La mejor librera de Cuba

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hcs librera 01Lilian Pileta Hastie . Fotos: Heidi Calderón y cortesía de la entrevistada.

A la antillana Lilian Pileta Hastie la conocí a las puertas del cielo, más bien a punto de abordar un avión de vuelta a casa, luego de la 31 Feria Internacional del Libro de La Habana. En la presentación, la pregunta obvia: “¿Hastie, como el pirata?”, aludiendo a la leyenda del presunto fundador de las estirpes en Antilla. “Hastie, de los del pirata”, enfatizó ella, sonriente.

Dueña de una conmovedora historia de crecimiento personal, voluntad y perseverancia, Lilian volvía del maremágnum capitalino doblemente feliz: por participar de la gran fiesta literaria y porque la habían distinguido con una condición peculiar: la de mejor librera de Cuba en 2022.

A la distinción nacional llegó Pileta con reconocimiento similar del Centro Provincial del Libro y la Literatura (CPLL) en Holguín; con exasperante modestia confiesa que no se lo esperaba, que no trabaja por premio, sino para cultivar su intelecto. No obstante, lo ve como un compromiso grande porque significa, define desde su natural modo de nombrar las cosas, “estar en la mira”.

De la FILH, regresó deslumbrada: “Nunca antes había tenido ese privilegio y lo considero un momento único. Sé del sacrificio y el empeño de la dirección del CPLL para lograr los resultados obtenidos. Ojalá pueda volver el próximo año”.

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Tampoco fue un paseo, reconoce: “Los libreros debemos estar atentos porque el libro no es una necesidad de primer orden para alguna gente; si no lo promueves, nadie lo compra. En este evento, competimos con los juegos didácticos y la oferta de las editoriales extranjeras, cuya calidad de impresión deslumbra. El librero tiene una dura jornada, que incluye permanecer de pie durante muchas horas pues debes vender, velar por tus finanzas y promover lo tuyo como lo mejor”.

En abril cumplirá 40 años, pero se enamoró de los libros a los trece, cuando una amiga le prestó El largo camino a casa, de Saroo Brierley, con cuyo autor y argumento se identificó; le siguió el clásico Jane Eyre. ¿Sus favoritos? Lilian lo niega: “No tengo preferencias literarias, cualquier buen lector se place en la más mínima letra, como si es la de los diarios”.

Graduada con título de oro de Técnico medio en Comercio, trabajó por siete años en otros sectores hasta que el azar, o el destino, la pusieron como vendedora en la librería Raúl Cepero Bonilla, de su municipio, en  2016. Tres meses después, mereció el puesto de administradora.

“Empezó como una necesidad económica. Tomé un curso donde me enseñaron, por el Manual del librero, la misión y visión de las librerías. Aprendí a presentar libros, a promover la lectura, y me enamoré tanto de esta profesión que no me hallaría en otro lugar. El olor de los libros es suficiente para sentir que mi día mejora”, explica.

No resulta difícil que revele su credo profesional: “El librero debe ser un asiduo lector, sentir pasión por la lectura, no debe ver un libro como una simple mercancía. También debe ser capaz de enamorar a los clientes para que sientan que en un libro puede estar la solución de su problema”.

En un contexto marcado por la precariedad, ella valora:

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“Es muy buena la distribución por parte del Departamento Comercial del CPLL. Cuando los títulos no son suficientes, tratamos de que la cantidad de ejemplares lo sea. La calidad de los libros producidos en la provincia y su variedad temática suponen una fortaleza, además de la estrecha vinculación y preocupación de quienes dirigen nuestra empresa, para lograr cumplir con los planes editoriales. La falta de recursos para la impresión de libros, provocada por el bloqueo, es un impedimento para lograrlo”.

Me confía sus proyectos, abrir un café literario con el concurso de algún emprendedor motivado:

“Sueño con convertir mi librería en un centro cultural, un sitio donde la gente pueda viajar en el mundo de la fantasía y espantar un poco su realidad. No es mi intención tener solo una cafetería que preste buen servicio y genere ingresos, sino que alimente el espíritu y cultive el intelecto.

“Este Café literario pretende animar nuestra vida cultural en las tardes y noches, fomentar el hábito de la lectura, compartir espacios de participación entre público y vendedor y, por supuesto, promocionar todo lo que tenga que ver con las editoriales holguineras”.

No solo los libros ocupan su tiempo, porque los vecinos de la circunscripción número tres del consejo popular Antilla 1, la eligieron como su delegada.

“Fue otra sorpresa. Cuando la COVID, ayudaba al delegado con la venta y distribución de los recursos que entraban. A pesar del riesgo, llegaba a la gente, principalmente ancianos y personas vulnerables, y les hablaba de un libro o compartía una frase de esperanza, algo que les ayudara a pensar que todo estaría bien. Cuando me propusieron, no tuve oponente. Se vive un momento histórico complicado por todas las carencias; por eso hace falta mucha empatía para que todos en el barrio se sientan atendidos y representados. Es un desafío que debes enfrentar a diario”.

Como antillana raigal, dedica parte de su tiempo a investigar sobre la historia de ese territorio:

“Me considero promotora, divulgadora y salvaguarda de la historia local, que es la del pueblo, la de mi gente y la mía. Antilla tiene una magia inexplicable: su amplia bahía, su gente generosa, solidaria, siempre alegre. Ser nativa de aquí es un gran orgullo, como lo es saber que puedo ser descendiente de un pirata, que estas aguas fueran las primeras en acariciar a la Virgen venerada por tantos, o que la harina con cangrejo es un plato que ningún antillano despreciaría”.

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Sigue la relatoría de hitos municipales, como el primer tren de pasaje y carga, en 1905; la primera librería, llamada El lápiz rojo, en 1917; que fue la cuna del Comandante Daniel, la visitó Libertad Lamarque o tuvieron un helipuerto, que permitía a los ricos almorzar en Miami y regresar en la tarde.

Sin olvidar los vinos caseros de Virtudes Alayo, cotizados en regiones distantes en la década de 1920. No obstante, el diálogo regresa una y otra vez a la literatura…

“Un buen libro regenera el alma. Leer te adentra en un mundo fantástico; al compartirlo con los demás, sientes cómo se contagian y muchos prueban leer, a ver si logran sentir lo mismo que tú les cuentas. Una persona que lee es mejor educada, más libre, porque no se sujeta a prejuicios ni estereotipos. La lectura y la promoción literaria encierran secretos sobre la base de los valores y las virtudes y contribuye a la buena crianza de los niños. Deberían existir más promotores literarios apasionados en las escuelas, para que no se pierda el hábito de la lectura”.

Eso dice Lilian al despedirse rumbo a su pueblo, en un vuelo que se me antoja breve. Allá, la esperan sus hermanos, los amigos y su pareja, un antillano llamado Élder, que lucha a su lado en la consecución de sus sueños y la crianza de tres niñas, que la enternecen al hablar:

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“Ellas son mi luna, mi sol, mi razón para vivir, después de Dios. Que estén bien es mi motor. Si tienen salud, puedo prescindir del dinero y hasta de la comida, pero mis princesitas Sinaí, Salomé y Essined son lo mejor de mi vida”.

Uno puede imaginarla en su pequeño paraíso, manoseando volúmenes mientras escucha música cristiana, arregla los estantes y clasifica libros en el almacén, donde las horas pasan de prisa, y apenas se percata de cuando cae la noche en ese pueblo besado por el mar.

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