La otra casa de Malena Salazar
- Por Rubén Rodríguez González
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Charles Dickens produjo un modelo literario, el de la niñez maltratada y reivindicada quizá por el trabajo honrado, la superación personal y la recuperación de la identidad. Otros autores también cargaron la mano dándole textura al modelo, y el resultado fue singular; crítico y aleccionador, sí; lacrimoso y sufridor, también.
La literatura infantil y juvenil del siglo XX, particularmente la de los adelantados países nórdicos, tomó este modelo con naturalidad y lo desarrolló en obras superinteresantes de contenido social, humanístico, didáctico, sexo diverso. En la cubana existe también una zona problematizadora alrededor de los conflictos propios de la edad y el entorno; de esta, no gusto, especialmente, de aquellas más descriptivas que analíticas donde a la exposición del conflicto o el trauma no le sigue una propuesta de resolución, ya que no el happy ending. Como autor de LIJ, no comulgo con esas. Respeto estilos y tendencias, tampoco niego su calidad; solo digo que no me gustan y me hago el harakiri agregando que el “gusto” no es una categoría estética.
Por eso, cuando Malena Salazar Maciá me solicitó que presentara su novela La otra casa, cuya protagonista Turalila habita un hogar para niños sin amparo familiar, tuve miedo de que se tratase de “más de lo mismo”, o de una asunción a ultranza de un tema a la moda; si a eso se le agrega que la niña Lila proviene de una familia homoparental, pues todo parecía indicar que un buen “combo” de clichés aguardaban por mí tras la puerta dibujada como ilustración de cubierta del hermoso libro de Ediciones La Luz, sello de la Asociación Hermanos Saíz en Holguín.
Sin embargo, como “tenebró” -palabra formada por los términos: tenebroso y brother (me pido el copyright)- de la Maciá, la sé dark, nerd, un poco gore, un pelín cyberpunk y hasta afrofuturista. De modo que abrí el libro, la puerta, la casa, donde, maravilla, ¡no había maestros malvados!, sino unos educadores muy progres y muy cool; y unos chamas para nada retorcidos por la puta vida. Cada personaje con su historia de vida y su conflicto, y su razón para que el estado asumiera su custodia y los tuviera de inquilinos del susodicho orfanato, perdón, hogar para niños sin… El sueño de estos chicos era, por supuesto, encontrar o reencontrarse con sus familias aunque esto les resultara un poquillo difícil, toda vez que los papis de Lila habían fallecido en un terrible accidente, la mamá de Herminia había asesinado a su padrastro, la parentela de Joaquín había emigrado… Por eso, resultó una sorpresa cuando le apareció una abuela a Lila…
ALERTA SPOILER…
Confieso que sí me iba gustando que la trama fuese ligera y que los niños sonaran como niños, y que los educadores no parecieran sacados de la plantilla del infierno de Dante; y me preguntaba: ¿Y aquí qué va a pasar? Llegó el domingo, ¿o fue el sábado? Y con él la abuela de Lila que resultó ser una señora bien simpática hasta que… ¡Maciá! (o sea, coño, en alto valyrio)… ALERTA DE SPOILER…

Justo en ese instante se produce en el texto de Malena Salazar un punto de giro, lo que, según nos enseñaron en la escuelita del Chino Heras, se llama una muda de nivel de realidad. Y la supuestamente obra realista deviene un sabroso crossover de fantasía y ciencia ficción bien asumidas, que apela incluso a la intertextualidad. Y ahí sí que Maciá se mueve como pez (abisal) en el agua (profunda). A la correcta construcción de personajes y atmósferas, se añade la pronta presentación de conflictos en varias líneas argumentales que se mezclan sin confundirse ni confundir al lector, y avanzan con buen paso rumbo a su resolución sin dejar cabos sueltos, lo que evidencia, faltara más, la recia raigambre escritural de su autora y el oficio ganado en conocidas obras anteriores, como Los errantes, La ira de los sobrevivientes y El umbral oscuro, de ciencia ficción, o Los cantares de Sinim, de género fantástico.
En La otra casa, y uno se pregunta cuál otra será pues en la novela concurren varias casas y, al estilo de ese clásico que es Alicia en el país de las maravillas, hay también numerosas puertas y llaves… ALERTA SPOILER… y hasta un guiño al icónico (CENSURADO) de Cheshire. Con mano firme, conduce la autora la trama rumbo a puerto seguro, y por el camino va dejando caer esas pistas necesarias para que funcione la técnica del dato escondido. Saberes de astronomía y física, bien insertados y justificados dramáticamente dentro de la historia, quedarán a disposición de los amables lectores que van a agradecer que Ediciones La Luz haya puesto a su disposición una buena novela para adolescentes, un público exigente y menos atendido intramuros que el infantil o el adulto.
Cabe celebrar la pulquérrima edición de la novela, a cargo Adalberto Santos, la corrección por Mariela Varona y el diseño de Robert Ráez, todos del equipo creativo de La Luz, y alabar la espléndida y sugerente ilustración de cubierta, una obra de Ramón Jesús Pérez de la Peña, que debió indicarme desde el principio de que va esta novela, que iba a leer para presentar por encargo y acabé por bebérmela por puro placer de leer una historia bien contada. Queda de ustedes, amables lectores potenciales, llevársela a casa y darme la razón. ¡Maciá! O sea, muchas gracias en alto valyrio.