Más de 205 años de romance con el mar
- Por Liset Prego Díaz
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Fotos: Juan Pablo Carreras
En Gibara todo conduce al mar. La vida y la historia nacen en él. El océano Atlántico que lame sus orillas trajo a Cristóbal Colón y sus naves en octubre de 1492 y los registros históricos hablan de una bahía hermosa llamada por el navegante Río de Mares, así consta en la memoria escrita cómo seduce el paisaje gibareño al visitante.
Ciudad de leyendas y sabor añejo, aunque fue fundada el 16 de enero de 1817, fecha que se toma a partir de la primera piedra puesta para edificar una fortificación, desde mucho antes aborígenes habitaban la zona.

Tal vez por ese patrimonio de aquellos primeros habitantes que en alguna porción de la genética de los pobladores de hoy permanece, palpita en sus calles, con 205 años de historia, un deseo ancestral de firmeza ante la adversidad, ya sea el clima, el propio paso del tiempo, las carencias. Porque hay en su gente un arraigo consustancial, y un sentido de propiedad sobre el cielo perfecto y la espuma que salpica al transeúnte que camina cerca del mar, presencia constante.
Al mar van los enamorados para prometerse amor absoluto ante el pino que custodia la bahía, del mar vuelven los pescadores con la cosecha del sudor y el salitre. El mar otea el joven meteorólogo buscando indicios de la tempestad, allí donde este año se cumplirán dos siglos del nacimiento del puerto que volviera a este trozo de tierra un cosmopolita punto de encuentro para la humanidad toda.

Y la ciudad persiste en reinventarse, rescata viejos inmuebles, preserva en museos el tiempo detenido en la belleza y en lo extraordinario de lo natural, insiste en ser escena definitiva, encuadrada y lista para la filmación de su realidad en un filme perpetuo que, desde algún lugar, Humberto Solás, el cineasta devoto de sus rincones, observa.
