Comuna de Paris, líneas contra la desmemoria
- Por Ania Fernández Torres
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Hay quienes dicen que hablar de Comunismo en estos tiempos resulta un pecado capital, casi un suicidio político. Se le atribuye a esta doctrina, como si le fueran innatos, males que arrastran los hombres casi desde el inicio de su vida en la tierra y resultan detestables en cualquier sector, ideología, programa o religión.
Algunos revisan la historia a la caza de una atrocidad o, en su defecto, les sirve hasta un desliz en un discurso para armar una leyenda forzada, que fomente y proponga el odio a la palabra Comunista, pero “no hay nada nuevo bajo este sol” en el viejo cuento de enlodar todo el esfuerzo de los movimientos obreros en el mundo, como se hizo en aquella semana sangrienta tras la derrota de la Comuna de París.
Justo en este mes de marzo, cuando se cumplen 150 años, este hito fundacional amerita unas líneas contra la desmemoria, pues la toma del ayuntamiento parisino constituyó el primer gobierno obrero en la historia de la humanidad. Tras la vergüenza de la posible capitulación, de la propia Guardia Nacional salieron los miembros del Comité, en representación del pueblo y proclamaron: “Los proletarios de la capital, en medio de los desfallecimientos y las traiciones de la clase dominante han comprendido que para ellos ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos políticos…”
Ciertamente el error, después de la victoria, fue no marchar con toda la fuerza popular sobre Versalles, pero eso obedeció, fundamentalmente, a la falta de preparación militar de quienes estaban al frente, así los señalan los historiadores, lo más honestos, porque burgueses, promonarquistas y esclavistas, solo vociferaban acerca del “atajo de bandidos” e “insurrectos ignorantes incapaces de timonear la gran barca” que significaba París.
Sin embargo, esos iletrados, calificados como hombres y mujeres oscuros, clandestinos y de bajos instintos por la prensa de la época, firmaban sus proclamas con sus nombres, convocaron a elecciones, favorecían la unidad de la nación y no albergaban intereses separatistas. Entre los días 22 y 25 de marzo se proclaman otras comunas en la ciudad de Lyon, Marsella, Narbona yToulouse en apoyo al Paris rebelde.
El 26 de marzo se realizan las elecciones, votaron 227 mil parisinos y el 28 se proclama la Comuna en un ambiente festivo, poco más de 80 conejales elegidos, entre ellos, había 66 revolucionarios, 27 obreros, algunos con apenas 25 años de edad. Al día siguiente se organiza el gobierno mediante nueve comisiones relacionadas con la Justicia, Finanzas, Guerra, Seguridad Nacional, Trabajo, entre otras.
Entre las principales acciones de este Gobierno estuvo la disminución de la jornada laboral, la separación de la Iglesia y el Estado, la abolición del servicio militar obligatorio, el sueldo de funcionarios no podía ser superior al de los obreros, sacaron a la calle la guillotina y la quemaron, instituyeron que su bandera roja era la de la República Mundial por lo que no se excluía a los extranjeros.
Los “insurrectos organizadores de la orgía siniestra” demolieron los símbolos del chovinismo y el odio entre naciones, condenaron la deuda de alquiler de viviendas, ocuparon talleres y fábricas clausuradas, organizaron cooperativas para echar a andar las industrias detenidas, clausuraron las casas de empeño, abolieron la capilla expiatoria, y decretaron que la religión era un asunto de incumbencia puramente privado, entre otras importantes reformas.
No obstante, no se apoderaron de lo primero que hubieran tomado sus enemigos: el Banco de Francia, lo único que verdaderamente hubiera puesto de rodillas a la burguesía y no hacerlo fue calificado por Federico Engels como “el mayor error político de la Comuna de París”, porque esa misma entidad financiera aceptó 260 millones de letras giradas sobre él por el gobierno de Versalles para luchar contra la Comuna.
Movimiento de dinero y traiciones, superioridad militar aplastante, el ejército prusiano abre paso a los invasores y París es sometido a constantes bombardeos. El sector occidental, por supuesto, el de los barrios ricos, ofrece poca resistencia, mientras que, en el sector oriental, el de los barrios obreros, se multiplican las barricadas, los combates y los actos heroicos.
Después de solo 61 días de Gobierno, los ocho últimos de ardua lucha, el 28 de mayo, se dispara el último cañonazo de La Comuna, tras el cual llega la ferocidad de la contrarrevolución, la matanza en masa de la población civil, los fusilamientos de hombres desarmados, de mujeres y niños, de traslados a prisiones y campos de concentración.
Muchos días antes se había hablado de conciliación, de simulacro de negociaciones, la Liga de los Derechos, la Unión Nacional de Cámaras Sindicales, los Masones, hablan a favor de La Comuna y reciben como respuesta desde Versalles: “Los apóstoles de la conciliación solo tienen un No como respuesta”. La suerte estaba echada y pedía sangre.
Según el historiador y periodista Oliver Lissagaray y los reportes del Juornal des Debats, los muertos superaron las 100 mil personas, los oficiales bonapartistas no desmayaron en su crueldad, en un telegrama de un general, para informar a sus superiores, decía: “El suelo está sembrado de sus cadáveres, este espantoso espectáculo servirá de lección”.
Y así resulta cada vez que “el fantasma” del Comunismo trata de recorrer Europa, América u otro continente el poder moviliza sus armas y grita: ¡Comuna! Y se le unen otra vez los burgueses, los procapitalistas, los explotadores y la gran prensa que los secunda, con viejas y nuevas armas, aunque, no existe nada realmente diferente en la manía de destruir los movimientos obreros en el mundo, así como hicieron los bonapartistas en aquella semana sangrienta tras la derrota de la Comuna de Paris.
Comentarios
La enseñanza de estos dos gigantes está en que su teoría se apoyó en la práctica como criterio final de la verdad. No cometieron el error hegeliano de que si la praxis no coincide con la teoría, es porque estaba equivocada. Marx enderezó esta dialéctica y donde la práctica no respondía a la teoría lo que había que hacer era mejor y más teoría, una enseñanza que muchos han olvidado y que los revolucionarios están obligados a concientizar.