Mi familia funciona, ¡y bien!
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Caricatura: Osval
Hay cosas que no se olvidan, como la de aquella tarde. Pasan los años y miro con indulgencia la niña que fui, sentada en la primera mesa del aula, con todos los datos pedidos por la maestra aprendidos de memoria. Saberlos era tan importante como asumir, finalmente, la responsabilidad de la llave de la casa.
Mis nombres y apellidos y el de mis padres. Mi dirección completa. El centro de trabajo de ellos y mi parentesco con las personas que vivían en casa. Era mucha información para mis ocho años. Pero me la sabía y me hinchaba de orgullo, hasta que me desinflaba como un globo cuando la seño pedía que levantaran la mano los niños que tenían familias “funcionales”. O sea, aquellos que vivían con mamá y papá, como en el cuento de Ricitos de Oro.
Aquello me daba cierta envidia, porque ni papá ni mamá convivían conmigo. Sin embargo, sentía que mi familia “funcionaba” perfectamente. Yo era feliz con mis abuelos, aunque no tuvieran más derecho legal sobre mí que el amor que nos profesábamos. Yo era feliz, aunque papá nunca vivió conmigo, aunque mamá cuidara en otro hogar a su abuela por una década.
Pasaron los años. Mi madre regresó a la casa. El abuelo se marchó a habitar otras galaxias, no sin antes dejarme la misión de cuidar mucho a la abuela. Yo me fui y volví acompañada por mi bebé. Ahora somos cuatro mujeres de cuatro generaciones en el mismo hogar: bisabuela, abuela, madre y nene. Somos una minidelegación de la FMC, como nos gusta bromear. Experimentamos los dilemas propios de la convivencia; pero siento que mi familia “funciona” igual.
Esta es una más de las miles de historias de familias que han recorrido los medios de comunicación y las redes sociales en Cuba, en los días de Consulta Popular del Código de las Familias que concluyó con un 61 por ciento de propuestas favorables al proyecto; según los datos aportados por el Consejo Nacional Electoral.
Si algo puso frente a nosotros este proceso iniciado en febrero, fue un espejo. Hemos reconocido públicamente la diversidad que somos, lo cual ya es una ganancia del Código, aun sin aprobarse.
Durante el periodo de estudio y consulta buceamos en la Cuba profunda. Descubrimos que “el diseño original” de las familias, encabezada por un padre proveedor y compuesta por una madre a cargo del cuidado de la descendencia, cede ante nuevos “familiogramas”; como el de mis amigos, educados a sudor amor y lágrimas únicamente por sus madres.
O el de mi tío y primo, ambos en sus respectivas familias en funciones de papá y mamá, con el apoyo de los abuelos, porque las madres viven fuera de Cuba. O el de las dos mamás que tiene mi pequeño vecino Fabián.
De acuerdo con datos del Centro de Estudio de la Mujer y la Revista Cubana de Psicología, casi la mitad de los hogares cubanos están encabezados por mujeres y aproximadamente la mitad de los menores de 17 años son hijos de padres divorciados y conviven, principalmente, con la madre. Los abuelos asumen en cifra su protagonismo; pues el 30 por ciento de los niños y adolescentes conviven solamente con ellos.
Las familias cubanas ya no son las mismas. Se parecen más al Nuevo Código que ampara la diversidad y protege a cada persona, como expone la jueza Irma Rodríguez Moreno, al frente de la sala de lo Civil y Familiar, del Tribunal Provincial Popular de Holguín.
“Es un texto jurídico que no elabora ni impone ningún modelo ni prohíbe derechos a nadie. Las relaciones que se desarrollan en el ámbito familiar se basan en la dignidad como valor supremo y se rigen por diversos principios como el respeto, la pluralidad, la solidaridad y la búsqueda de la felicidad”, dice.
Por eso, la celebración del Día Internacional de las Familias este 15 de mayo tiene para los cubanos un sabor dulce a chocolate, fresa, vainilla o lo que usted le agrade más; pues para gustos los sabores y para amor, la diversidad en la composición de los núcleos en los hogares. Hoy, la niña que fui sabe que mi familia funciona, ¡y bien!