“Vedettísima”
- Por Rubén Rodríguez González
- Hits: 2560

Hace tres lustros, Rosita Fornés recorrió Cuba con el espectáculo “Vedetísima”. Vísperas de su presentación en Holguín, se convocó a la prensa para una conferencia, como sucede en estos casos. Tanto los que la habían visto en persona como quienes la conocíamos de la televisión y el cine, aguardábamos ansiosos la llegada de la artista y sus acompañantes, en el salón de protocolo del “Pernik”.
Pero el vuelo se retrasó y otros inconvenientes dilataron la espera, se comentaba incluso que la conferencia de prensa se cancelaría, pues la diva y su elenco necesitaban descansar. A la zozobra siguió el malestar, por el tiempo y la adrenalina malgastados, como también ocurre en estos casos. Sin embargo, su aparición cortó nuestras lamentaciones y el conato de retirada.
Con el cabello húmedo, vestida informalmente y calzando cómodas alpargatas llegó Rosita, encabezando a sus artistas; hasta a su hija arrastró consigo. Su aspecto, como me recuerda mi amigo Ribaíl desde Brasil, era el de quien abandona precipitadamente una siesta y se alista con lo que tiene a mano, para no hacer un desaire.
Sin maquillaje ni boa de plumas, artístico peinado, lentejuelas ni altos zapatos de tacón que añadieran centímetros a su estatura, seguía siendo una diva.
Primero, nos ofreció disculpas por la demora y luego trasmitió la petición del anciano maestro Luis Carbonell, de salud frágil a razón de un episodio reciente, de que perdonásemos su ausencia pues, de participar en el encuentro, no descansaría lo suficiente para su actuación nocturna.
Como era de esperar, derrochó simpatía, fue amable y gentil, habló del espectáculo y respondió preguntas, permitió que nos tomásemos fotos con ella -todavía las selfies no estaban de moda- y firmó carteles para regalar, en ellos lucía vaporosa bata cubana modernizada por la fantasía del diseñador. No era la típica mulata del Trópico y el tópico, pero uno reconocía en ella el alma inmarcesible de la nación.
Para el espectáculo, se alzó una tarima próxima a la esquina de Frexes y Libertad, con una rampa que descendía hasta la actual Casa de la Música, donde los artistas mudaban su vestuario y esperaban su turno. A Rosa, octogenaria, le incomodó el trasiego, y para evitar tanto sube y baja sobre sus tacones y ataviada a tono, permaneció medio oculta por la escenografía en una esquina, donde divisaba el espectáculo con los ojos ávidos de una debutante y movía hombros y cintura.
Yo recordé los materiales “de archivo” que la TV cubana mostraba a veces, donde aparecía como alocada estrellita joven; la foto donde desciende de un platillo volador publicitario; en el programa de televisión Cita con Rosita, donde interpretó inolvidables páginas de la cancionística cubana y el teatro musical; en su gran orgullo de madre de familia, ella que tanto logró en el mundo del arte; en los pequeños roles que bordó en el cine más reciente, donde mostró su amplio registro dramático: desde la frenética Gloria que permutaba hasta la contundente Rosa Soto de Papeles secundarios, la mejor película cubana de su década.
De aquel día conservo una foto, el último entre media docena de personas que rodeábamos a Rosita, quien sostenía, orgullosa, un ejemplar del semanario ¡ahora!, con el respeto deferente que dictan los buenos modales. Conservo también la lección de humildad y ética, de disciplina y responsabilidad, de seriedad y sentido común que nos dio ese día. Ese estilo, que el mundo va perdiendo, de saber hacer las cosas bien.
Desde esta semana, acompaña a otros grandes -la Única, la Reina, el Bárbaro-, en el panteón de la Patria; ella, la Rosa de Cuba, la última vedette.