Historia de horror y tristeza
- Por Ania Fernández Torres
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Conocía la historia de los ocho estudiantes de medicina asesinados por las fuerzas españolas, como otras partes de la vida de mi país dadas y asumidas con la prisa de los turnos de clase, pero nunca antes había vivido el drama de sus muertes de forma tan penetrante y conmovedora como cuando terminé de ver el filme “Inocencia”.
En la pantalla encontré a jóvenes de su época, tan noveles como mi hijo y sus amigos que asusta, seres de carne y hueso con quienes hasta reímos, muchachos, casi niños, que se hacían bromas entre sí y que luego se preguntaban por qué, por qué nos pasa esto.
Hasta los que no lloran en mi familia se quebraron ante la hermosísima interpretación de La Bayamesa, todos juntos, en la prisión. Neurálgico el momento del asesinato, cómo caían los cuerpos y cómo uno de ellos prefirió morir de frente, con sus ojos abiertos, muestra del coraje de la sangre cubana.
Aquel 27 de noviembre de 1871 más de 40 estudiantes de primer año de medicina fueron llevados a consejos de guerra acusados de profanación de tumbas y después de infidencia.
En el primer juicio unos quedaron absueltos pero la furia del Cuerpo de Voluntarios y la bajeza del gobierno colonial anularon la sentencia. En el segundo juicio, todavía más injusto, ocho muchachos recibieron la pena de muerte.
Contrario a la pintura más conocida, a los estudiantes los asesinaron de dos en dos, con las manos atadas a la espalda, de rodillas y de espaldas al pelotón de fusilamiento.
De la sentencia definitiva al momento final apenas pasaron poco más de tres horas. Casi siglo y medio después, todavía los mitos y la realidad se entrelazan para contar esta historia de horror y tristeza.
De todas las figuras relacionadas con el fusilamiento, la del capitán español Federico Capdevila, quien fungió como defensa, es la más conocida. Según Fermín Valdés Domínguez, durante las casi siete horas del juicio el capitán español “se elevó a un alto puesto entre los hombres de verdadera fe patriótica”.
Sin embargo, el capitán español Nicolás Estévanez, un hombre de 33 años que había llegado a Cuba para evitar luchar contra los republicanos en su país, no pudo contener su ira y escenificó una ardorosa protesta pública y renunció a su carrera como militar.
Fermín, quien estuvo entre los detenidos y fue por este hecho, junto a otros 11 estudiantes, deportado a España, en un magnífico libro publicado dos años después, cuenta los detalles de esas horas. En ese texto justo se basa el guion de Amilcar Salattegi para el filme Inocencia.
Pero la muerte de cinco negros el mismo día del fusilamiento de los estudiantes de medicina es tal vez la más mítica y desconocida de las historias que hasta hoy llegan en torno al 27 de noviembre de 1871.
Transmitido de forma oral, todavía quienes investiguen el hecho deben dejar al descubierto la verdad. De ello habló el Che Guevara en noviembre de 1961 y dijo: “no solamente se cobró en esos días la sangre de los estudiantes fusilados.
Como noticia intrascendente, que aún en nuestros días queda bastante relegada, porque no tenía importancia para nadie, figura en las actas el hallazgo de cinco cadáveres de negros muertos a bayonetazos y tiros”.
Para el investigador Félix Julio Alfonso no podemos olvidar a los mártires abakuás que, en una acción temeraria intentaron en vano salvar la vida de los condenados y fueron cazados a tiros en las calles aledañas al lugar del crimen.
Afortunadamente, desde el 27 de noviembre de 2006 los miembros de la sociedad abakuá de Cuba, en una acción reivindicadora, realizan una peregrinación hasta un jagüey situado en la esquina de Morro y Colón en La Habana Vieja, el lugar donde cayó uno de los negros aquel día. Luego siguen su recorrido hasta el templete erigido en el sitio donde murieron los estudiantes.
Para algunos aquellos negros se lanzaron casi al suicidio para defender a uno de los suyos. Para mí ese acto fue de los más duros narrados en el filme, porque esos valientes hermanos de sangre dibujaron con sus muertes que no todos los cubanos quedaron impasibles ante el crimen.
Inocencia es una película que estremece porque lleva el sello de la cubanía. Si usted no lo ha visto, hágalo, lo recomiendo, pero junte valor y pañuelos porque es, por mucho, la mejor forma de acercarse, de volver sobre uno de los pasajes más triste de la historia de Cuba.
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