Sumar ingredientes, sin dañar la receta
- Por Jorge Fernández / Estudiante de Periodismo
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El pasado fin de semana, la ciudad de Holguín fue escenario de un revuelo mediático, cuyo alcance traspasó las fronteras nacionales. El hecho ocurrió en el marco de las celebraciones referentes a Halloween, una festividad que parece haber llegado a nuestra Isla para quedarse.
La discordia fue originada por un grupo de jóvenes disfrazados de miembros del Ku Klux Klan, grupo tristemente célebre por promover, entre otras acciones, actos violentos y con un elevado carácter racista en Estados Unidos.
A partir de ese momento las redes sociales se convirtieron en el escenario principal del desarrollo de un acalorado debate. Mientras algunos plantearon que se le dio demasiada envergadura a la “broma” de un grupo de muchachos, cuyo único fin era la diversión, otros aseguran que “iniciativas” de ese tipo no pueden tener cabida en un país que aún arrastra el racismo, como triste herencia de su pasado colonial.
Lo cierto es que situaciones como esas, en lugar de provocar la desunión y el enfrentamiento de compatriotas pertenecientes a diferentes generaciones, pueden verse como una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de defender la idiosincrasia nacional, sin perder de vista a la transculturación como un proceso constante.
En un contexto donde la manipulación mediática es tan recurrente en Internet, es vital fortalecer la enseñanza de la historia para preservar la identidad de la Patria y no permitir que se adquieran y normalicen patrones culturales ligados al racismo, la xenofobia, la homofobia u otro tipo de discriminación.

Cuba tiene un folclor envidiable, aunque cada vez menos jóvenes se interesen por conocerlo. La importación de patrones culturales es un fenómeno imparable en un momento de avances tecnológicos constantes, pero hay que evitar que se convierta en una invasión de modelos foráneos. Es imprescindible fomentar espacios, con alcance entre los jóvenes, para que estos conozcan la riqueza de las tradiciones y costumbres de sus ancestros.
Ojo, no estamos censurando a aquellos cubanos que encuentran gratificante disfrazarse de sus personajes favoritos, con el anhelo de que alguien les ofrezca truco o trato, pero es necesario que conozcan el origen de la también conocida como noche de brujas, fecha para nada ligada a nuestro país, hasta hace algún tiempo.
La festividad posee raíces celtas y en sus inicios se asociaba con el fin de la cosecha en esa cultura. Además, está vinculada al Día de Todos los Santos, que los católicos celebran cada primero de noviembre. Sus colores más distintivos son el naranja y el negro, su principal escenario, los países anglosajones.
El problema no son los disfraces ni salir cada 31 de octubre a festejar Halloween o hacerlo con otra celebración extranjera, sino olvidar lo que somos, seducidos por un modelo consumista que, si bien es atractivo, puede incidir negativamente en nuestras concepciones y provocar que echemos a un lado una de las cosas primordiales en su ser humano: su esencia.
Si lo tuyo es asustar, adelante, pero ¿quién dice que un disfraz de güije no puede atemorizar tanto, o más, que uno de bruja? El objetivo está en crecer cada día, acorde a los contextos y las innegables influencias mediáticas, sin perder toda la magia que nos identifica como cubanos.
Fernando Ortiz definió a nuestro país como un gran ajiaco cultural con sazones provenientes de diversas partes del mundo. Hoy la mezcla todavía no está completa, y en pleno siglo XXI continúa sumando nuevas tendencias que evolucionan según lo hace el tiempo.
Muchos se muestran recelosos y no creen necesario añadir novedad a un plato único, que es resultado de siglos de cocción en diferentes escenarios. Sin embargo, la clave está en complementar la receta con nuevos ingredientes que la enriquezcan, pero que no provoquen la pérdida de su sabor a cubanía.