Narrativa Nacional: José Martí y su impacto en las nuevas generaciones

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ensayo1Foto: del autor

En el terraplén que une el municipio de Rafael Freyre con Gibara hay un busto del Apóstol sin nariz al que nunca le faltan flores. Allí inmovible pone sus ojos como látigo sobre el terreno. Báguanos tiene, por esfuerzo ciudadano, una estatua en la que puede verse el tamaño real del Maestro. En ese sitio se improvisaba cada semana un fogón de leña para hacer té de yerba buena y hablar sobre el futuro de la isla. En la calle 11 de Villa Nueva se impone un Martí hecho por iniciativa popular con el cemento restante en la construcción de los edificios. Los niños del barrio le ponen flores, guiados por el ejemplo de un señor al que apodan Milicia. Ante un sitial sin busto, en los límites con Cauto Cristo, escuché a un campesino decir: "en este sitio no falta Martí". Mi madre cuida una escuela y guarda celosamente el busto dentro del aula, como a un hijo que no puede defenderse de los peligros que encierra la noche.

 Esto no solo habla del lugar que ocupa José Martí en el imaginario popular: nos emite un discurso indiscutible sobre los cimientos donde se ha forjado la identidad cultural de nuestra nación, que no solo es capaz de recitar de memoria sus escritos: parte de su idiosincrasia es creer que el Apóstol vive, de algún modo, entre las cosas que lo anuncian.

Mucho se ha politizado al maestro. Cada uno de los gobiernos que ha visto la isla, desde Tomás Estrada Palma, han usado su imagen en la validación de su mandato. Esto ha llevado a que la espontaneidad verdadera a veces se vea como un mecanismo frío para lograr un objetivo político. Otros, desde países vecinos, han usurpado su nombre para agredir el fundamento de la Revolución establecida en Cuba desde 1959.

La política responde al gobierno de turno, las ideologías a la espiritualidad de los pueblos. Cuando la forma de gobierno responde a los intereses de las masas, la ideología florece. Por otro lado, la Historia testifica los casos donde las frases e ideas de Martí han respaldado campañas, decisiones y contiendas asimétricas, sin que exista un previo estudio consciente, impulsados "por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe" (OC, T15, p 388-392).

Pese a ello, la narrativa nacional se ha caracterizado por inculcar una forma inequívoca de interpretar el pensamiento martiano, y esto a influido en la proyección hacia el exterior. En todo el mundo existen monumentos a José Martí: escuelas, instituciones, viviendas, parques, esquinas de pueblos remotos; desde los más colosales hasta aquellos pintados de cal en lo hondo de una cooperativa azucarera. Lo afirmaba Gabriela Mistral: “América tiene que agradecer esta labor cubana de mantener vivo a Martí”.

La guerra que emiten las grandes potencias contra la identidad de los pueblos es una constante que amenaza el equilibrio y la emancipación cultural. Si deseamos proteger los cimientos de la nuestra, hemos de revisar y actualizar los mecanismos que usamos para defenderla. Y es, sin dudas, el pensamiento martiano la piedra fundacional de nuestra idiosincrasia.

Hace algún tiempo veía un meme donde aparecía la imagen del apóstol y sobre su cabeza una espoleta. Martí era una granada de fragmentación. La publicación decía: “hemos de hacerlo estallar con urgencia”. A 171 años de su natalicio, el impacto de su pensamiento es cada vez más necesario en la formación de las nuevas generaciones. Sin embargo, todo lo que se hace en este campo parece cada vez menos, como si a los jóvenes ya no les bastara las constantes citas y referencias que se ven en todas partes, como si necesitáramos cambiar de estrategia, tirar del mecanismo y provocar una explosión.

En una época donde se habla de tantas pérdidas y desarraigos, estudiar y promover su pensamiento ha de considerarse un gesto a favor de la protección del mayor tesoro ideológico de la Historia de Cuba. Evidente es la necesidad de planificar mejores estrategias para mantener ileso a Martí de la suciedad que le amenaza. Quienes dirigen los ángulos que determinan el rumbo del país han de ser cada vez más martianos, no cada vez más políticos. José Martí al centro de la solución de los problemas, conscientes de que en él se asienta la cartografía de la Patria.

Ayudemos a nuestras juventudes a enamorarse del Apóstol, a soñar un Martí de todos los siglos: uno con entradas en la frente, con dreadlocks, con nuestra bandera tatuada en el sitio donde sea más sincero el amor. Un Martí que baile casino o anuncie su último ensayo en las redes sociales.

Que se levante temprano a sacar los gallos al sol, preparar el plan de clases o repasar para economía política porque desaprobó en la primera convocatoria. Un Martí que levante la mano en la Asamblea porque no está de acuerdo con alguna decisión, que enamora con versos dictados al oído, que no acepta la amistad de los que pretenden ver de otros su patria y sin embargo perdona a los que, habiendo pecado contra ella, lo han hecho sin abandonarla, (OC, T22, p117) que nunca dejó de ser sustancialmente cubano sin importar el país donde estaba. Si deseamos proteger el constructo de la identidad nacional, hemos de ahondar en un Martí que insiste vivo, contemporáneo y útil para medir el pulso de los tiempos.


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