El hombre que descubrió La Habana

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La primera vez que lo vi por la televisión, me llamaron la atención la vehemencia de su voz, su elocuencia, sus dotes de orador y el tono con que disertaba, para poner en palabra hermosa la historia de una ciudad y de su gente. Algo de poseso había en su voz y algo de augur en sus gestos, porque místicos dones se precisan para mostrar el alma de una urbe.

Él acuñó una frase que se lexicalizó: andar La Habana, nombre de aquel programa sobre arquitectura y urbanismo, aderezado con apuntes de historia nacional, donde desgranaba lecciones que tenían que ver con la identidad, el arraigo, la pertenencia, como el orfebre pule la piedra ruda para mostrar sus facetas más luminosas.

Poco a poco, uno fue cazando detalles para componer la silueta de aquel hombre que se confundía con una ciudad. En esta especie de álbum de recortes, está su historia personal de renuncias y afirmaciones, como la relativa a su paternidad, expuesta con toda la dignidad del mundo; sus esfuerzos en pos del rescate y protección del patrimonio urbanístico, con el fuerte componente humano y sensible de garantizar viviendas confortables a los vecinos de palacetes devenidos precarios solares y edificios prístinos vueltos inseguras ciudadelas.

Como lo fue proporcionar empleos a decenas de personas, imbricándolas como estampas vivas en la animación cultural; la apertura de escuelas de restauración, necesarias para echar adelante el proyecto y salvar, dando estudios, a numerosos adolescentes; y hasta lo hecho por la protección animal, porque parecía incansable, y a fuerza de méritos se ganó el título de Historiador de La Habana, digno sucesor de Emilio Roig en ese puesto.

Nunca lo vi de cerca. Pero sigue siendo una presencia y una voz que clama, cada vez más sabio, más profundo y sincero, a medida que se aproximaba al ocaso; sabiendo que pronto sus acciones se volverían legado. Recuerdo sus atinadas intervenciones en foros políticos, y también su figura frágil, minada por el cáncer supusimos, cuando se dotó al Capitolio Nacional de su pátina dorada en la cúpula y la estatua gigantesca, o en las celebraciones por el medio milenio de su Habana, o haciendo el panegírico de Rosita en sus exequias.

Agreguemos su nombre a las bajas que nos va dejando el infausto año 2020. Y recordemos amablemente al intelectual, al humanista, al comunicador, al político, al promotor apasionado y sensible. Al múltiple Eusebio Leal Spengler. El hombre que se convirtió en Ciudad.
 

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