Batallón 108, primeros milicianos de la Ciudad de los Parques

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El 11 de diciembre de 1960, en el estadio de béisbol "Liceo Park" de la ciudad de Holguín, quedó constituido oficialmente el batallón de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) "Roberto Cuenca Mondeja" con aval o nominación nacional, con los combatientes que reunían los requisitos exigidos, integrado por milicianos de las distintas compañías de los llamados cuerpos auxiliares del Ejército Rebelde, que ya estaban contemplados en una plantilla creada con anterioridad en el referido territorio.

Después de varias reuniones con la presencia de militares del Ejército Rebelde, milicianos fundadores de las diferentes compañías ya formadas, miembros del Partido Socialista Popular (PSP), se acuerda la formación del Batallón 108. Entre otros estuvieron presentes Jorge Sarmientos, Alfredo Aguilera, Gabriel Milor, por el PSP. Las consultas hechas sobre el tema a Antonio Pérez Herrero, jefe del Sector Militar, Renán Ricardo Rodríguez, y otros directivos de instituciones civiles y políticas, a priori, aprobaron la propuesta formulada.

Las Milicias fueron ganando en madurez, preparación y organización dentro del territorio holguinero. Era mucho el interés que los diferentes sectores y sindicatos ponían tanto en su preparación como en el trabajo político con estos bisoños milicianos. Entre marzo y abril de 1960, al tomar otro carácter y demostrar nuestras milicias populares sus virtudes, y, sobre todo, por una necesidad histórica como consecuencia de las constantes amenazas y acciones imperialistas contra Cuba, es que se comienzan a dar pasos para buscar mejores estructuras para el movimiento miliciano.

Esta dotación, integrada por los primeros jóvenes fundadores de las Milicias Nacionales Revolucionarias de la Ciudad de Holguín, cifrados en 484 combatientes residentes en la Ciudad de los Parques, y dos bazuqueros de Santiago de Cuba, tuvo como bautizo de fuego el paraje montañoso del Escambray, donde capturaron 56 alzados, que, estimulados por el gobierno de los Estados Unidos, luchaban contra los poderes del Estado de Cuba y su naciente Revolución.

Le correspondió a Raúl Castro Ruz, asentado en aquella época en la provincia de Oriente, monitorear e iniciar la preparación de aquellos diez batallones de las MNR de la costa norte oriental, incluyendo el número 108, que, bajo el mando del comandante del Ejército Rebelde, Eddy Suñol Ricardo, fueron enviados a las montañas del Escambray a combatir contra las bandas de alzados.

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Los miembros del batallón habían cumplido con el deber, con Fidel y Raúl Castro, y llevaban con sincero orgullo el reconocimiento de toda la dirección política y militar de la primera línea frontal contra el enemigo en las montañas del Escambray.

En el mes de marzo de 1960 cuando se formaliza, aún incompleto, el legendario batallón, momento histórico en el que surgió la semilla de lo que posteriormente fuera una fuerte dotación miliciana integrada por valerosos jóvenes a partir de esa fecha, todos los incluidos recibieron una identificación o carné, firmado por el Cabo Leyva. En esa oportunidad se hace un intento de completamiento de los pelotones y compañías, y se presentan los designados al mando del batallón.

Por decisión del mando superior, el Batallón 108 debía estar formado por hombres solteros, jóvenes y personal que no afectara lo relacionado con la economía y otros renglones importantes para el desarrollo del territorio. No todos los milicianos que en esta oportunidad conformaron el mismo resultaron oficializados, ya que al no clasificar con los requisitos establecidos, pasaron a alistarse en otras compañías creadas, manteniendo la continuidad miliciana y prestando servicios de seguridad de las instalaciones o eventos que tuvieron lugar en esa etapa inicial de las Milicias Populares.

Una compañía creada con el personal que no integró el “108” y nuevos ingresos, denominada “Tropa de Choque”, sustituyó todo el accionar de las cuatro que fueron extinguidas al pasar la mayoría del personal al nuevo batallón, y resultó una ejemplar unidad para poder enfrentar las guardias en objetivos económicos, sociales y militares, con la participación del Batallón Femenino conocido por "Las Clodomiras".

Composición del mando del Batallón

Jefe: Ángel Jorge Sarmiento González
2do al mando: Ángel González Hernández
Jefe de Plana Mayor: Alfredo C. Aguilera Rodríguez
Instructor Político: Gabriel Milord Ricardo; asistido por el combatiente Eduardo González (Miguelón)
Jefe de Suministros: Leonardo Aguilera Cabeza

Los jefes de compañías fueron José M. Pérez Ferrer en la primera, Julio Cruz Batista al frente de la segunda, y en la tercera, el profesor Juan Humberto Alonso Reyes. Cuando partimos hacia el Escambray, luego, la jefatura de esta tercera dotación la ocupó Mario Álvarez del Río. Al frente de la compañía de municionamiento y trasporte se encontraba Fernando La Guardia, en el de comunicaciones, Víctor Manuel Camilo Álvarez, y en el de Reconocimiento se designó a René Cruz Betancourt.

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El resto de los milicianos estuvo conformado por trabajadores de la salud, comunicadores, transporte, administración pública, de las Patrullas Juveniles, y hasta limpiabotas. Estaba muy presente una genuina representación de los sectores más humildes del pueblo, que le imprimían plena garantía y fidelidad a la patria.

Se recoge como una de las últimas actividades públicas, antes de la movilización general, el 16 de diciembre de 1960, fecha en que el batallón Roberto Cuenca Mondeja, desarrolló una caminata, desde la jefatura del escuadrón 71 hasta el parque Calixto García. El teniente del Ejército Rebelde Mario Siré les dirigió la palabra y aprovechó la ocasión para dejar convocados a los combatientes para el Liceo Park. En esa reunión, con la presencia de Renán Ricardo Rodríguez, militante del Partido Socialista y Comisionado en Holguín, Mario Siré y Andrés Leyva, impartieron una información a los milicianos de las pretensiones o sombríos planes del gobierno norteamericano con sus determinantes pretensiones, de provocar una invasión en gran escala a nuestro territorio; al parecer antes de que se procediera al cambio presidencial en el país del norte, razón por la cual se indicó estar bien localizados, y listos para el combate.

Antes, el 24 de diciembre del propio año, cumpliendo indicaciones del Capitán Antonio Pérez Herrero, jefe del Sector "D", un convoy integrado por una dotación de camiones y una rastra partieron desde la ciudad de Holguín para Palma Soriano, con el objetivo de trasladar el armamento destinado a los batallones organizados en la costa norte de Oriente.

El 31 de diciembre del propio año 1960, desde tempranas horas de la mañana, la radio local se hacía eco de la convocatoria emitida por el escuadrón 71, a todos los combatientes del Batallón 108, para que con extrema urgencia se presentaran al punto de concentración ubicado en el aludido estadio beisbolero "Liceo Park”. Existía un preludio de agresión del insolente imperialismo al territorio nacional. Se había decretado por la alta jefatura del país la movilización militar general, llamando a las tropas a ocupar las trincheras en cada uno de los lugares previstos. Con una admirable disciplina, se comenzó el traslado para el lugar previsto: Minas de Oro de Aguas Claras, situada en la parte norte vía Gibara, donde ya el combatiente Fellín había llegado con las armas correspondientes.

Una nueva misión, debían seguir la marcha para situar el batallón en las proximidades de la Base Naval de Guantánamo, ante la inminente agresión que ya se aprestaba a realizar el imperialismo norteamericano, por las costas de Baracoa. Esto los convocaba a permanecer movilizados, porque la patria volvía a estar amenazada. No todos los que estuvieron en la Limpia del Escambray continuaron hacia Guantánamo, seguidos por el amor a la familia, pero sin ánimos de claudicar quedaron en Holguín.

Misión en la Base Naval de Guantánamo

Arriban a la ciudad de Guantánamo, recesando el viaje en la Terminal de Trenes y algún que otro recorrido por la ciudad, para luego partir hacia una zona cercana de nombre Yerba de Guinea, que los acogería por varios días en pequeños campamentos diseminados por la zona, en total disposición combativa.

Naves estadounidenses se encontraban describiendo movimientos en el Mar Caribe, y por la zona norte cerca de Baracoa, en aguas internacionales, a la vez que se observaban fuertes movimientos en la base naval. Estas maniobras estaban llamadas a desviar la atención de otras zonas importantes del país en el intento de invasión. Pronto cesaron estas actividades móviles en la base, las embarcaciones se retiraron, y otras fuerzas regulares ocuparon las locaciones. El escenario quedaba listo para la cruenta contienda que se avecinaba en el centro del país.

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Formación del Ejército Oriental

Todo parecía que había concluido y el día 14 de abril de 1961, el Comandante Calixto García se reunió con el personal. Tenía la misión de Raúl Castro Ruz, Ministro de las FAR, de crear el Ejército Oriental, por eso, vio en este conglomerado de aguerridos milicianos una rica fuente de reservas para fundar la unidad militar insignia: La División 50. De esa forma, siete días antes de que naciera el señor Ejército, luego de un llamado a los hombres del Batallón 108, precisamente en Yerba de Guinea, se produjo el juramento por 2 años de muchos de los integrantes del Batallón, para la fundación de la referida División 50, del histórico e invencible Ejército Oriental.

Combatientes del Batallón 108 que ingresaron a las FAR y el MININT y alcanzaron importantes grados militares:

Coronel del MININT y las FAR Jorge Sarmientos González
Coronel de las FAR Alfredo Silvente
Tte. Coronel de las FAR Víctor Manuel Camilo Álvarez
Tte. Coronel de las FAR Alberto Hung Oropesa
Tte. Coronel de las FAR Félix Alcides Font Sarmiento
Tte. Coronel de las FAR Alexis Amado Peña Águila
Tte. Coronel del MININT Amado Martínez Peña
Tte. Coronel FAR Ángel González Hernández
Tte. Coronel de las FAR Pablo Álvarez Gózalez
Mayor de la MGR Julio Cruz
Capitán de las FAR Marcelino Vera Cruz
Capitán MININT Roberto V. Fuentes Bautista
Capitán de las FAR Felicindo Álvarez Cruz
Capitán de las FAR Ricardo Ávila Pérez
Capitán de las FAR Roberto José Ochoa Garcell
Capitán del MININT Tomás Roberto Cruz Fernández

El regreso a Holguín se realiza el 14 de abril de 1961, al oscurecer se abrían las puertas del pueblo y los corazones de sus habitantes para recibir a sus héroes. Al día siguiente, después de un sueño reparador y en horas tempranas de la mañana, la radio anunciaba las disposiciones combativas emitidas por la alta dirección del país, decretando la movilización militar general. Era el 15 de abril de 1961 y se preludiaba de forma evidente una invasión armada. Los aeropuertos eran bombardeados y se producía la movilización del país.

Montar en el tren de la dignidad que esta vez los conduciría a la sede inicial de preparación combativa, el campamento El Tahití. Principios justos, comprensibles del valor humano, siempre condujeron la ética del Batallón No. 108, su cuidado y caballerosidad en el tratamiento personal de la tropa, sin ceder un ápice en el cumplimiento del deber, fue la razón por la que pudo escribir páginas gloriosas en la historia de la Patria.

Los combatientes del Batallón 108 de Holguín se alzaron en la historia, a base de coraje, entrega y fidelidad con Fidel, con Raúl y con la patria cubana. Como parte de la Memoria Que Salva, el autor y actor de esta formación miliciana publicó un libro contando esta historia bajo el título "Los Hombre del 108", con la Casa Editorial Verde Olivo.


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Comentarios  

# Ventura C 19-04-2025 04:22
Capítulo X: Un lunar en el camino. Una lección inolvidable.
Después de una intensa caminata, divisamos con un bullir de alegría los perfiles de la vieja estación ferroviaria del poblado de Meyer que tal parecía que nos esperaba gozosa. Era el final de la contienda y los armatostes de hierro se aprestaban para trasladarnos a nuestros hogares en el oriente holguinero.
Al llegar a la cúspide de una elevación, un arenoso y rojizo terraplén se extendía en descenso hasta un asiento ferroviario donde unas construcciones resultarían el lugar de espera conformadas por numerosas corrales algo alejados ofrecían una imagen de finca ganadera. El agua para el consumo parecía contaminada con cal y áridos propios por los utilizados por los constructores
El sol martillaba en el cenit y nos acomodamos como pudimos en aquellos rectángulos, dando la impresión de un almacén de jamones colgantes. El cansancio nos venció y mientras se preparaba un almuerzo frugal, unos dormían y otros echábamos a volar nuestros pensamientos hacía los momentos críticos de nuestra contienda y lo que representaría para cada uno de nosotros el feliz encuentro con las familias.
Sin lugar a dudas, habíamos cumplido con nuestro deber y llevábamos con sincero orgullo el reconocimiento bajo la bandera de toda la dirección política y militar de la primera línea frontal contra el enemigo; las montañas del Escambray.
En el oscurecer, inesperadamente se dio la orden de partida y nos aprestamos a escalar los peldaños al cielo. Ahora no nos esperaban las balas enemigas, ni las abruptas emboscadas, sino, los brazos amantes de nuestras madres, esposas e hijos.
El paisaje mostraba buen tiempo, y el verdor de los campos pasaba raudo por nuestras miradas perdidas en el lejano horizonte que presagiaba momentos de dicha. Por fin, después un largo y fatigoso trayecto el tren cumplía su última parada prevista, en territorio de lo que es hoy la provincia de Holguín. La estación representaba un nudo ferroviario de nombre Levingstón, punto cercano al poblado de Cacocum. Dentro de los vagones comenzó una febril movilidad entre sonrisas y constantes comentarios.

Sin embargo, no se permitió el descenso y esto nos empezó a preocupar, no se observaban los camiones y los ómnibus que nos debían conducir a nuestra querida ciudad. Empezaron las conjeturas, y por minutos corrían los rumores; y en medio de la ya dramática situación que se estaba creando, observamos como aparecían a lo lejos, utilizando todo tipo de transporte, familiares y amigos, que con conocimiento de nuestra presencia no consiguieron esperar pacientemente la llegada a la ciudad, como estaba previsto en las instrucciones ofrecidas.
Era como si algo les anunciara que el deseado encuentro, entre los combatientes, familiares y el pueblo holguinero no se iba a producir ese día. Llegaron muchas madres llenas de emoción, con el involuntario llanto que brotaba de sus ojos, y el afán de ver a sus hijos. Algunas con dos y hasta tres alistados en esa tropa, como le sucedió a la de los Navarros. Otras que además del hijo tenían a su compañero en la vida. Allí estaba una buena representación de padres orgullosos por el patriotismo de sus descendientes, y novias, que ansiaban recibir el apasionado beso de su miliciano enamorado.
Mientras, una parte del pueblo disfrutaba los carnavales, otra se aprestó a compartir la alegría con los recién llegados y muchos trasladaban pomos y jarras con el preciado líquido efervescente a la recepción, con el deseo de brindar por el cumplimiento de la misión y el reencuentro soñado, a pesar de las crudas jornadas acaecidas en el frente montañoso.
El ambiente fue tornándose confuso. La orden era precisa, clara y terminante, expresada en este caso por el capitán, Antonio Pérez Herrero: - -Nadie podía moverse de sus puestos en los vagones-. Sin lugar a dudas esto presagiaba una continuidad de la misión y la incertidumbre y aprensión entre familiares y soldados comenzó a corroer el espíritu del deber en algunos. Los familiares se inquietaban, hasta que por fin después de una larga espera que permitió cavilaciones e hipótesis, un oficial informó la orden de cumplimiento inmediata: se debía continuar la marcha para con urgencia situar a nuestro batallón en las proximidades de la Base Naval de Guantánamo, ante la inminente agresión que ya se aprestaba a realizar el imperialismo norteamericano, por las costas de Baracoa, esto nos convocaba a permanecer movilizados, porque la Patria volvía a estar amenazada.
La noticia fue aplastante. Este era el golpe de gracia para que algunos no analizaran convenientemente la situación, guiados por el impulso incontenible de reencuentro, donde madres con sus expresiones maternales imploraban a sus hijos que descendieran del vagón y obviaran la situación de la urgencia de la Patria.
Estos hechos llenos de inocente e intenso amor filial lograron girar las manecillas del reloj en sentido contrario, sin percatarse que sus nobles acciones en momentos de justificada incertidumbre y en jóvenes aún inmaduros, a pesar de su gigantesca misión que acababan de cumplir, provocarían un impacto emocional y por ende, una variación en su conducta.
La idea de la proximidad de otras acciones armadas desconcertaba a las familias y no querían irse de allí sin sus seres queridos. Otros soldados, la inmensa mayoría, reaccionaron a la inversa ante el influjo delirante de la familia, opusieron sus conceptos y decisiones y decidieron continuar hasta el final de la contienda con la misma decisión mantenida hasta el momento.
Una imagen enturbió el paisaje, en medio de tanta confusión, algunos, quizás los menos, abandonaban sus armas y se marchaban, no sin antes, mostrar en sus tristes ojos visos de lamentable arrepentimiento, como si algo los detuviera, como si una voz en su oído clamara el retorno ante un colectivo de hombres que hasta ese momento habíamos formado una gran familia, a pesar de estos hechos estábamos convencidos que ellos no alimentaban la claudicación. El tiempo nos daría la razón, cuando la Patria necesito de nuevo su aporte.
La inmensa mayoría del pueblo y familias allí congregadas, no usó sus manos para apoyar o estimular el descenso del tren; la usaron para desearnos buena suerte, las levantaron para la despedida, cuando aquella mole de hierro, arrancó sus motores dejando atrás una inolvidable lección para la historia de un grupo de jóvenes combatientes que escribían un capítulo más en las contiendas patrias.
El tren se puso en camino, el traqueteo de las ruedas de hierro comenzó a lastimar nuestros cuerpos cansados por el largo trayecto. Nos esperaba otra extensa jornada y nos acomodamos en el piso de los vagones, mientras observamos los espacios vacíos de nuestros compañeros, con quienes compartíamos algunas horas atrás, nuestras alegrías y temores.
Los que íbamos en aquel tren, en forma resuelta, discurriendo entre dos rieles, impacientes por llegar al nuevo teatro de operaciones asignados por el mando superior, como para los que se bajaron en el anden, pasará este momento, como algo que se inserta o inmortaliza, como situación trascendente y muy especial en nuestras vidas. Sin embargo, al extender la vista por los solitarios parajes campestres, comprendimos que cualquiera de nosotros hubiera podido anteponer el sentimiento filial en momento tan especial, quizás una decisión repentina por una más fuerte personalidad decidió mantener la balanza hacía el deber con la Patria, por encima de cualquier otro.
El tren continuaba su curso, pequeñas poblaciones orientales cruzaban ante nuestra vista y muchas personas salían a las calles levantando sus manos en saludos al paso del ferrocarril. Por fin, llegamos a la ciudad de Guantánamo recesando el viaje en la terminal de trenes de la ciudad. Era imperioso un receso y la tropa fue autorizada al descanso. Largas calzadas de atractivas edificaciones que daban una visión de gran ciudad recibieron en su seno grupos de milicianos que deambulaban de un establecimiento a otro adquiriendo alimentos y chucherías que satisficieran nuestro malogrado paladar.
Era una mañana resplandeciente y pronto se organizó nuestro traslado para una zona cercana de nombre, Hierba de Guinea que nos acogería por varios días en pequeños campamentos diseminados por la zona, en total disposición combativa.
Naves estadounidenses se encontraban describiendo movimientos en el Mar Caribe, y por la zona norte cerca de Baracoa, en aguas internacionales, a la vez que se observaban fuertes movimientos en la Base Naval. Estas maniobras estaban llamadas a desviar la atención de otras zonas importantes del país en el intento de invasión. Pronto cesaron estas actividades móviles en la Base, las embarcaciones se retiraron, y otras fuerzas regulares ocuparon nuestro lugar. El escenario quedaba listo para la cruenta contienda que se avecinaba en el centro del país.
Todo parecía que había concluido y el día 14 de abril de 1961, el Comandante Calixto García, se reunió con nosotros; tenía la misión de Raúl Castro Ruz, Ministro de las FAR, de crear el Ejercito Oriental, por eso, vio en este conglomerado de aguerridos milicianos, una rica fuente de reservas para fundar la unidad militar insignia: La División 50; de esa forma siete días antes de que naciera el Señor Ejército, luego de un llamado a los Hombres del 108, precisamente en Hierba de Guinea, se produjo el juramento por 2 años de muchos de los integrantes del batallón, para la fundación de la referida División 50, del histórico e invencible Ejército Oriental.
La orden de partida hacia nuestra ciudad nos llenó de alegría y raudos y veloces tomamos los camiones que harían el tránsito hasta Holguín. El propio 14 de abril, al oscurecer se abrían las puertas del pueblo y los corazones de sus habitantes para recibir a sus héroes. La caravana recorrió las calles enardecidas de entusiasmo hasta concluir en el parque Calixto García. Al pisar el asfalto nuestros pasos nos guiaron con rapidez hacía el calor hogareño y a los brazos de nuestros seres queridos.
Al día siguiente, después de un sueño reparador y en horas tempranas de la mañana la radio anunciaba a voz en cuello las disposiciones combativas emitidas por la alta dirección del país, decretando la movilización militar general. Era el 15 de abril de 1961 y se preludiaba de forma evidente una invasión armada. Los aeropuertos eran bombardeados y se producía la movilización del país.
El Batallón fue citado radialmente para personarse en su totalidad en los amplios corredores de la llamada agencia POWER, hoy Planta 1ro. de Mayo, con el fin de recoger las armas.
Nuestra sorpresa fue muy emotiva al ver que los primeros que llegaron, a empuñar los fusiles, fueron nuestros compañeros que decidieron quedarse en Levingston. Se volvían a montar en el tren de la dignidad que esta vez nos conduciría a la sede inicial de nuestra preparación combativa, el campamento El Tahití
Aunque no estaba en el ánimo de ninguno de los que regresamos de Guantánamo, tocar el tema, fueron ellos, los que intentaron pedir disculpa por lo sucedido. No le dimos posibilidades, no resultaba necesario, ya estábamos juntos y con el mismo patriotismo que siempre nos caracterizó. Apostados en aquellas trincheras que abrimos con nuestras manos y empuñando aquellas armas que llenas de grasa nos entregaron un 31 de diciembre de 1960, seguiríamos adelante por la senda del combate, defendiendo los postulados patrios y cumpliendo con las órdenes del Comandante en Jefe.
Esos compañeros, con su positiva actitud, lograron escalar importantes responsabilidades, tanto en el MININT, las FAR, y otras instituciones públicas, demostrando su alta valía, que nunca perdieron.
Este suceso por su gran connotación y por su alta dosis de sensibilidad para los combatientes del batallón, sus familiares y amigos, siempre fue motivo de pocos comentarios. Nadie quería lesionar ni con el pensamiento a aquellos compañeros que por complacer a los familiares, o por no haber hecho acopio de la inmensa fortaleza que aconsejaba un momento especial, pasaron por circunstancias tan adversas.
Principios justos, comprensibles del valor humano, siempre condujeron la ética de nuestro Batallón # 108, su cuidado y caballerosidad en el tratamiento personal de la tropa, sin ceder un ápice en el cumplimiento del deber fue la razón por lo que pudo escribir páginas gloriosas en la historia de nuestra Patria.
Esta triste lección no solo deben apreciarla los que se quedaron en el anden y que nunca fueron tildados de desertores y siempre gozaron del respeto de todos sus compañeros, sino los 484 milicianos de este glorioso batallón, y más importante aún, las generaciones de revolucionarios que mediante la presente obra conocerán de esta inesperada situación que insólitamente aconteció, sin preverlo, resultado de una dinámica que se presentó en el camino de esta dotación miliciana.
La historia, aunque a veces dura, siempre debe servir para incidir en la conciencia de las nuevas generaciones de revolucionarios, que como singulares lecciones que le pueden ser útil en esta continuidad al servicio de la patria, hay que contarlas incuestionablemente. Por imperativo del valor que este suceso tiene para la historia de esta formación combativa, omitirla en cualquier acercamiento a la misma resultaría imperdonable.
Un día un combatiente de nuestro glorioso batallón, quiso poner en blanco y negro sus impresiones de lo sucedido, y cambiando su apellido, quizás para evitar molestias y frustraciones, escribió este trabajo, que lo publicó en la revista Verde Olivo, el que exponemos íntegramente a disposición de los lectores, como colofón de este capítulo. ==============================================================
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