Sanar a tiempo
- Por Indira Vania López Samé / estudiante de periodismo
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Todos hemos escuchado, incluso vivido, cuando una madre, padre o miembro de la familia insulta a gritos a un niño.
Puede parecer inofensivo. El pequeño o la pequeña hizo algo malo y es reprendido, pero las palabras del progenitor tienen peso.
Cuando se es solo un niño es normal cometer errores y hacer travesuras; es normal que se les regañe, pero hay que cuidar la forma.
Si, a medida que crece, los gritos e insultos en el hogar son el pan de cada día o de la mayoría, tanto dirigidos al prójimo como entre los miembros de la familia, llega a ser perjudicial para la salud mental y física del menor.
El estrés presente en el núcleo familiar puede ser la causa de esa actitud violenta; sin embargo, no es justificable el abuso o maltrato emocional hacia los niños o adolescentes.
No hay por qué insultar o humillar para criar a un hijo. Incluso, las ofensas recibidas por un niño quedan en su memoria y luego reproduce ese comportamiento, llegando a faltar al respeto a miembros de la familia o personas ajenas a esta.
El abuso en las relaciones interpersonales ocurre cuando se ocasiona perjuicio a otra persona. Existen diferentes tipos de abusos: emocional, psicológico, económico, sexual o físico.
El maltrato va desde controlar los horarios de la persona y sus amistades, criticarla constantemente, decirle qué hacer y usar, y puede llegar al contacto físico.
El maltrato puede provocar, entre otras afecciones, depresión, ansiedad, dificultades para conciliar el sueño, ira, cambios de humor y baja autoestima.
A largo plazo, puede inducir conductas como autoflagelación, trastornos de la conducta alimentaria, abuso del alcohol o las drogas y hasta el suicidio.
En todo caso, si el infante o el adolescente hace algo mal, hablar con él es lo ideal. Se debe procurar que comprenda su error o falta, e interiorice que no debe hacerlo de nuevo. Se recomienda hablarle con voz firme, sin gritos ni insultos.
¿Castigos? Los hay, pero la forma de imponerlos se debe analizar . No es dejar de tener “mano dura”, sino escucharlo y entender sus razones para definir en qué se equivocó, si las acusaciones son ciertas, la explicación de por qué rompió algo sin querer… Con el diálogo es posible llegar a un acuerdo.
“Ambos cónyuges están obligados a cuidar la familia que han creado y a cooperar el uno con el otro en la educación, formación y guía de los hijos conforme a los principios de la moral socialista”, refiere el artículo 26 del Código de la Familia. Tengamos en cuenta su contenido y mantengamos sana y en paz la convivencia con los niños y adolescentes, para que crezcan con una mentalidad fuerte y eduquen de la misma manera en que fueron educados: con amor.