Tribulaciones necrológicas
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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En múltiples ocasiones he escuchado la advertencia de algunos a personas con familiares muy enfermos, sobre que evite fallezca en casa, que logre su ingreso o traslado hacia el Cuerpo de Guardia de un centro asistencial una vez que lo vea agravar más dentro de su estado, por experiencias nada halagüeñas sobre el proceso a vencer en estos casos.
El consejo lo comprendí mejor tras leer detenidamente el mensaje de un holguinero acerca de lo vivido durante más de 12 horas, tras la muerte, el pasado 1ro de agosto, de un amigo en el hogar y quien como último deseo solicitó ser incinerado.
Mientras analizaba cada línea me parecía estar viendo el largometraje de ficción La muerte de un burócrata (1966), del director de cine cubano Tomás Gutiérrez Alea, por las incongruencias alrededor de un hecho tan sensible como la muerte y más ante el dolor de familiares y amigos por la pérdida de un ser querido.
Salvando determinados detalles de ese filme cubano con la realidad vivida acá, a la familia del buen holguinero fallecido y, en específico, al que nos hizo partícipe de las tribulaciones afrontadas fueron muchas horas de angustia e impotencia vividas, por no establecerse un sistema más ágil o perfeccionar el existente, que facilite el traslado y sepultura del que fenece en la vivienda, sin un sinnúmero de trámites a realizar por los dolientes, que en la inmensa mayoría de los casos no tienen un medio de transporte en que moverse y deben caminar o pagar cuantiosas sumas de dinero.
Según la narración, el hombre expira a las 9:30 pm y acto seguido se localiza al médico de familia, quien llama a la guardia operativa, de acuerdo con lo establecido y en menos de una hora ya se expedía el certificado de defunción.
Pero las diligencias comienzan a complicarse cuando con certificado en mano hay que ir hasta el policlínico correspondiente, para que el médico de guardia asiente en un libro los datos del occiso, ponga cuño y de ahí salir para la funeraria, donde un funcionario se percata de que el nombre escrito no coincide exactamente con el del carné de identidad (dice José, donde era Jorge), por lo tanto, hubo que comenzar el proceso nuevamente.
Ya casi medianoche el empleado de la funeraria no sabe cómo localizar a la doctora actuante, por lo que la persona encargada de hacer esta diligencia decide ir al hospital Lenin a buscar la guardia de medicina forense, que ante el llamado desde el departamento de admisión acude, pero ella no era la doctora que expidió el certificado, fue la que estaba en el puesto de mando municipal y ahí comienza a enredarse más la madeja, pues allí no se conoce el teléfono, como tan poco lo sabían en la funeraria.
Un error grave a rectificar, es decir, se impone, más en estos tiempos con situaciones excepcionales conocidas por todos, que los números telefónicos que conforman la red de atención a la población sean asequibles no solo a funcionarios, sino a la población, más en servicios que no se conocen con la necesaria profundidad ni entre ellos mimos.
Pero como el que persevera triunfa, se logra conseguir el teléfono y también solucionar el error en el certificado. De vuelta a la funeraria les informaron que fueran para la casa, donde estaba el cadáver, porque “el carro fúnebre había salido para un servicio en Banes”.
Tres largas horas de espera propulsaron hacer unas gestiones en la base de control de los carros fúnebres. Allí estaba el carro de regreso; sin embargo, el chofer que era de Cueto no sabía moverse bien en la ciudad y trataba de orientarse para ir donde hacen las cajas fúnebres.
“Solucionado ese punto, el carro fúnebre recogió el cadáver en la casa y lo llevó para el hospital Lenin, donde debía ser valorado por el médico forense, quien había acabado de salir hacia el Clínico Quirúrgico a hacer otro caso allá, por lo que el carro fúnebre que era de Cueto se marchó dejando los papeles en Admisión del Lenin”, explica el promovente.
Otras dos horas más de espera hasta que al fin regresa la doctora y cuando se dispone a concluir con el reglamentario papeleo, para sorpresa de todos había desaparecido el carné de identidad del fallecido. Y como la culpa nunca cae en el suelo se la achacaban al diligente vecino, que pudo demostrar claramente la entrega del mismo y cómo los documentos habían quedado en manos del empleado de la funeraria, que a su vez se los entregó al chofer y este al empleado de admisión del hospital.
Como no hay incineración sin carné de identidad comenzó otra odisea, hubo que ir a la base de carros fúnebres, donde el chofer tenía el carné, pero había otro problema peor, ya él estaba en Cueto, por lo cual era necesario ir al Registro Civil a gestionar una planilla acreditativa.
“Por suerte -narra el amigo- se me ocurrió que la viuda pudiera tener otro y así fue que logramos que nos dieran la autorización de incineración; aunque tuvimos que esperar que entrara un auto fúnebre que venía de Tacajó para que prestara el servicio del traslado. Solicité encarecidamente en admisión que extremaran los cuidados para lograr la recogida sin problemas, pero sucedió que llegó el cambio de turno y eso no se hizo y por tanto el chofer del carro de Tacajó no pasó por la funeraria y nos dejó en el departamento de incineración sin la orden de enterramiento necesaria”.
De todos estos sinsabores a la familia y amigo del fallecido les queda el magnífico trato de la coordinadora del departamento de incineración, que hizo las gestiones y no se retrasó ese acto, para al cabo de 12 horas de iniciado el proceso finalmente cumplir con la última voluntad del ser querido.
Pero qué hubiera sido si esas personas no hubieran tenido un auto y combustible para moverse y realizar las gestiones, por lo que en este delicado y sensible servicio es necesario revisar el sistema de trabajo y el proceso que se sigue para hacer más factible una diligencia que no debe dilatarse y menos darle espacio a la burocracia o la insensibilidad.
Por otra parte, resulta conveniente volver a la experiencia de utilizar algunos medios adecuados de empresas u organismos para utilizarse como carrozas fúnebres, ante la problemática actual por la que atraviesan los servicios necrológicos.
La solución definitiva de este y otros tantos problemas que hoy nos aquejan está en la informática, con una aplicación que puede llegar hasta el celular, que minimice los errores humanos, mediante algoritmos inteligentes y es algo totalmente posible hoy con nuestros recursos.
Bien en su carta nos decía el lector que se suma al pedido gubernamental de la utilización de la ciencia y las tecnologías en la mayoría de los procesos, que unido al deseo de trabajar bien dan al traste con la necesidad de la población y en casos como este no sea una verdadera epopeya poder decir, descansa en paz a un familiar o amigo, sin tantas escaramuzas.