Cuando el pueblo derrotó la perfidia
- Por Ania Fernández Torres
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Estaba embarazada de mi segundo bebé, en esos peculiares trajines del tercer trimestre. Eran los días más terribles del periodo especial, año 1994, dicen que el más difícil de la historia revolucionaria, justo agosto, con su calor implacable y pegajoso, aquellos “alumbrones” y un rosario abultado de carencias materiales.
La televisión devolvía, por primera vez en la Cuba revolucionaria, la imagen de vidrieras rotas, tiendas saqueadas y disturbios en el Malecón de La Habana, pero también la entrada del conocido jeep con la sencilla cubierta de lona, en la primera calle desbordada de multitud, del cual se bajó el gigante de verde olivo e inmediatamente comenzó a generarse un coro de voces que repetía: Fidel, Fidel, Fidel…
Hay diversas versiones de cómo empezó todo, pero varias fuentes coinciden en que el foco de la protesta estuvo en algún punto entre la Alameda de Paula y el Muelle de Luz, en la Avenida del Puerto, donde se había aglomerado un grupo de personas que empezaron a ser dispersadas por la policía.
“Cuando empezamos a preguntar, las personas de la muchedumbre nos decían que escucharon por Radio Martí que iban a venir lanchas a buscarlos al Puerto de La Habana”, comentó el reportero Rolando Nápoles, quien entonces trabajaba en la televisora provincial capitalina CHTV y grabó algunas imágenes.
En esa época, el país estaba al borde de la asfixia económica y como sucede siempre en estos casos el enemigo aprovechó el descontento para incitar el enfrentamiento, estimular el robo de embarcaciones y propiciar el escándalo mediático en el Norte, que sin disimulos y con júbilo desbordado hablaba de apoyar la “sublevación popular” y la consiguiente caída del “régimen”.
Cuentan, quienes presenciaron el momento y estuvieron cerca ese día 5 de agosto de 1994, que muchos hombres y mujeres jóvenes del Vedado, al enterarse de la provocación y la presencia del Comandante, comenzaron a bajar hacia el Malecón para defender a Cuba y fue así como los instigadores fracasaron y el pueblo, junto a Fidel, derrotó la perfidia.
En comparecencia pública posterior nuestro líder dijo: “Yo consideré mi deber ir donde se estaban produciendo esos desórdenes. Si realmente se estaban lanzando algunas piedras y había algunos disparos, yo quería también recibir mi cuota de piedras y de disparos. No es nada extraordinario (…) en realidad es un hábito: uno quiere estar allí donde está el pueblo luchando y donde están los combatientes en cualquier problema”.
Realmente ese fue uno de los días decisivos en la historia de la Revolución pues el “baño de sangre” que anticipaban emisoras, televisoras y otros medios de comunicación anticubanos, que demandaría y justificaría la intervención militar en Cuba, no pasó de ser una revuelta controlada en muy poco tiempo, aunque algunos politólogos de hoy (que en su mayoría viven en el norte) se empeñen en compararla con una de las primaveras árabes.
Lo cierto es que algunos, en aquel aciago agosto, hasta hicieron sus maletas de retorno y no sé si ahora, después de los sucesos del 11 de julio, habrán vuelto a hacerlas en ese ejercicio desgastante de armar y desarmar un equipaje que se les ha puesto viejo en los avatares de esta larga contienda.
Casi todo, condiciones objetivas, atmósfera social y situación económica agravada, coinciden en este verano del 2021 con aquel de 1994, incluso la cuestión de salud pues justo el 4 de mayo de 1993 (un año antes del llamado “Maleconazo”) el viceministro cubano de Salud Jorge Antelo Pérez se dirigió a la 46 Asamblea de la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, para pedir ayuda ante la epidemia de neuritis óptica.
“Hasta el día 30 de abril hemos tenido, en total, desde que comenzó la epidemia, 25 mil 959 casos, de ellos 19 mil 820 en la forma predominantemente óptica, 5 mil 547 en la forma predominantemente periférica y 301 en otras formas clínicas”, dijo Antelo Pérez, según refieren las notas de la OMS.
Esta enfermedad dejó secuelas en muchas personas que la padecieron y justo 27 años después el mismo enemigo aprovecha otro terrible problema de salud en nuestro país para promover el descontento y el desorden.
No obstante, hoy, la vida, jueza implacable, habla tan alto y claro como el Comandante, cuando refirió: “Todos los años tendremos el deber de recordar la gran victoria del 5 de agosto de 1994 en que el pueblo aplastó la contrarrevolución sin disparar un tiro, porque dice mucho esta fecha, enseña mucho y alienta mucho.” Aquel día, como el pasado 11 de julio, también ganó la Revolución, el pueblo, Cuba.