El imperio de la bocina vecina

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ruido
 
En la República del Ruido se vale todo: entrar a lugares públicos con “la bulla a rastras”; aturdir en esquinas desoladas, ómnibus, balcones, azoteas, portales. Todos vibran al ritmo ajeno. Allí no hay coto para el subwoofer ni toque de queda para el sonido surround. No hay criterios de selección, ni democracia sonora posible.
 
Las bocinas dieron un golpe de estado e imponen, dictatoriales y absolutas, traperas y reguetónicas, el imperio de la vulgaridad, el escaso sentido común y el escándalo ostentoso de una batería inmortal y recargable.

Omnipresente, con múltiples marcas y formatos, llegó para quedarse. No puede calcularse su alcance en correspondencia con su tamaño, pues han demostrado que en eso de los decibles ellas no responden a tales relaciones de proporcionalidad.

Hay quienes se rebelan contra su dominio, pero no es el mensajero quien ha de morir, ni la tecnología el demonio a exorcizar. Es el mensaje hecho estridencia, el uso de un medio sin importar horario, volumen o circunstancia.

Algunos se preguntan por qué no han oído nunca en los aparatos tan en boga, la quinta Sinfonía de Beethoven, a María Callas o el Benny. Pero hasta mozartianas composiciones, el lirismo brutal de Sabina o la sonoridad de Lecuona, serían tortura un martes, a la una de la mañana, pegado a tu cuarto y en modo escucha-mundo-la-música-que-me-gusta. Eso es desconsiderado, egoísta, falta de educación, consideración y civismo, si se quiere.

Porque en la República del Ruido se ha perdido todo. La buena vecindad presupone que aguantes en silencio mi ruido y yo haré mutis por el tuyo. Según esta lógica escandalizo hoy porque me aturdirán mañana y puedo llevar mi música a otra parte mientras me alcance la carga.

En la República del Ruido parecen hacer oídos sordos a la incomodidad del que se pregunta, ¿acaso yo te despierto con Van Van a las 6:30 del sábado? No es que no me guste la música, es que prefiero no j....

También hay un grupo de rebeldes que anda repartiendo, subrepticiamente, audífonos como banderas blancas con la consigna: “tengamos la fiesta en paz”, porque creen que hay un lugar y momento para todo y todos, solo hay que saber respetar.
Esta facción beligerante asegura que la única opción que queda, si no se atiende a razones, será la sordera.
 
 
Liset Prego Díaz
Author: Liset Prego Díaz
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Yo vivo de preguntar… porque saber no puede ser lujo. Esta periodista muestra la cotidiana realidad, como la percibe o la siente, trastocada quizá por un vicio de graficar las vivencias como vistas con unos particulares lentes

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