconocido.

Mostraron su fotografía por todo NasirBagh, el campo de refugiados aún existente en las inmediaciones de Peshawar, donde se había hecho el retrato, las posibilidades de que la niña hubiera sobrevivido eran escazas, tampoco sería fácil encontrarla tras las prendas tradicionales que cubren el rostro de las mujeres adultas.

Luego de lidiar con falsa pistas y mucha información errada, lograron saber que había regresado a Afganistán, tardaron tres días en llegar a la aldea donde vivía, la identidad fue confirmada por el FBI mediante una tecnología de reconocimiento facial y comparación del iris de los ojos.

El fotógrafo pudo reencontrarse con Sharbat Gula luego de ella obtener el permiso de su esposo, hasta ese encuentro, diecisiete años más tarde, nadie había vuelto a fotografiarla, McCurry logró tomar una segunda foto.

Luego contó que el rostro de ella se mantuvo inexpresivo durante el encuentro, la conversación fue breve, la mujer no comprendió por qué su retrato había conmovido al mundo y no mostró emoción alguna, le preguntaron cómo había sobrevivido, “ha sido la voluntad de Dios”, respondió con certeza.

La mujer que sin saberlo ha inspirado a personas de todo el mundo para trabajar como voluntarios en campos de refugiados o realizar tareas humanitarias en Afganistán, solo se avergonzó de los agujeros del chal rojo cuando vio la foto anterior.

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La segunda fotografía, bastante difunda en su momento por el logro del hallazgo, tuvo un alto impacto mediático, pero llega a nuestros días como una imagen carente, ya no andaba por allí la mirada en la que podía verse la tragedia de un país en guerra, con la rebeldía de la juventud y la esperanza que solo se alberga en la inocencia pueril.

En la primera imagen se trata de una niña de 12 o 13 años, en la que es fácil entender la presencia del hambre, la escasez, los miedos y pérdidas, sin embargo, ella no mira a la cámara en busca de ayuda, no está abatida, transmite un mensaje de resistencia.

La segunda es una imagen triste, los ojos cansados y sumisos muestran una tragedia más doméstica que no recuerda la muchacha ícono de insurrección femenina y bandera de mujer rebelde en su tiempo.

El enojo de una adolescente que salva su vida en un campo de refugiados mutó para convertirse en el rostro de una mujer casada que por tradición no debe mirar ni sonreír a ningún hombre que no sea su esposo.

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Según Steve McCurry, lo que es importante en su trabajo es la fotografía individual, lo que más importa es que cada fotografía se sostenga por sí misma, con su propio lugar y emociones, sin embargo, la segunda fotografía solo existe gracias a la primera y su mérito es el valor documental, porque el instante mágico, el parto estético, lo hizo con la primera.

Steve McCurry comenta con respecto a su trabajo “O tengo la foto o no. Esto es lo que guía y obsesiona al fotógrafo profesional, el ahora o nunca”.
 

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