¿Halloween, un riesgo para el cubanismo?

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Si decimos Cuba, en cualquier parte del mundo, las imágenes para cualquier extranjero serían: carros antiguos, tabaco, ron, mulatas, beisbol, salsa, mojitos y playas. Si le preguntamos a los propios cubanos enraizados en esta isla estos dirían: un sol que raja piedras, orishas, pelota, son, rumba, dominó, cerdo asado, congrí, un pueblo humilde y humano que tira pa´lante.

Sin embargo, Cuba es más que todo eso, este pedazo de tierra en medio del Caribe es una convergencia de culturas tanto africanas, como europeas, orientales y americanas. Una cultura que sigue nutriéndose y evolucionando en un mundo envuelto en la era de la información, y el avance de la digitalización.

Nadie ha dicho que el ajiaco cultural, como lo categorizó Fernando Ortiz, esté terminado. Todo lo contrario, seguimos apropiándonos de ingredientes que con el tiempo se mezclan en nuestra idiosincrasia. Para algunos intelectuales, que actúan como anticuerpos ante la entrada de las nuevas tendencias, estos componentes culturales representan un peligro para la identidad nacional.

El hecho de aceptar la integración de estilos extranjeros no indica la suplantación de lo nacional. En vez de cerrarnos y luchar contra lo inevitable, la tarea es anivelar lo originario con lo foráneo y lograr una coexistencia que selle los vacíos culturales.

Hollywood, Netflix, y otros medios sirven como los canales por los que el cubano recibe esa inyección de la globalización informativa. De esta forma llegan tradiciones que, un poco separadas de la realidad de Cuba, ocupan un lugar en la juventud, como es el caso de Halloween.

También conocida como Noche de Brujas, es una festividad anglosajona de origen celta, que se deriva del Samhain donde se celebraba el fin de la temporada de cosecha y la llegada del otoño. Además está relacionada con la celebración por la iglesia católica de las vísperas del día de Todos los Santos el primero de noviembre.

El origen del festival no tiene punto de unión con la isla, aquí las estaciones son una de seca y otra de lluvia, los disfraces no son asequibles, acá no se cultiva la típica calabaza para los faroles y tampoco habrá muchos dulces para el “truco o trato”.

Pero sin importar los obstáculos, llena de gozo ver a niños crear sus propias vestimentas y juntarse en fiestas de disfraces imitando lo que vieron en alguna película animada.

En la juventud se hace más presente, con la celebración de fiestas privadas y en algunos centros nocturnos donde además se realizan competencias de disfraces.

Generalmente cuando se analiza este tema lo relacionamos directamente con la sociedad de consumo y el patrón que nos impone el audiovisual norteamericano. Pero qué tiene de malo disfrazarse, ser tu personaje favorito o desbordar tu creatividad diseñando lo que vestirás, solo es una variante más para salir de la cotidianeidad.

Si son escogidos personajes de Disney, Marvel, DC o los típicos zombis, vampiros y licántropos por encima de los animados del Icaic o los seres míticos de nuestro folclore, ya eso es otro tema para debatir. Quizá la solución esté en un Halloween a lo cubano, donde se refuerce lo identitario por encima de lo banal.

En nuestra cultura no tenemos ninguna tradición similar, y no es culpa de las nuevas corrientes que algunas viejas tradiciones se hayan desgastado. La misión es que a la par de lo moderno rescatemos lo perdido en el pasado. Al final los niños y jóvenes solo buscan una manera más de ocio y diversión.
 

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