Pequeñas miradas desde la distancia
- Por Liset Prego Díaz
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Desde la ventana el mundo parece un vasto paraje de calles desoladas donde a veces se aventura un ser con antifaz que ha salido en busca de algo, o de alguien.
Los adultos andaban preocupados, se hablaba de números, y de si alguien del barrio había enfermado, o un conocido estaba en el hospital, o de los miedos que también tienen los grandes, que son peores que temer a la oscuridad, a meter la cabeza debajo del chorro de la ducha o a los perros grandes y desconocidos.
Mi entretenimiento favorito fue andar en la bici, y me encantó dibujar.Disfruté las vacaciones de la cuarentena, pero la cuarentena no, porque los niños sufren, y yo no quiero que a nadie de mi familia le coja el coronavirus porque la gente se muere.Los amigos te pueden extrañar, yo extraño a Lisa.”
Sobre el futuro inmediato ve incertidumbre: “No sé en qué círculo me van a poner, pero iré al que me pongan.Estoy feliz de que voy a comenzar en otra escuela. Ah, y qué bueno que ya no voy a usar nasobuco.”
Nuestra familia se mantuvo muy unida jugando monopolio, cartas, dominó, y aproveché para leer libros que había dejado a medias como El nombre del viento. No me aburrí, más bien lo vi como una experiencia nueva, unas vacaciones desde casa.”
Con 9 años David espera que “comience de nuevo la escuela para pasar a cuarto grado.” Pero recuerda con claridad: “cuando supe que había enfermos en el barrio me dio miedo.”
Para algunos seguir las medidas higiénicas ha sido más difícil como le sucede a Reinier, que ya sabía leer, escribir y calcular, pero no tuvo su fiesta de la lectura porque antes cerraron las escuelas, y aunque le gusta más estar en ellas que encerrado en la casa me dice casi de carretilla:“pero ponerme el nasobuco no me gusta tanto.”
Y hay añoranzas como las de Daniel: “lo que más extraño de antes del coronavirus es los días de escuela, estos días de estar en la casa me han parecido muy mal, pero pienso que esto se acabe rápido para ir también al cine, la piscina o la playa.”
Amanda tiene 11 años y era quien recibía a la doctora cuando pesquisaba en su barrio holguinero Dagoberto Sanfield, y aunque nadie cercano enfermó me confiesa: “cuando todo estaba más complicado, al principio, sentí miedo, pero en ese momento no salí de la casa.” Y aunque seguía las teleclases y encontraba muy entretenidos los proyectos de ciencias que le orientaban“me gusta más estar en el aula con los profesores, siento que así aprendo más porque si le preguntas te responden al momento.” Pero esta niña es optimista. “El regreso al aula creo que será bueno. En ese tiempo hay que tomar las medidas para no contagiarse.”
Tercer domingo de julio. Con la sonrisa escondida anda el niño. Ha salido a saludar de lejos a los desconocidos, otros seres de bocas cautivas a quienes apenas identifica por sus ojos: los amigos de las bolas y los patines que esperan volver al parque pronto. Están sanos y eso es una suerte inconmensurable. Crecerán con recuerdos más o menos claros, de los días en que una pandemia asoló al mundo y ellos, resguardados en sus casas, intentaron hallar la mayor suma de felicidad y protección.
En casa todo estaba bien al principio, y era divertido inventar juegos, descubrir otros usos para cada espacio, estar con mamá y papá, dormir hasta tarde, ver mucha televisión, jugar por horas, pero luego ya no fue tan divertido.
Los adultos andaban preocupados, se hablaba de números, y de si alguien del barrio había enfermado, o un conocido estaba en el hospital, o de los miedos que también tienen los grandes, que son peores que temer a la oscuridad, a meter la cabeza debajo del chorro de la ducha o a los perros grandes y desconocidos.

Luchía estaba en prescolar cuando el curso se detuvo y confiesa: “A mí la cuarentena no me pareció muy feliz porque estaba encerrada sin salir, prefiero estar en el círculo porque hay una sirena que me encanta. Lo que más me gustó fue que todos se cuidaron.
Mi entretenimiento favorito fue andar en la bici, y me encantó dibujar.Disfruté las vacaciones de la cuarentena, pero la cuarentena no, porque los niños sufren, y yo no quiero que a nadie de mi familia le coja el coronavirus porque la gente se muere.Los amigos te pueden extrañar, yo extraño a Lisa.”
Sobre el futuro inmediato ve incertidumbre: “No sé en qué círculo me van a poner, pero iré al que me pongan.Estoy feliz de que voy a comenzar en otra escuela. Ah, y qué bueno que ya no voy a usar nasobuco.”

Para Henley, de 12 años parece que el tiempo fue más productivo, tal vez porque ya tiene una mirada consciente de la realidad: “la cuarentena me dejó experiencias muy bonitas porque pude ver con mi familia películas y series. También vi las teleclases y sé que tengo que seguir estudiando para en septiembre hacer las pruebas.
Nuestra familia se mantuvo muy unida jugando monopolio, cartas, dominó, y aproveché para leer libros que había dejado a medias como El nombre del viento. No me aburrí, más bien lo vi como una experiencia nueva, unas vacaciones desde casa.”
Con 9 años David espera que “comience de nuevo la escuela para pasar a cuarto grado.” Pero recuerda con claridad: “cuando supe que había enfermos en el barrio me dio miedo.”
Para algunos seguir las medidas higiénicas ha sido más difícil como le sucede a Reinier, que ya sabía leer, escribir y calcular, pero no tuvo su fiesta de la lectura porque antes cerraron las escuelas, y aunque le gusta más estar en ellas que encerrado en la casa me dice casi de carretilla:“pero ponerme el nasobuco no me gusta tanto.”
Y hay añoranzas como las de Daniel: “lo que más extraño de antes del coronavirus es los días de escuela, estos días de estar en la casa me han parecido muy mal, pero pienso que esto se acabe rápido para ir también al cine, la piscina o la playa.”
Amanda tiene 11 años y era quien recibía a la doctora cuando pesquisaba en su barrio holguinero Dagoberto Sanfield, y aunque nadie cercano enfermó me confiesa: “cuando todo estaba más complicado, al principio, sentí miedo, pero en ese momento no salí de la casa.” Y aunque seguía las teleclases y encontraba muy entretenidos los proyectos de ciencias que le orientaban“me gusta más estar en el aula con los profesores, siento que así aprendo más porque si le preguntas te responden al momento.” Pero esta niña es optimista. “El regreso al aula creo que será bueno. En ese tiempo hay que tomar las medidas para no contagiarse.”
Tercer domingo de julio. Con la sonrisa escondida anda el niño. Ha salido a saludar de lejos a los desconocidos, otros seres de bocas cautivas a quienes apenas identifica por sus ojos: los amigos de las bolas y los patines que esperan volver al parque pronto. Están sanos y eso es una suerte inconmensurable. Crecerán con recuerdos más o menos claros, de los días en que una pandemia asoló al mundo y ellos, resguardados en sus casas, intentaron hallar la mayor suma de felicidad y protección.