Sueños con Martí
- Por Liset Prego Díaz
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Papá ha prometido un viaje. Un periplo extraordinario. No puede esperar a los diez años, momento en que por fin se concretará este regalo. No necesita pasaporte. Ni siquiera ha comenzado a ahorrar, parece que no hace falta mucho dinero para ir al que promete ser un largo recorrido, y aunque le faltan unos años ha comenzado a prepararse para estar a la altura de este compromiso con su padre.
En la más grande de las islas antillanas, un caimán largo y estrecho, ella viajará de Playitas de Cajobabo a Dos Ríos. No parece un tramo muy recorrido por niños, no hay parques de diversiones, ni rimbombantes balnearios o instalaciones hoteleras radiantes, las montañas no son rusas, sino vecinas del punto más alto del país, y cubanísimas.
Solo hará falta la casa de campaña y la mochila (tal vez algunos dulces de mamá), para recorrer, como Martí, y de algún modo con él, un camino que pareciera, condujo al prócer, no a la muerte sino a la inexorable perpetuidad de la memoria del pueblo.
Andarán por senderos que una vez el Apóstol recorrió y describió en su diario. Verán la última porción de Cuba que vieron los ojos del Héroe. Lógicamente estará cambiada, pero ella y papá saben que en cada piedra, en cada monumento y tarja del camino, volverá la presencia latente del Maestro. Ella irá por sus pasos, con sus versos tal vez como impulso; porque esos también son los sueños una niña cubana: sueños con Martí.