Posesividad y sus peligros

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Un comportamiento de posesividad es resbaladizo para cualquier relación, siempre quiere que los demás hagan sus pretensiones, sin más opciones, solo admiten sus antojos y nada más valen sus manías.

Son entes celosamente enfermizos, altamente desconfiados, inseguros, controladores de todo, dominantes, hasta en las conversaciones, para hacer predominar sus supuestas razones. A veces utilizan el chantaje y la manipulación para ganar en cualquier circunstancia. Irradian egoísmo y envidian a quienes triunfan en sus alrededores.

Intentan, por los diversos medios, dominar, absolutamente, a los demás y pretenden ostentarse en cada momento.

Una característica que delatan a los apoderados de este adjetivo constituye su disertación, en la cual son, perpetuamente, protagonistas con total liderazgo y todo se subordina a sus necesidades, al mirar, únicamente, por ellos. Protegen, a ultranza, su bienestar emocional, sin importarles, en lo más mínimo, ni los sentimientos ni las urgencias de los otros.

En la pareja es una hoguera que hace ceniza hasta los mejores sueños, sin creer en juramentos, con fantasmas volando en cualquier sitio, al querer tener el control constantemente de qué hace y con quién se relaciona, sospechar hasta de la respiración, un saludo al descuido, miradas o sonrisas, con rabietas de celos, en un uso poderoso de la manipulación, y ambicionar, todo el tiempo, para él o ella.

Un sentimiento que actúa despacio, pero mina poco a poco hasta la mejor relación y logra la ruptura, al no aguantar tanta absorbencia, que agota, debilita y chupa, hasta cualquier posible energía positiva, al no dejar espacio para los intereses y necesidades que tiene, individualmente, cada persona. Casi siempre, al recriminar sus exigencias ellos dicen que lo hacen para el bien.

Según estudiosos ese comportamiento de posesividad tiene antecedentes en quienes sufrieron de soledad, discriminación, inseguridad, desconfianza, autoestima muy baja, incapaz de amarse, ni recibir ternura de forma sana durante la infancia y, en algunas ocasiones, puede, incluso, ser un rasgo genético que se hereda y puede fomentarse más en la misma convivencia.

Ante estas realidades la decisión para la liberación debe ser radical en pro del bienestar de cada quien, sin nuevos contactos, después de la disolución, con la decisión de seguir adelante la vida.

Los padres deben tener sumamente cuidado con la sobreprotección, cimiento de la posesividad al dañar el crecimiento y desarrollo adecuados de sus hijos.

“Si los celos son señales de amor, es como la calentura en el hombre enfermo, que el tenerla es señal de tener vida, pero vida enferma y mal dispuesta”, definió el dramaturgo, poeta y novelista español Miguel de Cervantes Saavedra.

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 Hilda Pupo Salazar
Author: Hilda Pupo Salazar
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Periodista especializada en temas de educación y valores. Autora de las columnas Página 8 y Trincheras de ideas.

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