Que florezca el amor
- Por Carlos Velázquez Álvarez / Estudiante de periodismo
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Nicolás asechaba entre las sombras, mirando a través de las gruesas cortinas que cubrían las ventanas...
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Su esposa trabajaba en el hospital. Salió del lugar mientras la lluvia azotaba su cuerpo y el cansancio ralentizaba sus pasos...
El hombre aguardaba en la entrada con los brazos cruzados sobre el pecho. Natalia corrió a su encuentro y lo besó. Él se apartó violentamente: “son las tres”. Una fina capa de sudor cubría la frente de la mujer: “ tuvimos que operar a un”... “¡Mentira! A saber lo que estabas haciendo”, la interrumpió y de un tirón la empujó hacia la casa. Los gritos desgarraban el cielo...
Ser violento significa alimentar la ignorancia. Esos ángeles esperan amor, cariño y reciben maltrato. Es preciso reflexionar sobre el asunto y desgranar hasta la última incógnita, para actuar en consecuencia.
Lo primero sería identificar el origen del problema, esa sustancia que activa los músculos y la lengua. Todo tiene su génesis en la mente. Un pensamiento furtivo se introduce, y luego los sentimientos pesan como un gigante en la espalda. Pero, ¿qué emociones apagan la llama? Los celos, el menosprecio, la inseguridad, la frustración y el odio corrompen el alma. En este punto las flores se convierten en espinas y los sueños, en pesadillas. El anillo se quedó en el altar.
Las mujeres son un regalo del cielo. No importa la edad, no importa la forma, el color o la textura. Las propiedades del mundo no alteran su esencia. Sin embargo, detrás de sus rostros se ocultan ingenieras, amas de casa, campesinas, profesoras, policías, cantantes, doctoras, enfermeras, dirigentes, luchadoras, cual astronautas que navegan por el espacio y manejan una familia, etc. Ellas resisten el dolor y con una mano agarran el sartén, mientras con la otra amamantan a un niño. Si tienen que pasar el fuego, al otro lado del desierto las verás.
Ahora es cuando se hace la pregunta de oro: ¿ cómo tratarlas con respeto? Las respuestas fluctúan entre mi amor, mi vida, mi sol. Que sus 60 años no te impidan decirle mi reina o regalarle un jardín cada día. Y que su juventud no provoque desconfianza. Para romancear en un parque no existe el tiempo. Sorprenderlas, amarlas y no dejarse llevar por el corazón que es más engañoso que todas las cosas en la tierra, son ingredientes absolutamente necesarios.
Contemplarlas, beber de su hermosura y reconocer en una mujer la fuerza, acaricia el espíritu. Hay que negarse rotundamente a levantar las manos contra ellas como hizo Nicolás. Evitemos que las rosas se marchiten. Sembremos para que florezca el amor.
