Enemigos del Arte

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Libro

Luis se acostaba tarde todas las noches. No le importaba restar sus horas de descanso y al otro día vagar como un muerto viviente al servicio de los caminantes blancos. Tampoco le preocupaba dormir en las clases ni el golpe fuerte de los profesores en su mesa para despertarlo, o el regaño por conversar tanto conmigo.

Le era indiferente que nos echaran del aula por sabotear los turnos con nuestras desenfrenadas conversaciones.

La mayoría de las veces se dormía entre la una y las dos de la mañana. No era por el amor de una chica, ni por videojuegos, ni por estar con los amigos. No. Su insomnio era por los libros, por la Literatura, por el arte. Con sus 17 años había leído más de 60 obras literarias. Estaba tan obsesionado como yo por la belleza de las historias y las metáforas.

Cursábamos el 12 grado y su estancia en el Pre había sido perfecta según sus necesidades: leyó y escribió en gran manera, sus noches de desvelo le hicieron crecer demasiado en tres años, al punto de intentar tocar el fenómeno poético y extraer versos tan filosos como los de Antonio Machado. Hasta ahora no lo había logrado, pero Luis tenía la firme convicción de que un día sería leído, también él sería Literatura.

Ahora solo se conformaba con vivir, leer y escribir. Y después “quemar” todo lo escrito. Hasta que no salgan frases dignas no conservaré nada, me decía Luis. Yo no era tan radical. Incluso salvé a escondidas varios textos suyos que me parecían publicables. Sus estándares estaban muy altos para ser tan joven. Todavía conservo los textos y un día los daré a conocer.

Su novela favorita era Crimen y Castigo, de Dostoyevski. En nuestra etapa del Pre la leyó muchas veces. Hasta que yo no escriba así, no quiero publicar nada, me decía. Luis podía convertirse en un gran poeta y buen narrador; tenía intuición, talento literario de verdad. Me parecía un Borges cubano, holguinero, de San Germán. Me asustaba que llegara más lejos que yo.

Cuando faltaba un mes para llenar las boletas con las carreras deseadas, Luis dijo en su casa la primera opción: Historia del Arte. Yo estaba ese día, y según la cara de su madre, pareció escuchar: ¡Mamá, quiero ser un gran delincuente! Con sutileza, ella dijo que eso no era lo mejor para él. Luis ofreció sus razones, pero no comprendía ninguna. La madre estaba a punto de perder la paciencia.

Apoyé a mi amigo, pero ella me trató con dureza. Utilicé mi mejor oratoria amable y persuasiva sobre la importancia de esa carrera y del talento de Luis para el arte.

¡Yo no quiero que él estudie eso!, me respondió, casi al reventar por la ira. Decidí irme. Temía por mi amigo, él era sensible en cuanto a la opinión de su familia. Mis padres también se molestaron conmigo cuando decidí ser escritor, ellos, como otros padres de amigos, querían que yo estudiara medicina. Con el tiempo los convencí. Me apoyaron.

Pero la situación de Luis resultó otra. Debió ser el mes más terrible de su vida. En el Pre mi amigo dejó de conversar conmigo en los turnos de clase, ahora miraba por la ventana con los ojos rojos. Yo temía preguntarle. No lo hice durante una semana. Solo hablamos las cuestiones necesarias de la escuela. La semana siguiente no aguanté y le pregunté si tenía ganas de contarme algo.

El joven escritor lloró. El rostro entusiasta y seguro se rompió en trozos de un rompecabezas dividido por lágrimas, con olor a tinta, a cuentos, a versos. Luis lloraba las obras que nunca escribiría. Ese día tampoco hablamos.

Pasaron otros siete días de silencio entre nosotros. Pero la tercera semana me lo contó todo. Sus padres pensaban que se había convertido en homosexual de tanto leer, o que por lo menos estaba en proceso de serlo. Lo ofendieron, le pegaron por primera vez en 17 años.

“¡Esa carrera es para las mujeres!”, le dijo su padre mientras lo zarandeaba por los hombros.“¡No te criamos para esto, te criamos para que saques adelante a la familia!”, le dijo su madre. Al parecer los reclamos de los padres le implantaban sus ideas a mi amigo Luis, y borraban los pensamientos del hijo rebelde.

Hubo más argumentos, golpes... Si estudiaba Historia del Arte, cuando se graduara tendría una mala ubicación laboral en “San Germán”, cabecera del municipio de Urbano Noris, a lo sumo como bibliotecario. ¡El primer bibliotecario de San Germán, qué vergüenza!, reflexionó su padre.

Hace 6 meses lo vi en la parada del Clínico Quirúrgico Lucía Íñiguez. Llevaba uniforme de pantalón azul y bata blanca. Me dijo que le iba bien, que ya estaba en cuarto año de la carrera de medicina. Sus padres debían ser muy felices, ¿Pero Luis?


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