Juego de niños

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juego de niños JPCFoto: Juan Pablo Carreras
 
El recuerdo aún le roba la sonrisa. La guagua iba llena. A él, por suerte, le cedieron el asiento por la niña. Iban del lado de la ventanilla. El frenazo regó como yaquis a los que iban de pie. Un conductor despistado se tiró frente al ómnibus.

Sujetaste a la niña fuerte contra ti y los nervios te dieron por decir: “Mira el payaso ese lo que hizo”. Ella, a la altura de sus cuatros años, te preguntó: ¿Dónde está el payaso, papi, que no lo veo? Todos se echaron a reír, incluso los regados como yaquis que ya se sacudían el churre y el susto con las ocurrencias de la pequeña.

Pero susto grande el que te diera después. Ese casi te cuesta el divorcio. Al juego de muebles de los abuelos le sonaba el tiempo en la vieja madera de las patas. Ella sintió el tambaleo ante el ímpetu de su “hiperquinética” infancia.

Dicen que esa intranquilidad es culpa de las pastillas prenatales. Y la inteligencia también, porque tú le achacaste aquella flojera de la butaca al tiempo. Y ella, con tan solo cuatro años, aseguraba que ya sabía lo que era el tiempo. Ni Einstein supera su teoría:

-Un tiempo es un novio -dijo.

-¿Cómo? -replicaste alarmado.

-Dice la seño del círculo que le va a hacer un tiempo a mi papá.

Menuda ocurrencia cuando tu esposa justo se asomaba por la puerta de la sala y decidió, desde ese día, llevar y recoger siempre a la niña en el círculo.

Con sus historias escribirías un libro. Si tuvieras tiempo, claro; porque la vida de adulto ya es otra cosa. ¡Ay!, el tiempo.

El tiempo que no es un novio. Es el implacable. Pero si en verdad fuera relativo y pudieras volver en él, no dudarías en retornar a tu infancia, al niño que fuiste; cuyo mayor problema era el del libro de Matemática que dejaba la maestra de tarea o velar al vecino para robarle a pedradas los mangos.

Nunca la felicidad fue tan sencilla y sincera. Estaba en el aguacero en el que te mojabas a escondidas de tu madre o en el placer de saltar sobre los charcos sin importar la suciedad de los zapatos. En la máquina de coser de la abuela que convertías en auto de carrera y el olor a dulce de leche que te recibía al llegar de la escuela. Hasta en el pan con azúcar que te daba para mataperrear toda la tarde y responder con un “déjame un ratiquito más”, al “Ven ahora mismo pa’ la casa” imperativo de tu madre.

La felicidad estaba en los amigos de verdad con quienes la braveza duraba cinco minutos y se intercambiaban bolas y trompos. En la adrenalina de huirle al “Combo Fatality de Chancletazos” aleccionador de entonces por escaparte para las pozas. En el sabor del durofrío que vendía la vecina y de la croqueta en la cajita de los cumpleaños. En los juegos con papalotes y la chivichana con ruedas de “caja’e bola” que no dejaba dormir a nadie en el barrio.

No puedes volver a ser niño, pero sí regalarle a tu hija la mejor de las infancias, con más juegos en la vida real, tiempo de calidad con sus padres y menos horas de tecnologías. Aunque ahora intentes explicarle, ella no sabrá lo que es un tiempo hasta unos años después, cuando la Física se lo demuestre. Ella seguirá queriendo ver a los payasos, menos a esos que hacen que los “de pie” se rieguen como el juego de yaqui que acabas de regalarle.

 

Rosana Rivero Ricardo
Author: Rosana Rivero Ricardo
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Rosana Rivero Ricardo. Periodista 25 horas al día. Amante de las lenguas... extranjeras, por supuesto. Escribo de todo, porque “la cultura no tiene momento fijo

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