Juró salvar, y salvó
- Por María Julia Guerra y Rosana Rivero
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Era domingo 26 de julio en Santiago de Cuba. El doctor Alejandro Posada Recio se había levantado temprano para ir a misa. Mientras se afeitaba, vestía y desayunaba, sintió las detonaciones. Pensó eran rezagos del carnaval.
Ya estaba en la puerta, dispuesto a salir, cuando sonó el timbre del teléfono. Volvió atrás, lo descolgó: “Oigo”. Desde el otro lado de la línea le llegó una voz: “Doctor, no puedo decirle mi nombre, pero usted encontrará en la esquina de las calles 11 y 12 a un joven gravemente herido. Él le conoce a usted. Se llama Gustavo Arcos.” No le dieron tiempo nada más que a exclamar: “¡Gustavo Arcos! Pero, ¿cómo?”.
* * *
Aquel día de 1953 los Jóvenes del Centenario, liderados por Fidel Castro, atacaron los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
ESTE ERA EL OBJETIVO DE FIDEL CON EL ASALTO AL CUARTEL MONCADA
En el combate, frente a la Posta 3 del Moncada, Gustavo Arcos Bergnes se desplomó. Él formó parte del grupo de estudiantes universitarios que hacían prácticas militares en la Universidad de La Habana después del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Allí conoció a Fidel y se incorporó al movimiento que éste lideraba.
En las acciones del Moncada había recibido una bala en el vientre. Abelardo Crespo lo alzó y llevó hasta un auto. Ciro Redondo tomó el timón, pero chocó con otro auto y el suyo no arrancó. Crespo salió del auto para ir a preguntar a Fidel qué debían hacer, y él también resultó herido.
En tanto, Ramiro Valdés oyó que se reclamaba a alguien que supiera manejar. Acudió y tomó el timón. En el asiento trasero, Gustavo estaba tendido, mortalmente pálido; con las dos manos se sujetaba el vientre.
Ramiro, logró dar marcha atrás en aquel auto con los cuatro neumáticos perforado por las balas y llegó a la avenida Garzón. Arcos le dijo: “Llévame a Vista Alegre”. Ramiro, a duras penas pudo llevar el auto “sin gomas” hasta las primeras casas del reparto Vista Alegre. “¿Y ahora?” –le preguntó a Arcos. Éste, con voz muy débil, le respondió: “Telefonea al doctor Posada y luego, huye”.
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El doctor Posada había nacido en Colombia en 1895. Vino a Cuba y estudió Medicina. Alrededor de la década de 1920, llegó a Sagua la Grande para ejercer la profesión y permaneció allí hasta 1937. En ese tiempo conoció a la familia Arcos Bergnes y entabló amistad con ella. Se trasladó con su familia a Santiago de Cuba, donde devino director de la Clínica Colonia Española e hizo suya la ciudad que aquel día había amanecido entre tiros y con aquella extraña llamada telefónica.
Siguió las indicaciones de la voz del otro lado de la línea. En el lugar señalado encontró un auto con los cuatro neumáticos ponchados. Un poco más allá, tendido en el porche de una casa, a Arcos. Se acercó y vio que estaba muy pálido y perdía mucha sangre.
La calle estaba desierta. Debido al tiroteo nadie se atrevía a salir. Arcos era alto y pesado. El doctor no podía solo levantarlo y llevarlo hasta su auto. No se sabe de donde salió un joven negro que cruzó la calle. El doctor Posada lo llamó y pidió ayuda.
Aquel joven, al llegar a la Clínica, trasladó solo a Gustavo Arcos hasta la sala de espera que estaba llena de soldados heridos. El doctor Posada ordenó la rápida atención a todos y al volver para mirar a Arcos y al joven negro, éste había desaparecido. Simplemente había cumplido su deber.
Mientras su hijo y su yerno, médicos también, preparaban el salón de operaciones, el doctor Posada examinaba los seis heridos. Cuando se acercó al sexto, herido en un hombro y una mano, éste le dijo: “Me llamo José Ponce. Soy revolucionario, no un soldado.” A lo que respondió el médico: “Para mí tú eres un herido, nada más”. Lo atendió y hospitalizó.
* * *
Ponce Díaz ocupaba el tercer auto que avanzaba hacia el cuartel Moncada. Él era uno de los jóvenes ortodoxos de Artemisa que se incorporó al movimiento encabezado por Fidel.
En la mañana de la Santa Ana, el combate tomaba grandes proporciones y Fidel, casi desde la misma Posta 3 del cuartel, daba órdenes de avanzar. Protegidos por el carro comenzaron a responder el nutrido fuego de la soldadesca. Así trascurrió un largo rato. Entonces observó que algunos de los compañeros de la avanzada iniciaban la retirada.
Su posición estaba sometida a un potente fuego. De pronto, sintió un fuerte impacto que lo tendió en el suelo; estaba herido en un hombro y una mano. Comprendió que debía hacer acopio de todas sus fuerzas si quería salir vivo de allí. Pudo llegar a la acera opuesta, se escurrió entre las casas situadas frente al cuartel y logró alcanzar la calle.
“Ya en plena calle, intercepté una máquina de alquiler. Sin detenerme a mirar le dije: “Lléveme para Siboney.” (…) “En lugar de llevarme para Siboney me condujo a la Colonia Española. No lo supe hasta que llegué al lugar. Yo no conocía Santiago”.
* * *
Al poco rato, media docena de militares armados, hasta los dientes, irrumpieron en la clínica muy excitados y uno dijo que habían recibido la orden de llevar a los heridos al hospital militar. Otro preguntó a voz en cuello:

“¿Dónde está el director?”
-Soy yo –dijo el doctor Posada. Luego miró uno a uno los soldados, y añadió en tono fuerte y firme: -Y como director de esta clínica prohíbo el traslado de los heridos. Todos se quedarán aquí hasta que estén completamente curados.
Estos militares se retiraron, pero media hora después, frente a la Clínica chirriaban las gomas de cinco jeeps y de ellos descendían desaforados, metralleta en mano, unos 30 soldados bajo el mando de un oficial. En un instante invadieron los pasillos y las salas en postura amenazante.
Ante tal provocación, el doctor Posada reaccionó con energía diciéndole al oficial: “¡Retire sus hombres, teniente! ¡Es criminal que molesten a mis enfermos!”.
Se entabló un violento diálogo:
-La orden que tengo del coronel Ríos Chaviano es la de llevarme a los heridos –vociferó el oficial.
-Le digo y le repito que me responsabilizo con la vida de esos heridos, y le prohíbo que me los mueva de aquí –dijo el médico con voz firme.
La discusión subía cada vez más de tono; y el teniente enfurecido gritó:
-Entonces me los llevo a la fuerza.
-En ese caso –ripostó el doctor Posada- ¡Tendrá usted que pasar por encima de mi cadáver!
* * *
En su histórico alegato en el juicio por los hechos de aquel día, Fidel recordaba:
“No respetaron ni siquiera a los heridos en el combate que estaban recluidos en distintos hospitales de la ciudad, a donde los fueron a buscar como buitres que siguen la presa. En el Centro Gallego penetraron hasta el salón de operaciones en el instante mismo que recibían transfusión de sangre los heridos graves; los arrancaron de las mesas y como no podían estar de pie, los llevaron arrastrando hasta la planta baja donde llegaron cadáveres.
“No pudieron hacer lo mismo en la Colonia Española, donde estaban recluidos los compañeros Gustavo Arcos y José Ponce, porque se los impidió voluntariamente el doctor Posada, diciéndoles que tendrían que pasar sobre su cadáver”.
* * *
El galeno Alejandro Posada Recio falleció muchos años después en Santiago de Cuba, unos dicen que en 1974, otros que en 1975. El colombiano-cubano vivió rodeado del cariño y gratitud del pueblo, porque juró salvar y salvó a muchos.
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