Perfección
- Por Hilda Pupo Salazar
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Es positivo siempre aspirar a la perfección, como propósito para hacer grandes cosas, pero ese desafío puede intimidar a la hora de siquiera intentar determinado propósito.
Cuando crecen los emprendedores, con retos y complejidades, no apuestes a que lo perfecto sea enemigo de lo bueno.
Al contrario, la búsqueda de la excelencia, en todas aquellas tareas importantes, es algo claramente positivo como carta de presentación para cualquier objetivo, ante la constante competencia actual en todos los ámbitos de la vida profesional.
La elegancia robustece la reputación, con el equilibrio ideal entre calidad y dedicación, pero sin la obsesión por la perfección que ahoga la creatividad, la cual necesita de tranquilidad mental, frescura, libertad y el óptimo aprovechamiento del tiempo, como importantísimo recurso en la actual modernidad.
Es obvio que en un mundo tan exigente la calidad distingue y posiciona para diferenciar de los demás y seguro que el mejor camino es hacer más y mejor con el correcto ahorro de esfuerzos.
La mayor importancia debe siempre estar en las tareas trascendentales, con la estabilidad constante del distinguido sello de la calidad.
Ahora bien, ser excesivamente detallista no es una virtud y menos para estos tiempos, al obcecarse en la creencia de hacer las cosas extraordinariamente bien, sin errores, entre decisiones que no conlleven ningún tipo de equivocación o pérdida.
Esa actitud conspira con la decisión de que aspirar a la perfección ilumina el objetivo propuesto, entonces se vuelve enemigo de lo bueno, al acorralar la creatividad, con un enorme desgaste mental y físico e implica una menor capacidad de concentración, por lo que la productividad, irremediablemente, va en picada.
Obviamente, al tratar de renovar lo ya difícilmente mejorable y que, cada vez más, se alejen los resultados deseados, puede generar estrés, insomnio, ansiedad, depresión y trastornos obsesivo-compulsivos.
Saber identificar ese momento es clave para dar por concluida la labor y pasar a dedicar nuevas capacidades a otras tareas.
La perfección es un motor en constante movimiento, que entre más cerca crees que esté se aleja más, pero es óptimo querer alcanzarla constantemente, porque obliga a cultivar, incansablemente, los saberes y a renovarlos.
Es como el bello horizonte, del uruguayo Eduardo Galeano, nunca lo puedes alcanzar, pero lo buscas, porque si haces algo excelente y no lo refresca, la vida lo dejas atrás.
Entre tantas definiciones, prefiero la poesía, del también uruguayo, Mario Benedetti “La perfección es una pulida colección de errores”, o sea, que sintetiza ser auténticos, ser imperfectos es ser nosotros mismos; como sentencia el Papa Juan Pablo II: “Nacimos para ser felices, no para ser perfectos”,
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