Recuento

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Las guirnaldas y los pinos preñados de bombillas, piñones y destellos se asoman con persistente ánimo festivo. Se planean menús emergentes ante el típico que ahora se vuelve un poco esquivo, precios mediante.

 

Vino espumoso o sidra, reunión familiar o entre amigos, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo; deseos pedidos al universo, como aquel que proclamaba mi bisabuela al llegar cada primero de enero: “misericordia para los hermanos de la tierra”; así se gesta la celebración donde se despide al año que termina con la quema de un monigote en el que arde, como en ceremonia purificadora, el pasado, una purga simbólica que intenta hacer borrón y cuenta nueva, un F5.


Y, sin embargo, con nuestros mejores deseos de prosperidad y armonía, de éxitos, viajes, salud, amor y dinero, pedidos frecuentes por estas fechas, olvidamos lo ambicioso del encargo que depositamos en las manos del recién nacido año nuevo.


¡Qué grande la responsabilidad de este tiempo que viene! Hombres y mujeres le han confiado la fe de que todo habrá de ser mejor. ¡Qué compromiso enorme sostener la esperanza que tras dos años de temores y distancias ha estado en vilo!


No parece justo pedirle al 2022 que nos devuelva un mundo que no volverá a ser, porque en 2020 y 2021 la humanidad fue tomada por los hombros y fue sacudida hasta el dolor. Por eso se le pide tanto al tiempo que vendrá, la gente espera un equilibrio, karma dirán, la llegada de lo bueno ante tantos malos días.


Ya comenzó la cuenta regresiva, esa que nos conduce hacia lo inesperado, hacia un reinicio, al punto de partida, primer paso hacia la meta de recorrer otros 365 días de sobrevida, y transcurrir por esas 52 semanas con el éxito de seguir respirando, soñando, construyendo memorias.


Cuando el 2021 por fin se haya marchado, podremos hacer ese recuento que tiene un componente doloroso donde evaluamos las pérdidas, los que no lograron continuar el camino, las jugarretas de la vida y esas evidencias contundente de la fragilidad del cuerpo humano; de lo irreversible del tiempo; pero también habrá ocasión para mirarnos y reconocernos vivos, de pensar en nuestros seres queridos, los que aún van con nosotros en la aventura de existir, aquellos por quienes vale la pena seguir haciendo planes y poniendo metas.


No olvidemos lo pasado cuando el almanaque comience a contar este periodo nuevo, no como una forma de autoflagelación, cada cual sabe con cuánto dolor llena el fardo que arrastra como un equipaje más al nuevo año. Pero a pesar del pesar, o por encima de este, habrá que impulsarse a fundar, sobre la memoria, desde el amor, por los que vendrán, para los que crecen en medio de la adversidad, y ponen su hombro frente a esa suerte de pasaporte al exterior que resultaron las vacunas: para nuestros niños.

Quizás hasta ahora no sabíamos que éramos tan fuertes; no conocíamos de nuestras destrezas ante los retos que hoy hemos sorteado, también nos tocará abrazarnos, en un gesto íntimo de amor propio, porque pudimos derrumbarnos, porque no ha sido sencillo, pero aún podemos sonreír, y si la máscara nos disimula la sonrisa, siempre se desbordará en los ojos la expresión jubilosa.

Ahora estamos más atentos a los pesares de los otros, somos más conscientes de cuánto valen las redes humanas para subsistir; entendemos mejor de empatía y resiliencia, de acompañamiento y solidaridad, esa de dar lo que apenas alcanza. Definitivamente estos 12 meses han sido una escuela.


El 2021 termina. ¡Vaya guerra que nos ha dado! Pero hemos vencido. La prueba es que yo escribo, que usted lee y que la palabra puede edificar, aún, la belleza.

 

Liset Prego Díaz
Author: Liset Prego Díaz
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Yo vivo de preguntar… porque saber no puede ser lujo. Esta periodista muestra la cotidiana realidad, como la percibe o la siente, trastocada quizá por un vicio de graficar las vivencias como vistas con unos particulares lentes

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