Optar por la razón y la prudencia
- Por Rubén Rodríguez González
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Me permito ser algo pesimista. Discrepo de los que piensan que el azote del nuevo coronavirus va a cambiar en algo a la Humanidad. No la cambiaron dos guerras mundiales, con el Holocausto añadido; la guerra de Corea, la de Crimea, la de los bóers, la de Vietnam, la del Golfo, la guerra de Bosnia ni la de Troya, ni las Cruzadas. No la cambiaron el 9-11 ni la peste, la gripe española, el cólera o el ébola. Es la estupidez humana y no el virus la que ostenta corona, y grande.
Basta consultar las noticias, donde se aprecia la misma tozudez humana matizada de soberbia e ignorancia, y donde se hace evidente que nada ha cambiado para los humanos, salvo la nueva circunstancia, una más, de la que algunos saldrán ilesos -los más jóvenes, los más fuertes, los que mejor se adapten a la nueva normalidad- y bajo la cual perecerán otros, especialmente los viejos y los débiles, en una especie de darwinismo social.
Lo dije anteriormente, junto a la gente que obedece las medidas estipuladas para enfrentar a la pandemia y protegernos de ella, hay otra que actúa siguiendo los dictados de una ingente voluntad de extinción, quizá como resultado de la activación espontánea de un mecanismo genético de regulación demográfica de la especie. Esta hipótesis me parece idónea como argumento para una teleserie distópica, de esas que están de moda.
Asustado y medio claustrofóbico, en los días del confinamiento, miraba las imágenes surrealistas y hermosas de las ciudades invadidas por las bestias, y pensaba: “Pobres animales, corran de vuelta al bosque o el agua, antes de que salgan los hombres a matarles”. Solo así las especies que se creían extintas seguirán medrando en la floresta, hasta que algún devastador incendio provocado por los hombres, o por el clima vuelto una bazofia por la acción humana, acabe con ellas.
Me impresionan los discursos de odio floreciendo como enfermizas flores del mal, a pesar de la nueva peste o tal vez por su causa, como si el peligro no instara a derrumbar las barreras ficticias que se levantan para separar, aislar, marcar, culpar y condenar; discursos racistas y discriminatorios de toda índole, que se enarbolan desde las tribunas o los púlpitos y cuya esencia es, básicamente, ignorancia.Divide et impera, divide y vencerás, sigue siento una receta efectiva para atizar rencores.
Lo dicen las noticias: vuelven a crecer los números, alimentados por la arrogancia, la codicia y la intrepidez ingenua. Donde se había logrado controlar la pandemia ylos gráficos “aplanados” aconsejaban la vuelta paulatina a la normalidad, una multitud eufórica fluye hacia la ilusoria normalidad restaurada, y renace la bestia. La playa o la vida.
El primer día de desescalada en París, la gente corrió a hacer cola en tiendas de la marca Zara. ¡Cómo pudimos vivir tres meses sin comprarnos ropa nueva! No se trata de falta de advertencia, se hace a sabiendas. Se esgrimen teorías de conspiración y se escucha a falsos profetas. Después de todo, entre los antiguos, en tiempos de calamidad, se mataba a los sabios.
Se trata de una humanidad ahíta de información y tedio, temeraria ante el peligro, donde los que aman y construyen seguirán yendo por un lado; los otros continuarán aullando, himplando, gañendo y barritando por la vereda oscura por la que van los que odian y destruyen…
Habrá que seguir creyendo, como el Maestro, que en el mundo hay más flores que serpientes. Después de todo, prefiero pensar que aquellos que opten por la razón y la prudencia heredarán la Tierra.