Si algo es imputable a la idiosincrasia del holguinero, es su presunción de grandeza heredada de siglos de historia. Tales aspiraciones, criticada por algunos, ha sido el empujoncito para no pocas proezas, como la de obtener el Título de Ciudad en 1752, después de Baracoa Santiago de Cuba y La Habana, sin ostentar aún las condiciones para serlo.