Con perdón de F. Mond
- Por Rubén Rodríguez González
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Corría 1979 cuando descubrí a F. Mond, un autor que decía haber acortado el Mondéjar patronímico en una hábil maniobra de mercadeo; también vislumbré que lo decía en broma, como tantas páginas suyas que leería en las décadas que siguieron.
Conocí a este graduado de Pedagógico, en la especialidad de Español, en dos libros: Para verte reír, una colección de buenos textos humorísticos, donde versionaba también temas históricos, y la novela Con perdón de los terrícolas, que agregaba al género el componente humorístico. Un marciano loco y un cubano del siglo XXVI, desde la hundida Atlántida de la antigüedad, hacían las delicias del lector, y decretaban que, en lo sucesivo, me convertiría en seguidor de ese autor.
¿Dónde está mi Habana? (1980) fue su próxima novela y mostró sus cartas de triunfo: el chico, la chica, el romance y el contexto histórico, mediado por un visitante extraterrestre; en este caso, un robot marciano camuflado como médico francés: musiú Larx. El contexto, inmejorable: La Habana en el momento de su toma por los ingleses, con una gran “vacilada” a lo histórico desde el cubanísimo choteo y hasta alusiones a los personajes de cierta obra clásica de la literatura cubana…
Es la misma cuyo título parodia la siguiente entrega de F. Mond: Cecilia después o ¿por qué la tierra? (1983), donde se recicla la historia y personajes de la novela de Villaverde, el cual incluso aparece en sus páginas, esas cundidas de notas al pie, a cuál de ellas más hilarante, con un bebé dotado de superpoderes, pinceladas divertidísimas de la Cuba colonial, y hasta el propio Matías Pérez volador. Lo declaró en una entrevista que he leído por estos días: una de sus rutinas escriturales era reescribir cada página hasta que lo hiciera reír.
Más tarde, nos cayó en las manos Krónicas koradianas (1988), un homenaje a las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, y otro pretexto para banquetearnos con su revisión artística e histórica. En ese libro, un sabio “descubre” que no es la luz la que se mueve sino todo el universo, y esto propicia la fabricación de una nave y sucesivas expediciones, que conducen al escenario de Star Wars, el paraíso según Dante, la Alemania del escritor Goethe…
Nos caía encima el periodo especial, cuando se anunció otra joyita de su autoría: Vida, pasión y suerte, que se publicaría en 1999. Allí utiliza motivos de la historia sagrada para construir su propuesta argumental y estilística de profundas connotaciones éticas; en este caso, una trama basada en la posibilidad de que Jesús fuera parcialmente extraterrestre, tema abordado anteriormente en la literatura. Le siguió un volumen que no he conseguido: Los que deben morir (2005), una ucronía, término técnico para referirse a especulación literaria a partir de cambios en hechos históricos; el título alude, esta vez, a una lista negra para aniquilar a los apóstoles cristianos…
Pero sí me leí Holocausto 2084 (2000), que va sobre un intento de destrucción mundial a manos de una secta y trae, una vez más, los componentes de su estilo: manipulación histórica, romance, crítica social y humor paródico, que en este libro le salió ácido.
Luego, lo perdí de vista y pensé que había muerto, llevándose consigo los títulos anunciados; sin embargo, regresó en boca de una amiga que me contaba sus peripecias en una Feria del Libro provincial a la que habían acudido juntos. Recuerdo la expresión de su rostro y su respuesta: “¡Niño! ¿y de dónde tu sacaste que F. Mond se murió?”. Como fe de vida, la editorial Gente Nueva le publicaba dos nuevas novelas: Hasta que la muerte nos una (2017) y Recuérdame (2019).
Entonces, Félix Mondéjar Pérez nos hizo su última broma: falleció, a los 82 años, el pasado 22 de agosto, el mismo día del nacimiento del gran Ray Bradbury, en el mismo mes en que nació Oscar Hurtado, el padre de la ciencia ficción cubana, cuyo nombre lleva el emblemático taller literario del que Mond fuera fundador.
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