Raúl: siempre en combate
- Por Rodobaldo Martínez Pérez
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Llegó este 3 de junio a sus 93 años Raúl Modesto Castro Ruz, el fiel y valiente hermano de Fidel, guardián incansable de cada detalle que pueda dañar a la Revolución, de cómo robustecer en todos los instantes, para evitarle el más mínimo peligro, con la mayor pureza de amor, patriotismo, pasión y sacrificio para que avance cada vez más.
Es un ser excepcional, un cubano común y corriente muy jaranero, con el privilegio de tener a Fidel, además de su hermano, como mejor amigo, maestro, Jefe y acompañarlo siempre, sin importar el peligro, ni dudarlo un segundo, con la máxima lealtad, como dijo su madre Lina: “ este jamás traicionará a su hermano”.
Amante de su familia, enamorado para toda la vida de Vilma, de sus hijos, nietos y bisnietos, núcleo que lo enorgullece por la formación integral, desde la pasión, amor y el respeto.
Leal con sus amigos, sobre la base de la ética y los principios. No admite adulones, mentiras, ni a quienes cometen errores por oportunismo o malintencionados.
A quien más le exige es a él mismo, con un tribunal totalmente severo antes de irse a dormir: su propia conciencia, con un análisis diario de todos sus comportamientos y ni el café le quita el sueño, solo los problemas de su pueblo.
“Soy comunista porque me hizo Fidel”, dice con orgullo. Y su convicción es que al comunista debe caracterizarlo siempre el análisis objetivo de la realidad que enfrenta y la forma más correcta de llevar adelante su proyecto, aun en medio de las situaciones más difíciles.
Es un absoluto optimista, siempre dispuesto a luchar, sabe de la importancia de estimular la discrepancia entre sus subalternos, sin admitir apología ni autocomplacencia.
Prefiere no describir cuánto hemos hecho, sino analizar, sinceramente, cuánto de lo que se hizo dio, realmente, resultados y qué debemos hacer para que nuestro trabajo sea mejor.
Provoca a aprender no solo a discrepar, sino a estimular el libre debate de las opiniones discrepantes, para que las ideas sean mejores y el convencimiento mayor.
“Hay que discrepar y discutir en las reuniones. Es necesario educarse en disentir de lo que digan los jefes en lugar, tiempo y forma, porque todos sabemos que no decimos nada en las reuniones, pero hablamos mucho en los pasillos”, enfatiza.
Enseña que los revolucionarios tenemos que buscarnos problemas y estar dispuestos a pagar el precio necesario, con razón o sin razón.
No admite al jefe que solo le gusta rodearse de subalternos que lo complazcan, quienes tienen las sonrisas y un sí siempre a flor de labios sin pensarlo, quienes están esperando solo saber qué es lo que piensa el jefe para decirles lo que quiera oír, son tontos, y más tonto el jefe que así actúa.
Hace mucho daño al país cuando el espíritu crítico se malinterpreta y prevalece el amiguismo y el autoengaño, en lugar del análisis oportuno de los problemas y la toma de medidas oportunas con la participación adecuada, ¡es una pena realmente que eso nos suceda!.
Para mantener esta Revolución se necesita parque ideológico, para mantener esta Revolución hay que dar la batalla de la defensa, la batalla de la producción. Mantengamos esas consignas y veremos que somos indestructibles.
En cuanto al intercambio y las discrepancias confía en ellas con una oportunidad de crecimiento. No hay que temer a las discrepancias en una sociedad como la nuestra, en que por su esencia no existen contradicciones antagónicas, porque no lo son las clases sociales que la forman. Del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones, si son encauzadas por propósitos sanos y el criterio se ejerce con responsabilidad.
Confía mucho en la juventud cubana, defiende que nuestro Partido debe ser cada más democrático, eficiente y aclara: “La discrepancia no es oposición”.
Exclama: “Por la férrea audacia de Fidel es que estamos aquí, con una inconformidad permanente, sin complacerse jamás y absolutamente honesto”.
Siempre atento a tener el oído bien pegado a la tierra, para escuchar mejor a su pueblo, en momentos en que hay que hacerlo todo para subsistir a cualquier precio, cambiar el estilo de trabajo, porque de pronto cambiaron todas las circunstancias.
Dice que los frijoles valen más que los cañones y califica la producción de alimentos como el principal problema político, militar e ideológico de la nación. Alerta a saber vaticinar los problemas ideológicos, sin triunfalismo ni consignas vacías.
Desde esos primeros años, de la década del 90, reprocha el triunfalismo en nuestra prensa, sin la crítica que se necesita y lo vuelve a recordar en el informe al VIII Congreso del Partido, cuando entrega la dirección a las nuevas generaciones de jóvenes revolucionarios y asegura que continúa militando en las filas partidistas como un combatiente revolucionario más, dispuesto a aportar su modesta contribución hasta el final de la vida.
Su discurso en Santiago de Cuba, por el Aniversario 65 de la Revolución, es un texto de constante enseñanza para las presentes y futuras generaciones, para debatir con el pueblo cualquier insuficiencia, conscientes de que únicamente entre todos seremos capaces de erradicarlas y de cuidar la unidad como la niña de los ojos.