La Curva y el mar
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Alejandra, Nery, Marcela y Yami los han esperado durante todo el día, la madrugada o la noche. No les importa aguardarlos en el pequeño y artesanal puerto. Ni tampoco compartirlos con sus esposas, las verdaderas, de quienes quizá tomaron el nombre. O tal vez, de la hermana, la madre o la abuela.
Esperar tiene recompensas. Salen juntos Alejandra, Nery, Marcela y Yami y sus hombres. A veces son unas pocas horas. Otras, casi un día entero se pasan contándose secretos. Todo depende de si quieren arrimar la jiguagua, el pargo, la lisa, la cojinúa, la sierra, la pintadilla, el gallego…
El pescador se va a la mar con sus redes, palangres o cordeles y la única compañía del bote que pudo bautizar como Alejandra, Nery, Marcela, Yami o cualquier otro nombre que le recordara algo o alguien. Puede ser un oficio solitario, pero en el pueblo hay muchos como él. Allí, en La Curva, barrio del municipio holguinero de Antilla, la mayoría de la gente son pescadores. A todo el mundo le gusta el mar y vive de él.
Bárbaro Jiménez Domínguez lleva 40 años pescando, casi toda su vida. “Es dura, la pesca es dura –dice-. Lleva mucho sacrificio, abajo’el sol, el agua salá, el salitre. Te cocinas por dentro y por fuera”. Pero le gusta, porque “no sé, desde que nací estoy en eso de la pesca, es emocionante”. El oficio lo heredó del padre, Crecencio Jiménez López, a quien le gusta pescar y, también, llevar la contraria:
-Dicen que eres el mejor pescador de La Curva.
-No, no, no. Eso es un cuento. Aquí hay muchísimos buenos y mejores que yo. Figúrate, con la carga de almanaques que yo tengo, no puedo ser el mejor, porque el almanaque pesa.
-¿Pero fuiste el mejor en algún momento?.
-Bueno, fui seleccionado, pero eso no quiere decir que haya sido el mejor.
Como padre sí le gusta ostentar todos los méritos. Dice que hijo de majá sale pinto; el de médico, doctor y el de pescador… Su hijo primogénito, Crecencio, igual que él, se demoró un poco en darse cuenta. Pero desde hace cuatro años cambió la tiza por las redes. No obstante, jamás podrá desprenderse del magisterio y enseña cómo La Curva tiene la mejor base de pesca:
“Todo lo que se ha hecho aquí, ha sido con el esfuerzo de los propios pescadores que son gente humilde y sacrificada. A raíz de los problemas con las embarcaciones por las salidas ilegales, hemos creado las condiciones para garantizar la tranquilidad y la seguridad con los custodios que nos cuidan los botes. Esto lo ha elogiado todo el mundo. Hemos hecho hasta taquillas para que cada pescador guarde sus artes de pesca. Antes se pasaba mucho trabajo, porque la gente tenía que cargarlas de lugares lejanos”.
Ahora sí se puede salir a la mar sin preocupaciones y regresar cada día con suficiente pescado para cumplir los contratos con la empresa pesquera, vender algunos para hacer un dinerito y regalar para resolverle un problema a alguien.
Es media mañana y casi todas las casas están cerradas. Incluso las típicas de estos pueblos antillanos, enclavadas al principio del mar sobre pilotes de madera. Solo está abierta la única casita de mampostería que hay en La Curva. Allí vive, desde hace 50 años de sus 70, Rafaela Leyva Sánchez.
Ahora casi todas las mujeres del pueblo trabajan como enfermeras, maestras o en oficinas del pueblo de Antilla. Pero Rafaela tuvo una vida de pescadora: “Yo sí pescaba en el mar con mi esposo. Cuando me encargaban 15 o 20 botellas de ostiones, yo me tiraba con él a sacar ostiones. Yo sé de todo, pescar a cordel, con hilo, remar, arrancar un bote, lo que ya estoy mayor”.
A pocos metros de su casa pasa la línea del tren que dibuja una doble curva, ingeniería ferroviaria para que la locomotora cambie de dirección y de la cual toma el nombre el poblado.
Dice Rafaela que “a veces se rompe un tren ahí y la gente se han bajado y les he hecho un traguito de café y han pedido agua fría y les he dado”. También su casa es centro de evacuación donde se refugian las pertenencias de los vecinos cuando algún ciclón decide “doblar” por La Curva.
Desde cualquier ángulo que la mires, esta comunidad de pescadores regala una postal. En pocos pueblos de Cuba se funde el ferrocarril con el mar. Pero dicen que cuando más linda está La Curva es en verano, periodo en que se hacen actividades náuticas.
Entonces Alejandra, Nery, Marcela, Yami y el resto de las embarcaciones se engalanan, se pintan, se ponen bonitas con una bandera cubana. Eso a todo el mundo le gusta.
La comisión de verano organiza competencia de embarcaciones en diferentes modalidades: la más embellecida, la más representativa, la de más velocidad y a remo también. Lo más divertido es cuando tiran un cerdo al agua para que el nadador mejor preparado lo capture. Si lo logra, el puerco es suyo.
El resto del año el pueblo queda tranquilo. Los jóvenes van a Antilla en busca de diversión o a la punta del puente donde hay unas playitas buenísimas.
El resto del año Alejandra, Nery, Marcela y Yami esperan o pasean con sus hombres por la Ensenada de Lara, más grande que todas las bahías de Cuba juntas, custodiada por el humilde y solidario pueblo de La Curva.
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