Ingratitud

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Según el filósofo español Lucio Anneo Séeneca: “Ingrato es quien niega el beneficio recibido; ingrato es quien lo disimula, más ingrato es quien no lo devuelve y, mucho más ingrato, quien se olvida de él”

La reciprocidad es la acción de corresponder, de forma mutua, a otra persona, algo a si como pagar con el mismo billete. Hay un viejo adagio que resalta la preocupación mía por ti, si tu lo haces.

Cuando alguien ayuda a otro, luego recibirá lo mismo de su parte, como compensación o agradecimiento, porque vivimos en una sociedad donde tendemos a medir todo lo que damos y lo justo sería recibir en función de lo entregado.

Pero, esa tónica no es correcta, sino convertimos la reciprocidad en una moneda de cambio. Si saludamos y no nos responden, es positivo seguir haciéndolo, aunque no nos respondan, sino nos ponemos a la misma altura del mal educado.

La falta de reciprocidad no puede ser sufrimiento y decepción, por lo que dimos y no fuimos correspondidos. Tendemos a esperar, de los demás, como mínimo, lo mismo que les hemos dado, si así no sucede puede traernos angustia, porque pocas veces nos sentimos correspondidos. Sentiremos frustración o que nos utilizan, pues no saben devolvernos tanto como esperábamos de ellos.

El hecho de perseguir algo de los demás, muchas veces, de una determinada forma y manera, y no ver cumplidas nuestras expectativas puede suponer una dura decepción. Puede hacer que nos replanteemos la acción de seguir dando y empecemos a mirar, con buenos ojos, la alternativa de ser más conservadores.

No hay cosa más desagradable que ayudar a alguien y no contar con su apoyo, cuando lo necesitamos. Ya sé el dolor causado, pero eso no puede constituir motivo, para no seguir haciéndolo y sumergirnos en despecho, porque nos dañamos nosotros mismos.

La correspondencia del cariño, significa, permitirme recibir lo que otros quieran darme, disfrutando de ello. Si no esperamos nada de nadie, la gratitud y la satisfacción serán máximas.

De ésta forma, entendemos que ofrecer a cada persona decidir qué quiere dar, cuándo y cómo. A ellas incumbe, si facilitar algo o hacer por los demás; si esto es así, nadie debe nada a nadie, porque no poseemos la obligación de corresponder, como tampoco la tienen con nosotros.

La mayor enseñanza es realizar favores sin esperar correspondencia. Dar a otros por bondad y, aunque ellos no lo reconozcan, el mismo barrio, familia, centro laboral, comunidad, amigos o vecinos te premian al calificarte positivamente.
 
Author: Hilda Pupo Salazar
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Periodista especializada en temas de educación y valores. Autora de las columnas Página 8 y Trincheras de ideas.

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